Dossier Estudio Ghibli (VIII): El viaje de Chihiro
En 2000 Hayao Miyazaki se encontraba agotado, con un parate creativo, con una crisis en relación al mundo de la animación (sumado al reciente fracaso del estudio Ghibli, Mis vecinos los Yamada, Isao Takahata, 1999). Luego de 15 años de existencia uno de los creadores del estudio puso un freno y decidió mirar atrás, pero sin bronca. Bien por el contrario, el espíritu era otro: entender en dónde estaba parado. Por eso El viaje de Chihiro se percibe menos como una película de ruptura y cambio de época que de recapitulación, reafirmación, una suerte de grandes éxitos del estudio, pero también del mismo Miyazaki y sus obsesiones: panteísmo, representación secularizada de figuras religiosas, el gran pattern narrativo del viaje al otro mundo (propio del fantástico), la obsesión por el miedo al crecimiento, la crítica generacional a la generación de los nietos de la posguerra y el consumismo desmedido, el ecologismo desesperante. Todo eso y más está contenido en esta película que, a título personal, revisada casi dos décadas después, adolece de cierta autoindulgencia, como si Miyazaki comenzara un proceso de autofagia en su proprio cine.