The front runner

Por Diego Maté

The Front Runner 
EE.UU., 2018, 113′
Dirigida por Jason Reitman
Con Hugh Jackman,  Vera Farmiga,  J.K. Simmons,  Mark O’Brien,  Molly Ephraim, Chris Coy,  Alex Karpovsky,  Josh Brener,  Tommy Dewey,  Kaitlyn Dever, Oliver Cooper,  Alfred Molina,  Jenna Kanell,  RJ Brown,  Sara Paxton, Mamoudou Athie,  Steve Zissis,  Bill Burr,  Ari Graynor,  John Bedford Lloyd, Steve Coulter,  Spencer Garrett,  Kevin Pollak,  Mike Judge,  Toby Huss, Courtney Ford,  Nyasha Hatendi,  Margo Moorer,  Randy Havens,  Jennifer Landon, Joe Chrest,  Mike Lawrence,  Lee Armstrong,  Jonny Pasvolsky,  Jeff Witzke

El factor humano

Por Diego Maté

The Front Runner empieza con un plano simple pero impresionante: la cámara muestra a un montón de gente apretada que habla, grita y se mueve de un lado para el otro. Los paneos, suaves, capturan una escena tumultuosa: es la noche en la que Gary Hart anunciará su derrota por la vicepresidencia ante Walter Mondale. El plano recorta personajes de entre la multitud y los sigue por entre medio de periodistas que hacen entrevistas a los gritos y dan informaciones de último minuto. El director condensa en apenas un par de minutos la vitalidad de una campaña política, objeto que se parece hecho a la medida del cine. El nudo de la película no es nada del otro mundo: Hart, cuatro años después, se postula de nuevo, esta vez para presidente. Todo indica que es el favorito de las encuestas, un estadista capaz de frenar la continuidad republicana que representa la figura de Bush padre, pero un escándalo con una amante lo obliga a renunciar en cuestión de días. Lo que le interesa a Jason Reitman no está ahí, sino alrededor: a los ojos del director, el protagonista no es tanto Hart como su equipo de campaña, un grupo desparejo compuesto por veteranos y aprendices de la política que vive moviéndose alrededor del candidato diseñando una agenda, discursos, cursos de acción, contactos con la prensa.

The Front Runner Perro Blanco

De esas escenas con personajes sobrepasados de tareas que corren de una punta a la otra del país se desprende un placer por la velocidad solo equiparable al provisto por otras películas sobre el mismo tema. La película dice algo así: la política es un asunto de estrategia, cuestión de reflejos y de reacciones, de inteligencia corporal. El búnker y los espacios del equipo de Hart almacenan dosis interminables de ansiedad y de energía que el grupo debe administrar: los voluntarios van a convencer a vecinos, el jefe se queda pegado al senador, su asesor de medios (o como se llame) se comunica con los diarios y se pelea con editores. Al final, se tiene la sensación de que Hart no es nada, solo la cara visible de ese sistema, un estandarte movido por un dispositivo complicado, múltiple, caótico. Enfrente, el periodismo es una máquina igual de compleja que se mueve también a grandes velocidades. Dos periodistas del Miami Herald consiguen un dato y lo confirman: Hart se ve en Washington con una mujer que no es su esposa. Lo atrapan, le hacen preguntas, publican: son unos fisgones algo despreciables que esperan escondidos el instante justo para atacar. O al menos eso sugiere el tratamiento: al engaño matrimonial de Hart le corresponde, como en espejo, la miseria de esos periodistas. Pero la sanción, contra todo pronóstico, tarda en llegar. Durante un buen rato, en cambio, a Reitman no le interesa lanzar críticas contra el periodismo amarillo como describir su trabajo poco grato: además de trabajar a escondidas y a contrarreloj, los enviados deben convencer a sus editores de publicar la historia, todavía incierta. En otra película hubieran sido los villanos, pero acá funcionan como otra parte del mecanismo, engranajes que se mueven a las apuradas, nerviosos, siguiendo un mandato, lo mismo que el equipo de Hart. No importa si se hace campaña en un bunker o se escribe a las apuradas una nota en una habitación de hotel: en los dos lugares hay la misma adrenalina, el mismo instinto de supervivencia. 

The Front Runner Perro Blanco 3

Ese mundo fascinante de marchas y retrocesos, de diseño de tácticas y de evaluación de daños, se desdibuja a medida que la película se fija en el drama del protagonista: la atención sobre Hart pone en un segundo plano el trabajo incesante de la campaña. Junto con ese cambio de foco llega, claro, el juicio: ahora se habla más del engaño y de su efecto en el candidato y en su esposa que de la batalla entre demócratas y periodistas por ganar la escena pública. Reajuste de visión: el cine no puede (o le cuesta mucho) representar la política únicamente en términos de estrategia, de sistema, en algún momento debe calibrar el punto de vista y detenerse en otras cosas, llamémosle lo humano o algo por el estilo, debe asumir una posición moral que separe con nitidez lo que está bien de lo que está mal. La película deposita esa visión en Parker, un rookiedel Washington Post que le hace a Hart preguntas éticas, y que se disgusta igualmente con el sensacionalismo de la noticia sobre la aventura del senador. Parker es como un Pepe Grillo tímido y chiquito, equidistante, algo presuntuoso, un juez de pacotilla que mira a los demás con desaprobación. Su intervención en una conferencia de prensa termina de hundir al protagonista; Parker, o sea, el punto de vista moral, se adueña de la escena y se queda con los huesos de la película, pero a esa altura ya sabemos que el cine siempre estuvo en otro lugar.

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