#Polémica: Vitalina Varela

Por Gabriel Santiago Suede

En contra

Portugal, 2019, 124′
Dirigida por Pedro Costa
Con Vitalina Varela, Ventura, Manuel Tavares Almeida, Francisco Brito, Marina Alves Domingues

Los muertos

Tengo que decir que Pedro Costa siempre me pudo con su cine capaz de condensar artificio puro, expresionista, refractario del realismo con el realismo material más inmediato, convirtiendo esa paradoja en una obra alucinante, que mezcla tanto de Tourneur como de Straub-Huillet y de Ozu en una sucesión de planos. No obstante, ya desde Juventud en marcha (2006) siento que Costa comienza a exhibir algo de cansancio. Por eso Carvalho Dineiro y Vitalina Varela se sienten parte de una misma cosa. No solamente porque puedan leerse como continuidades indirectas, sino porque también en ella radica el punto más alto y problemático a la vez de la programática del cine de Costa. La sensación es la de no evolución en el lenguaje.

Me pasó algo particular con Costa y es que al ver la película pensaba en Kiarostami, quien en sus últimos años de obra como director se obsesionó con no repetirse, con poder construir variaciones, cambios, diálogos con la propia historia como realizador y con sus marcas de estilo. Pero nada de eso se percibe en Costa. Me podrán decir que ahí está la marca de Ozu y sus repeticiones obsesivas a lo largo de una infinidad de películas. Y es cierto. El problema es que Ozu lograba relacionar esa persistencia con el carácter temeroso de sus personajes frente al cambio (pero también frente a la modernización cultural). Asi y todo, el mismo Ozu se encargó de mostrar que su obra podía experimentar variaciones. En Costa, con muchas menos películas que Ozu en su haber, las variaciones brillan por su ausencia. Y por eso la sensación es la de una falta y un exceso de conciencia angustiante. Exceso por los recursos obsesivos. Falta por la incapacidad de ver más allá de esos recursos distantes, pictoricistas pero al mismo tiempo capaces de retratar la inmediatez de la experiencia de sus personajes (el sistema recuerda a Straub-Huillet de Sicilia!).

Hay algo del sistema de Costa, no obstante, que parecen encarnar sus personajes de los últimos films, que atraviesan la pantalla como muertos vivos, como fantasmas, como entidades salidas de otro mundo, que pugnan por ser dejados en paz y que son perturbados por la insistencia del director portugués. En esa obsesión por el mundo que ya no está (Fontainhas, lugar clave en varios de sus films anteriores, ya no existe) hay algo de mortuorio, de incapacidad de dar cuenta de un cambio, de una vuelta de página definitiva. Como si Costa temiera al futuro y se aferrara con uñas, dientes y estilo al pasado de su obra. El cine de Costa se cierra cada vez más sobre el plano, sobreviniendo un fuera de campo casi extremo y absoluto, lo que aísla aún más a los personajes y a nosotros con ellos.

El retorno de Vitalina (mujer que llega a Lisboa a para volver con su esposo, quien la abandonó en Cabo Verde para irse a Portugal, pero que enterada de la muerte del hombre decide quedarse obsesivamente en la casa del hombre al que amó antes que volverse a su país) es también el retorno a un mundo en el que se invoca a los muertos del pasado, como si el futuro no existiera. Se les habla a los espectros, quizás como si en el fondo, también para Costa y el futuro de su cine, no hubiera nada más que muerte.

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