Jean Rouch, el otro (III)

Por Fernando Luis Pujato

Uno de nuestros redactores mas interesados en el cine como encuentro de culturas se tomó mucho tiempo de su vida cinéfila para pensar en autores que ponen ese encuentro en tensión. Uno de ellos es, ni más ni menos, que Jean Rouch. Como desde hace buen rato teníamos ganas de publicar una serie de notas sobre algunas de sus películas les traemos una serie de textos de Fernando. Este es el tercero, sobre Los amor locos y Mammy Water. No se pierdan ni esta, ni la primera, ni la segunda ni las siguientes salidas.

Los amos locos (Les maîtres fous)
Francia, 1955, 35′
Dirigida por Jean Rouch

Mammy Water
Francia, 1956, 19′
Dirigida por Jean Rouch,

Estar ahí

Fernando Luis Pujato

Más de medio siglo después y con toda la parafernalia visual televisiva sobre nuestros ojos de la National Geographic, Animal Planet, algún que otro documental de Médicos sin Fronteras, films financiados por ONGs suecas, alemanas, noruegas y cosas por el estilo, los films de Jean Rouch siguen vigentes. Mas aún: siguen siendo el ejemplo de cómo acercarse a una cultura radicalmente diferente y de cómo desmontar un aparente andamiaje exótico en procura de la comprensión de una otredad que, la más de la veces, aparece como inasequible e incomprensible. Casi una imposibilidad.
La estrategia parece ser bastante sencilla: colocar la cámara frente a lo que está ocurriendo y comentar las acciones, las conductas, el discurso de aquellos involucrados en una situación determinada. Parece simple, pero no lo es.

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Lo que aparece en primer lugar es aquella idea geertziana del haber “estado allí”, el establecimiento de una autoridad fílmica a partir del hecho de que Rouch no utilizaba el material que otros habían producido sino que era él mismo quien se encontraba en el lugar en el que un ritual, una ceremonia o el inicio de un viaje se llevaban a cabo. Luego de este hecho incontestable, una manera de autor-izarse a través de un discurso persuasivo del tipo “les voy a mostrar lo que yo mismo he visto”, está la cuestión no menos importante de las estrategias formales que articulan ambos films. Sin entrevistas y siempre en planos generales, el discurso nativo en Los amos locos son las imágenes comentadas por el mismo Rouch, porque lo que se ve allí es la forma que adquiere un ceremonial, la manera en que un grupo de personas -una suerte de sociedad semi-secreta- trata de arreglárselas en un mundo que ya no es el suyo pero al que todavía pertenecen. Apropiación simbólica y reconversión celebrativa, suspensión del mundo del sentido común e inmersión en un universo distinto pero igual de significativo.

Algo similar, aunque un tanto menos espectacular, es lo que ocurre en Mammy Water, porque aquí está involucrada toda una sociedad -un poblado de pescadores- en un ritual propiciatorio, de allí los planos más generales y una economía verbal explicativa en torno al antes, al durante, y al después de una situación no tanto extraordinaria como sí altamente desestabilizadora. Celebración simbólica y reconversiòn apropiativa, suspensiòn de la cotidianidad e inmersión en un mundo paralelo pero igual de efectivo.

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Acá lo importante no es dilucidar si los Haukas alcanzan un estado hipnótico verdadero o si es una puesta en escena miniaturizada de un orden estructural colonialista, como tampoco si el trance colectivo cumple la función de ordenar el cambio sociocultural al que están siendo sometidos. De la misma manera, no se trata de saber si los pescadores creen efectivamente que sus redes se verán colmadas merced a sus propiciaciones o que conocen a la perfección los ciclos cambiantes de la pesca y el ritual no es más que una excusa para reforzar los vínculos sociales por medio de la actualización momentánea de los vínculos sagrados. En todo caso podrían ser todas estas cosas a la vez y sólo un estudio antropológico profundo podría desentrañar tales cuestiones porque, después de todo, comer un perro para demostrar que se es más que un hombre o degollar un buey al borde del océano para obtener un buena pesca, puede parecer tan lógico o tan absurdo cono andar de rodillas decenas de kilómetros para pedirle trabajo a una Virgen o quitarse la vida por un Emperador.
Pero estamos en el cine y lo que verdaderamente importa aquí no es tanto la vida que preferimos vivir ni el tipo de imágenes que preferimos ver, sino que clase de imágenes nos proporcionan un acceso imaginativo fecundo a otras predilecciones. La respuesta está en el cine de Jean Rouch.

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