Fantasma vuelve al pueblo
Fantasma vuelve al pueblo, amén de la literalidad poco poética de su título y opuesta a los nombres elípticos del NCA, parece una película de otra época. Parece una película de Trapero, de Rejtman, de Caetano, de Moscoso. Incluso hay algo del cine de Rebella-Stoll aquí (no hay que ir muy lejos para darse cuenta de esto con el protagonismo de Alfonso Tort y su rostro inexpugnable). Fantasma vuelve al pueblo parece una película hecha por un joven de los años 90, de finales el menemismo. De hecho el comentario no es ocioso ni casual: todo lo que vemos en ese retorno del protagonista con nombre espectral, que retorna a un pueblo pequeño en Misiones, nos regresa a los 90s, como si ese espacio se hubiera quedado detenido en el tiempo en el que le mismo personaje lo abandonó. CDs, locutorios, cervezas y juegos en la calle con una sugerente ausencia de celulares, casas paternas detenidas en un tiempo todavía más lejano, música que remite a éxitos avejentados (pero sin ningún guiño retro, aclaremos).