#Dossier Gray: epílogo para un futuro canon
Gray, como director, nace como debe nacerse: pequeño, con manos inquietas, conociendo el mundo, en voz baja, sin altisonancias. No hay en su cine gestos declamatorios, no hay convocatorias a la validación autoral ni nada que se le parezca sino (me atrevo a pensar una filiación) una voluntad eastwoodiana por el trabajo, por el culo en la silla que asegura pensar obsesivamente (pero no como en esas obsesiones mortuorias a lo Charlie Kauffman en donde la vida nunca llega, sino más bien lo contrario) las formas del mundo que un artista como Gray puede ir configurando. Hay, en su cine, un doble movimiento, acaso infrecuente en el cine actual: por un lado un movimiento que confía en las imágenes y en una ética posible, que es la del trabajo y la de una forma de lenguaje audiovisual, que es el código clásico.