This Much I Know to Be True

Por Raúl Ortiz Mory

Reino Unido, 2022, 105′
Dirigida por Andrew Dominik
Con intervenciones de Nick Cave, Warren Ellis, Marianne Faithfull

Las consecuencias de los actos

En un taller de artesanía Nick Cave ha encontrado la oportunidad de volver, una vez más, a ser otro. Va enfundado en ropa blanca de alfarero, moldea arcilla y da pinceladas de color a las pequeñas esculturas de yeso que fabrica últimamente. El príncipe de las tinieblas alterna sus días de mayor experimentación musical con actividades manuales y milenarias que lo sumergen en un claro estado de meditación. 

Sin embargo, Cave, uno de los letristas más respetados de la escena musical de los últimos 30 años, no ha perdido la esencia. Entre otras cosas, sigue inmerso en el repaso de pasajes bíblicos y juega a mirar al diablo desde una perspectiva humana. Atrás quedaron los tiempos en que las garras de la heroína lo atraparon sin mesura y percibía a los medios de comunicación como enemigos implacables. 

Aun así, Cave no deja de encajar golpes duros, contundentes: en los últimos siete años, dos de sus cuatro hijos murieron en circunstancias trágicas. Ahora, reflexiona sobre todos los tipos de amor de una manera más espiritual que atribuye a la necesidad de darle mayor significado a la condición humana, siempre asociada a su entorno próximo. 

La mirada intimista que recorre This Much I Know to Be True, documental de Andrew Dominik, se detecta desde la secuencia inicial cuando Cave muestra 18 estatuillas que cuentan su particular lectura de la historia de Satanás. Se trata de pequeñas esculturas de yeso, hechas a mano por el cantante, donde el diablo protagoniza diversas escenas. Desde su nacimiento hasta su muerte. Desde su altivez hasta su decadencia. Desde el temor que infunde hasta la piedad y el perdón que recibe. Cave cree en los matices de la maldad y los humaniza, pero, obviamente, esto se complementa con la idea que tiene acerca de la bondad de Dios. 

No es que Cave piense en sí mismo como una divinidad o un profeta, sino que se siente un instrumento que goza y que sufre por las consecuencias de sus actos. Por ello, antepone el pensamiento crítico para autoevaluarse. En el pensamiento del cantante hasta Satanás merece ser perdonado. ¿Acaso en algún momento se sintió maldito? ¿Acaso piensa que el perdón lo redimirá? ¿Quién debería perdonarlo?

Dominik recoge estas cavilaciones y arma un conmovedor retrato de resurrección que surca los procesos creativos musicales. No se trata del viejo anhelo de alcanzar la felicidad -algo a lo que Cave se muestra bastante escéptico-. Dominik logra que su película despliegue la visión de un hombre que valora su carrera, pero que no significa el centro de su existencia, algo que sí le quita el sueño a otros exponentes de la industria. La música para Cave es más una propuesta que un fin.  

This Much I Know to Be True también se puede percibir como una excusa que devuelve a Cave la categoría de líder legionario. Definitivamente, ya no es el mismo frontman performativo post punk de los tiempos de The Boys Next Door o The Birthday Party, sus dos primeras bandas importantes. Tampoco es el caudillo que aterrizó en Londres en 1980 con ganas de comerse la escena musical inglesa al mando de los Bad Seeds. Ni siquiera el rockero pulido que emergió en Tender Prey, Henry ‘s Dream, Let Love In o Murder Ballads -cuatro álbumes fundamentales en su consolidación como rockstar de culto–.   

El Nick Cave retratado por Dominik está en la meseta de la experimentación lírica, siempre circunscrita a la tragedia. Gracias al director neozelandés podemos reafirmar que Cave sigue abierto hacia una búsqueda constante de nuevos métodos de grabación y de edición. En realidad, algo que va más allá de una aparente obsesión musical. Dominik sitúa al cantante en los últimos metros de una cuesta que líricamente viene escalando desde 1997 con la aparición de The Boatman’s Call -álbum reposado, en términos sonoros, que sirve de punto de quiebre en la carrera del cantante- y con No More Shall We Part (2001), la placa que reúne un puñado de las mejores canciones del intérprete avaladas por una línea poética sencilla y la ejecución del piano y el violín.  

This Much I Know to Be True es el arco que cierra un círculo iniciado por el mismo Dominik en 2016 con One More Time With Feeling, otro documental sobre Cave. En este último, el director recoge los pormenores de la grabación del álbum Skeleton Tree y los años en que el cantante ya es una estrella que llena todos los teatros europeos. No obstante, es la muerte de Arthur, el hijo adolescente de Cave, la que marca el desarrollo de la película estrenada hace seis años. La nueva entrega de Dominik es el capítulo final de un díptico que muestra a Cave desde una perspectiva cauta y analítica, más preocupado y menos vulnerable en sus facetas de padre y esposo.

This Much I Know to Be True abarca los ensayos de Ghosteen -el último álbum de Cave antes de la pandemia- y el lanzamiento de Carnage -el disco hecho en coautoría con Ellis y que fue producido durante los peores meses de la peste-. Si bien el metraje muestra momentos de diálogos entre Cave, Ellis y Dominik, o algunos pensamientos del cantante, buena parte del trabajo está centrado en la interpretación en vivo de algunas canciones. La maestría de Dominik se sostiene en mostrar a un Cave cercano a una figura mesiánica donde sus contados apóstoles son los técnicos de estudio, músicos invitados y coristas de respaldo; todo mientras canta, por ratos asoma intimista, por ratos emerge explosivo. El Cave de Dominik es lo más parecido a un predicador, mientras sus músicos se asemejan a un coro góspel. 

Dominik aprovecha el diseño visual -atractiva mezcla de austeridad y potencia- para resaltar el estado de abstracción que envuelve a Cave y Ellis durante el proceso creativo y la ejecución de las piezas terminadas. Como resultado de esa interacción, los mejores momentos visuales del documental asoman cuando la luz conecta con el ensimismamiento de los músicos. Se trata de un componente metafórico que captura el espíritu de los australianos en un sentido casi místico e introspectivo. 

El director empuja la performance hacia un ambiente etéreo y liberador que va reforzado por un juego de tachos de luz que estallan sincronizados al compás de las notas altas. Esa escalada de luminosidad explica, simbólicamente, la progresiva recuperación del estado de ánimo de Cave, sobre todo, cuando se infiere que el cantante sigue viviendo con un pie en el luto, pero sin la devastación que lo acongojaba hasta hace algún tiempo. This Much I Know to Be True encierra una belleza fotográfica recubierta por tonos fríos, azulados y verdosos, que impresionan nítidamente durante la ejecución de las canciones. 

Por estos días se habla más de Nick Cave por sus tragedias familiares y el nuevo rumbo musical que ha tomado. Poco se dice de la tromba en la que se transforma durante los recitales que ofrece. Poco se narra acerca del contacto que tiene con sus fanáticos por medio de un blog donde responde a preguntas desesperadas. Andrew Dominik desnuda a un ídolo que está de vuelta y que no tiene miedo a ser expuesto, por más que su corazón y sus pensamientos brillan desde la aflicción infinita.  

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