Apollo 10 1/2: Una infancia espacial

Por Diego Maté

Apollo 10½: A Space Age Adventure
EE.UU., 2022, 90′
Dirigida por Richard Linklater
Con Zachary Levi, Jack Black, Glen Powell, Josh Wiggins, Samuel Davis, Lee Eddy, Bill Wise, Mona Lee Fultz, Nick Stevenson, Brian Villalobos, Andrew N Sears, Nicholas Andrew Rice, Holt Boggs, Keslee Blalock, David DeLao, Jessica Brynn Cohen, Avery Joy Davis, Danielle Guilbot, Natalie L’Amoreaux, Larry Jack Dotson, John Kaler, Kasey James, Jared Wayne

El mundo perdido

Pasa con muchos directores. Por ejemplo, con Linklater: hay más de un Linklater. Se me vienen a la mente por lo menos tres, cada con un plan y una visión del cine y del mundo. Está el Linklater sentencioso, el de SubUrbia o Fast Food Nation, que cree que sus personajes deben encarnar ideas sobre la vida y la sociedad; es el Linklater que menos nos gusta y, por suerte, el menos prolífico. Existe además el Linklater que hace de sus películas dispositivos de reflexión en las que los personajes están siempre en situación de diálogo y donde las conversaciones exceden el relato y refieren a cuestiones existenciales; las tres Antes de (pero sobre todo las dos primeras) o Waking Life conciben el cine como una especie de filosofía singular sostenida en las formas fílmicas (sean del registro o de la animación). Sucede en la trilogía de Jesse y Céline, en la que el romance se supedita a las charlas interminables que los dos mantienen en movimiento, como si fueran dos peripatéticos salidos de su tiempo. Y está el otro Linklater, el que más nos gusta y, intuimos, el que más le gusta a él mismo, el Linklater narrador, el que cuenta historias luminosas guiadas casi siempre por chicos que nunca son más inteligentes, tontos, buenos o malos de lo que deben, chicos que se apartan del lugar precario y pedagógico que el cine suele reservarle a la juventud y que se introducen de a poco en la adultez, sin beneficios pero también sin los traumas ni las pruebas insuperables a los que la mayor parte de las películas los someter. Adivinaron, hablamos del Linklater que firma Escuela de Rock o la olvidada, pero buenísima, Los osos de la mala suerte, la masterpiece Dazed and Confused o la prodigiosa Boyhood, cuyo proyecto consiste nada menos que en filmar el tiempo pero suturando los cortes, los hiatos, para que el espectador pueda concentrarse en la historia y no se distraiga con las minucias de un rodaje imposible. De todas formas, el hombre trata con la misma amabilidad y cariño y respeto a los adultos, como se ve con la mujer en crisis de ¿Dónde estás Bernardette? o con los grandulones testosterónicos de Everybody Wants Some!! (otra joya que pasó por debajo del radar de la crítica).

Toda esta perorata es para decir que Apollo 10 ½ es la nueva película solar (aunque el viaje sea lunar) del mejor Linklater, el que hace del cine un aparato de resonancia del movimiento, la energía y la vida de todos los días, el que recrea con un detallismo obsesivo pero que no abruma un momento nodal del siglo pasado solo para poder detenerse en en la rutina de una familia promedio de Houston que sigue la aventura espacial como todos los demás, rutina cargada de momentos de una emoción impresionante que Linklater dispone en los instantes menos espectaculares posibles, como cuando todos se sientan a ver televisión y empieza la selección de los lugares, los gestos mezcla de displicencia e interés con los que el padre, empleado en la NASA, disimula la frustración de no participar de la gesta de su época, la naturalidad con la que los hijos abandonan el sillón cada uno a su tiempo para irse a dormir o hacer otras cosas, o el temple de la madre a la que nada parece alejar de su rol protector y componedor. Paradoja (o no tanto): la animación le permite a Linklater reconstruir el magma emocional de toda una época mejor de lo que lo haría el registro; el rotoscopiado captura el movimiento pero le imprime un tono, un clima, un pulso vital que la imagen grabada difícilmente tendría.

La historia transcurre en otro tiempo, los 60, pero la película también parece venir una otra era, una en la que es posible recordar sin rencores, sin lecciones, sin señalizar el pasado con las marcas del presente, sin imprimirle a la memoria las taras políticas de la contemporaneidad y donde hasta es posible permitirse incluso el lujo de la nostalgia, de la pena discreta por la vida que pasa y se lleva la infancia y los amigos y los padres y todo lo que fuimos. Linklater suma además un relato paralelo, el de Stan, el joven protagonista que asegura que formó parte de un proyecto secreto de la NASA previo al lanzamiento del Apollo 11. El Stan adulto, el que narra la epopeya clasificada, está interpretado por la voz de Jack Black en un registro inédito para él: Linklater, tal vez el director que más conoce a Black, lo hace hablar con suavidad y contención, sin la agitación ni los altibajos ni la excitación con las que el actor elaboró un estilo personal. La narración juega todo el tiempo con el estatuto de la historia sin indicar su veracidad o falsedad, y eso termina insuflándole a la película el gusto noble por la adrenalina de la aventura y por el retrato de la infancia como un paraíso perdido que el cine, a fuerza de filmar, dibujar y fabular, por un instante, ayuda a restaurar.

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