España, 2023, 119′
Dirigida por Rubin Stein
Con Carlos González Morollón, Anastasia Russo, Milena Smit, Jaime Lotrente
El monstruo de dos cabezas
Pasado. En 1968 el cine de terror americano cambió para siempre luego del estreno de Rosemary´s Baby y The Night of the Living Dead. Dos películas que transportaron el terror al terreno urbano y no delimitaron el peligro a la invasión de lo desconocido sino que articularon una narrativa en la que cualquier persona, incluso el cuerpo propio, puede ser la amenaza. La película de Polansky, a su vez, continua con un problema que ya había trabajado en Repulsión: la particularidad de la experiencia femenina en ese contexto paranoico de falsa amabilidad y violencia pasiva, que deriva en el descubrimiento de una sociedad conspirativa que amenaza la integridad mental y física de los individuos. Si es que Rosemary´s Baby es una obra maestra es porque logra poner en escena una angustia identificable, una soledad que transitan las mujeres en su periodo de gestación. Una vejación por momentos sutil y por momentos grosera por parte de su pareja que potencia esa sensación constante de traición, de complot oculto.
Presente. Tin & Tina, siguiendo la lógica contemporánea de construir películas mirando siempre a otras, compone a Lola como toda una Mia Farrow (incluso, en un momento se ve obligada a cortarse el pelo como Rosemary) atormentada por la inoperancia de un marido evidentemente negligente y dos macabros hijos adoptados que emulan grotescamente a los niños de Village of the Damned. Melina Smit representa a una mujer sola enfrentándose a una estructura familiar que la cohibe de sus propios sentimientos, como el miedo y la tristeza. El marido le prohibe estar triste por haber perdido a su hijo en el parto y la trata de loca ante la amenaza bastante evidente que representan esos niños. El problema es que la película es tan referencial, formalmente, a otros mundos cinematográficos (además de los ejemplos ya mencionados, The Owen y ¿Quién puede matar a un niño? Flotan constantemente en torno a la película) que pareciera ser el eco de un gesto que tuvo potencia en el pasado y que hoy solo es una dramatización. Todo el papel interpretado por Adolfo, el marido, es una pantomima de lo que hace Cassavettes en Rosemary´s Baby. Y aunque la película busque ponerlo en situaciones donde pueda ganar alguna particularidad, aunque sea nacional, como en una escena que ve un partido de futbol mientras su hijo se está ahogando, Rubin Stein parece creerse muy poco ese mundo, tan poco que ni en un insulto a la televisión se puede encontrar algo puntualmente español. La escena entera parece una excusa para usar el split diopter: es decir, renuncia a una construcción narrativa en favor de una referencia visual a un cine que existió.
Lo biológico. Más allá de esto, hay una tensión que pone en escena la película, que si la considero sintomática de un problema socio-político actual. La tensión entre la adopción y la gestación biológica. Recientemente, en España nació el primer bebé gestado en un útero donado. El caso despertó una polémica que tiene detrás un conflicto grueso: ¿por qué arriesgar así la vida de dos mujeres -la que trasplanta y la trasplantada- y hacer nacer a un niño con menos tiempo de gestación que el necesario -el cuerpo rechazó al órgano por lo que el parto se tuvo que adelantar- en lugar de adoptar? La adopción, hoy en día, es una de las medidas que ayudarían a solucionar un gigantesco problema habitacional, sin embargo, el humano persiste en encontrar formas para alterar la biología y encontrar formas alternativas de gestación, con tal de tener hijos que sean sangre de su sangre. Este problema se acrecienta cuando hay clínicas en USA que permiten la gestación de bebés a la carta, para tener hijos con el color de ojos que uno elija. Tin & Tina pone en escena el clásico miedo del hijo adoptado diabólico, al estilo de The Omen, pero lo contrasta con un hijo milagroso naciente. El manierismo con el que la película pone esto en escena abre las puertas a la exposición de un miedo contemporáneo. Más allá de la crianza religiosa de esos niños y el comentario cultural que eso puede suscitar sobre la España profunda, el abismo que está enfrentando Tin & Tina es el de un miedo social a la adopción y una concepción del nacimiento como un milagro religioso. Al final de la película, Melisa Smit tendida en una cama luego de salvarse de una manifestación de la ira de Dios, descubre, según una declaración de la monja que se contradice con todo lo que vimos en el metraje, que los niños siempre fueron inocentes. Ella con los ojos llenos de lagrimas mira hacia el cielo en un plano cenital. Hay algo de esa revelación final tan inverosímil que me hace acordar a la sonrisa falsa que pone James Mason en Bigger Than Life. Una especie de aceptación cínica que roza la locura. Nuestros ojos ya observaron a esos niños descuartizar un perro e intentar inyectarle leche envenenada a una mujer embarazada, esa presunción de inocencia intragable convive con una necesidad de encontrarle un sentido a lo visto. De esta forma la película plantea que la religión es algo que solo se encuentra cuando la desesperación es tal que el individuo debe rendirse.
Alguna conclusión. Si mi sensación sobre ese final es cierta, la tensión que articula la película entre la adopción y el milagro biológico se sostiene en favor de un pavor al niño desconocido. Sin embargo, si mi interpretación hubiera estado ligada a cuestiones ajenas a la película, la película resuelve el conflicto entre la locura de la mujer y el escepticismo del hombre en favor del marido. En todo caso, las tensiones están expuestas y planteadas. Si algo interesante tiene para destacar esta película en términos formales es el tiempo que se toma para desarrollar su conflicto (algo cada vez menos habitual en el cine de terror contemporáneo, cabe aclarar) y por eso no me refiero a la duración total del metraje, sino a la composición de escenas que empiezan y terminan, desarrollando una tensión puntual en cada una. Si tuviera que sacar alguna conclusión, diría que lo que vuelve a la película interesante por momentos, es haber cuidado su estructura tanto en guión como en montaje, eso le permite que sobrevivan algunas escenas de terror genuinamente perturbadoras (las ya mencionadas del perro y la inyección) en un contexto de clichés del género, actuaciones televisivas y una dirección de arte extremadamente desganada (esa cena y ese desayuno se siente como el anti-contexto familiar).