El hombre más fuerte del mundo
Argentina, 2023, 75′
Dirigida por Fernando Arditi.
Con testimonios de de Darío Villarroel, Mirta Villarroel, Luis Ramírez y Matías Bernatene.
Una tensa calma
Una tensión un tanto curiosa que subsiste constantemente en el interior de El hombre más fuerte del mundo se ejemplifica en la diferencia entre los relatos de Matías Bernatene y del propio Darío Villarroel sobre su propia experiencia. Mientras el primero sigue el tradicional sendero de la autosuperación y la admiración absoluta hacia quien la ejecuta, Darío cuenta con una natural nostalgia el proceso que lo llevó al lugar donde está ahora. La tensión es, en definitiva, entre narrar la historia de un hombre que a pesar de medir 1,24 metros y pesar 50 kilos logró ser el hombre más fuerte del mundo y narrar la historia de una persona luego de que se le haya negado la posibilidad de competir, a pesar de demostrar ser el hombre más fuerte del mundo.
Fernando Arditi, entonces, busca acercarse de dos formas distintas a su personaje: una, es intentar hacerle sentir al espectador una cercanía física con Darío, tanto con planos detalles, como con encuadres en donde se lo ve a él a la altura de las piernas de otros competidores de fisicoculturismo, la otra es mostrar imágenes del entorno de Darío, empezando por su pueblo, uno que parece exclusivamente habitado por autos y perros, siguiendo por su madre, a quien escuchamos durante gran parte del metraje hablar con cariño y comprensión de su hijo, y terminando por establecer una rutina de Darío, yendo a buscar huevos y agua, entrenando, nadando.
En esa diferencia formal se mantiene una tensión algo similar a la que hay entre el relato de Darío y el de Matías Bernatene: el cineasta parece tener la necesidad de forzar una identificación meritocrática recordándonos la discapacidad de Darío, cuando el mismo protagonista parece no saber qué responder a la pregunta de qué pasaría si midiera un metro ochenta, porque no lo tiene en mente.
Entonces, la película parece encontrar los momentos de mayor realismo cuando muestra al personaje en una acción concreta, filmándolo con cierta distancia y en contraste al mundo en el que vive que cuando decide poner la cámara muy cerca del personaje desnaturalizando una acción que, entonces, parece coreografiada para la cámara.
Oralmente, son Darío y su madre quienes pueden llevar a la película hacia esos lugares donde su discapacidad ya fue incorporada como parte de la vida. Es en esas declaraciones de la madre acerca de quienes querían mandar a Darío a un colegio especial y en esos recorridos en el pueblo vacío que Darío atraviesa para ir a buscar el maple de huevos que un almacenero parece darle de onda donde la película se torna emotiva y sincera, porque está, mostrando y narrando, una historia, un modo de vivir, sin necesidad de marcarle las pautas al espc¡ectador de qué es lo que tiene y qué no ver, con qué tiene y con qué no emocionarse.
Quizás es por esa ansiedad de dejar en claro ciertas cosas que la película a veces se vuelve predecible y melodramática. Quizás se debe a eso el rol central que le da a la narración de Bernatene. Sin embargo, el carisma de Darío en las presentaciones, su emoción cuando su familia le canta el feliz cumpleaños y su aguerrida forma de entrenar, vuelven poco importante esos momentos de autoboicot que parece tener la narración.
La presentación en pantalla de un gran ser humano, filmado con la suficiente paciencia y respeto, es el fuerte de este documental. Darío termina declarando que su gran sueño, al final, es bailar románticamente con alguien, pegado, subido a algún lugar para poder sentir cara a cara a la persona. De esa forma, al final, la película se decide por el sendero que Darío le propuso, mostrándolo en el carnaval jujeño, bailando.