Wine Country

Por Rodolfo Weisskirch

Wine Country
EE.UU., 2019, 103′
Dirigida por Amy Poehler
Con Amy Poehler,  Maya Rudolph,  Tina Fey,  Paula Pell,  Ana Gasteyer,  Rachel Dratch, RJ Walker,  Maya Erskine,  Kate Comer,  Jason Schwartzman,  Cherry Jones, Sunita Mani,  Greg Poehler,  Liz Cackowski,  Marcella Bragio,  Jason Greene, Craig Cackowski,  John Ozuna,  Jay Larson,  William W. Barbour,  Dabier,  Roger Groh, Gail Gamble,  Brené Brown,  Zack Whyel,  John Lobato,  Tom Hart,  Rick Richardson, Paul Archer

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Por Rodolfo Weisskirch

Hace 15 años, Alexander Payne, uno de los mejores referentes del cine indie de los 90, estrenó Entrecopas (Sideways, 2004), una cínica mirada sobre el interior de Estados Unidos a través de los ojos de dos amigos cuarentones que, con la excusa de emprender una excursión por diversas bodegas y viñedos, desnudaban sus miserias personales. La película, personajes mediante, ponía en el centro cómo la hipocresía arrasa y va destruyendo de a poco las relaciones personales. El vino, en alguna medida, funcionaba como perfecta metáfora sobre el paso del tiempo. De ahí que uno de los grandes monólogos de la película le pertenezca a Virginia Madsen, quien refiriendo al Pinot Noir y al añejado termina por construir el mejor acercamiento posible al personaje de Giamatti.

Payne ha trabajado siempre, a lo largo de sus películas, con inteligencia y acidez. Esa suerte de distanciamiento irónico pero a la vez afectivo es parte de su marca autoral. Entrecopas, en este sentido, es una de sus películas más accesibles para un público conservador. Quizás sea la que tiene mayor grado de empatía y humanidad hacia sus personajes dentro de toda la filmografía payneana. Mezcla de Road Movie y comedia romántica, el film, que está lejos de ser lo mejor del autor, se sostenía gracias a los contrapuntos de los duetos principales: Paul Giamatti/Thomas Haden Church, por un lado, y la cuota de honestidad de Virginia Madsen y Sandra Oh por otro.

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La premisa de Wine Country, el debut de la actriz Amy Poehler como directora, es parecida a la de Payne, si, pero completamente diferente en cuanto a resultados. Acá también hay un grupo de mujeres que bordean los 50 años –son 6 en este caso- quienes, con la excusa del cumpleaños de una de ellas, empiezan a recorrer bodegas con la intención de emborracharse y pasarlo bien. A diferencia del film de Payne, a Poehler y sus criaturas, poco les interesa la bebida en sí misma. Tampoco la metáfora del vino se sostiene ni la lectura sobre la sociedad estadounidense y sus dobleces e hipocresía.

Pero el tono que Poehler le aplica al film está lejos de ser tan existencialista u oscuro. Por el contrario, aprovecha el humor negro como herramienta para evadir lugares comunes melodramáticos, aunque no deja de sumar los acostumbrados mensajes optimistas, que brindan esperanza para todos estos personajes que atraviesan la crisis de mediana edad. En todo caso, la oscuridad subyacente del relato es matizado por la ironía. Ahí si retorna Payne como influencia lateral. Pero ni los gags son demasiado inspirados, ni las resoluciones tan solemnes. Por eso la película pendula entre un tono amable y previsible, que a partir de cierto punto le juega un poco en contra.

La sensación es que la película de Poehler va por otros carriles. Como si fuese una relectura, varios años después, de Damas en guerra –en ambas actúa Maya Rudolph- Poehler y sus guionistas se detienen a pensar sobre la decadencia de la amistad a través de los años. Más particularmente cuando hay diversos factores de la vida que pueden llevar a cada una a la depresión. Trátese de enfermedades, fobias, proyectos inconclusos, fracasos en el matrimonio o en el trabajo. Y si bien se detiene muy poco y casi forzadamente en narrar el conflicto de cada personaje, estos son fundamentales para comprender el deterioro de la amistad. De hecho, tenemos la sensación de que la historia se queda a mitad de camino en los conflictos de cada protagonista. Pero quizás eso se debe a que Poehler se limita a contemplar, a puros golpes de efecto y diálogos irónicos de la Nueva Comedia Americana, de qué forma la unión y la amistad, sirven como preservación de todos los males del mundo.

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Es gracia al trabajo de las actrices, particularmente de Dratch, Gasteyer, Rudolph y Pell, que nos olvidamos, al menos parcialmente, buena parte de los problemas narrativos que se acumulan (ni hablar de la facilidad para resolver micro-conflictos dramáticos). Ni Poehler ni Spivey –actrices, pero también directora y guionista respectivamente- logran explotar mejor a sus propios personajes, lo que permite pensar en una estrategia de desapego: construir antes el lucimiento de sus co protagonistas, más que los suyos. 

Además del sexteto de actrices, hay tres de participaciones especiales. Jason Schwartzman es el único miembro masculino del elenco principal, e interpreta al cocinero del grupo. Su rol es mínimo y poco explotado. Un poco mejor está Tina Fey, nuevamente como una solterona aislada de la sociedad, y Cherry Jones como una tarotista hippie que se luce en una escena fundamental. En una época en la que las actrices de Hollywood buscan mayor visualización e igualdad de derechos, el film de Poehler, distribuido y producido exclusivamente por Netflix, defiende una mirada femenina auténtica, alejada de los estereotipos sexistas y la lectura misógina habitual del sistema industrial (Poehler busca un elenco de notables comediantes con cuerpos reales) al mismo tiempo que tampoco construye una mirada sostenida sobre un feminismo demagógico y acorde a la corrección política contemporánea.

Lo que falta, en todo caso, es un poco más de audacia narrativa (de hecho formalmente la película es bastante chata, taradicional, con una puesta casi televisiva). Romper el molde, escaparse de la fórmula que funcionó bien hace cinco años, pero que ahora está agotada. Sí, las situaciones son divertidas, los conflictos verosímiles y el desenlace, conciliador. Y por eso, porque se nota que hay potencial para narrar con fluidez y destreza, para dirigir elencos, es que sus próximos proyectos requieren mayor ambición. Porque la mirada y la búsqueda están. Pero hay algo que redunda en un acabado que nunca llega. Falta de ambición? No lo sé. Pero tampoco puedo decir lo contrario.

En contraste con el cine de Payne, Amy Poeler se revela como una directora no politizada, capaz de ahondar en el interior de cada personaje y en el conflicto particular del grupo. Ni el contexto ni el espacio en sí narran. Sí, el paisaje es funcional, pero la directora no lo integra narrativamente como el director de La elección (1999). La estética clásica, fluída, la nostalgia musical noventosa acompaña al tono melancólico y pesimista de la mayor parte del relato, y la película termina construyendo, casi sin darse cuenta, un entretenimiento calculado y progresivo, logrando una fácil identificación. Pero no deja de haber algo de corrección excesiva en los medios para lograrlo.

No se me ocurre ninguna metáfora vinícola para cerrar esta nota, porque los vinos entrados en años tienen mejor cuerpo y aroma, y por el contrario a esta comedia sobre la aceptación de la edad y dejar atrás la juventud, le falta algo de sabor. Apela al gusto popular con prolijidad y moderación. Ni añejado ni novedoso, Wine Country es el vino promedio para llevar a una cena de amigxs, que cumple y no te hace quedar mal, pero con el que perdés la oportunidad de sorprender al resto. Lo intenté, pero las metáforas dejémoslas para Payne.      

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