Bill & Ted Face the Music

Por Gabriel Santiago Suede

Bill & Ted Face the Music 
EE.UU., 2020, 92′
Dirigida por Dean Parisot
Con Keanu Reeves, Alex Winter, William Sadler, Samara Weaving, Jillian Bell, Brigette Lundy-Paine, Kristen Schaal, Jayma Mays, Holland Taylor, Anthony Carrigan, Amy Stock-Poynton, Erinn Hayes, Beck Bennett, Hal Landon Jr., Kid Cudi

Un poco de ternura

Por Gabriel Santiago Suede

Recuerdo que, allá por los noventas, en varias ocasiones, me crucé con las cajitas de esas películas con dos pibes con cara de boludos. Por algún motivo nunca me llamaron la atención y las dejé pasar cada vez que se dio la posibilidad de alquilar cualquiera de las dos primeras entregas de Bill & Ted. Creo que fue una intuición correcta. Algunos años mas tarde el azar me demandaba cruzarme con las películas una vez mas. Cuando el cable todavía no se había fusionado en grandes compañías y la accesibilidad a HBO y Cinemax era parte del plan me crucé con la segunda entrega de las B&T. En su momento me dio la impresión de estar frente a una variable muy tonta y simpática (pero olvidable, sobre todo porque fue la película de bajones luego de una fiesta) de El Mundo según Wayne (luego me di cuenta que estaba blasfemando). Con el tiempo, a inicios de los 2000s vi la primer entrega, que me pareció mejor, o al menos claramente autoconciente de el género de “boludos sueltos en el tiempo”, que no hacía otra cosa que mezclar las buddy movies con películas de drogones con películas sobre fanáticos de rock. El tema es que esa primer entrega estaba plagada de inocencia, por lo que el resultado parecía ajeno a cualquier cinismo. Se trataba de una película con un público posible situado entre los 10 y los 13 años. O si se trataba de un publico mayor sin lugar a dudas debía ser un público nostálgico de algo con lo que yo no lograba conectar.

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Sin mediar el error, me enteré del rodaje de la tercer entrega de Bill & Ted sabiendo que todas las fallas y todos los aciertos posibles de aquellas dos películas que, de ser personas, a a esta altura ya estarían haciendo aportes jubilatorios. Y el resultado fue peor de lo imaginado por mi. Porque si algo salta a la vista tras el visionado de esta tercer e innecesaria entrega es el extravío mayúsculo al que nos expone. Para empezar vale la pena una pregunta no menor: tiene un público posible esta película? Sin dudas no es una película nostálgica para cuarentones que recuerdan su preadolescencia al iniciar los noventas. Tampoco es una película para chicos de 10 a 13 como las dos primeras, dado que la sensibilidad parece no tener nada que hacer con la generación de los nacidos entre 2007 y 2010. Tampoco tiene intelocución posible en un público adolescente ni como consumo irónico ni como consumo tierno, dado que en buena medida lo que propone solo puede conectar con las entregas anteriores, ciertamente, pero a diferencia de aquellas esta tercer parte no tiene anclaje posible ni en el pasado ni en el presente.

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Es cierto que la película de Dean Parisot (un muy buen director completamente desconocido en esta desafortunada experiencia) carece de cinismo, carece de explotación retro (y si esa fuera la idea les puedo decir que no fue muy bien aprovechada, bajo ningún aspecto) y, por el contrario, exuda una ternura infrecuente, como si todos y cada uno de los que participaron en el proyecto fueran plenamente conscientes del desastre que se avecinaba, de la imposibilidad de llegar a buen puerto, pero al mismo tiempo tenemos la sensación de haberse entregado de pies y manos a “hacer el aguante” a llevar la película adelante. Es esa sensibilidad, quizás, la única que persiste a lo largo de sus eternos 92′, en los que nos embarga una vergüenza ajena del mismo tamaño que el morbo por continuar hasta el final. No, no se trata de una película clase Z, ni de una película “tan mala que es buena”, es, sencillamente, un ovni cuya sensibilidad improbable, la emparenta con una bondad casi naif. Y debo decir que ese sentimiento si es extraño, ajeno. Y resulta una experiencia, cuando menos, distinta a la que nos habituamos cada vez que nos encontramos con comedias contemporáneas. Porque al final de cuentas no estamos ante una película ni vieja ni nueva, sino salida del tiempo, como si de algún modo le rindiera tributo a sus viajeros. Esa ternura es su mejor y mayor carta de presentación.

Al finalizar Bill & Ted Face The Music, curiosamente, no apagué la reproducción. Me quedé religiosamente a ver los títulos. Como si en el fondo algo de todo el asunto me hubiera cambiado y me hubiera convertido en parte de esa comunidad de acompañantes, de seguidores. No sé si llamarlo condescendencia o como llamar a ese sentimiento de pertenencia. Pero por lo pronto no se sintió mal. A veces la ternura y el fracaso se dan la mano y nos hacen un poquito mejores.

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