Competencia oficial

Por Luciano Salgado

España, 2021, 114′
Dirigida por Gastón Duprat & Mariano Cohn
Con Antonio Banderas, Penélope Cruz, Oscar Martínez, Irene Escolar, José Luis Gómez, Manolo Solo, Nagore Aranburu, Pilar Castro, Juan Grandinetti, Koldo Olabarri, Melina Matthews, Ken Appledorn, Karina Kolokolchykova, Daniel Chamorro, Stephanie Figueira, Xana del Mar

La vejez

Los años pasan por encima de la obra de Cohn-Duprat, quienes película tras película van depurando un estilo que, inicialmente, podía describirse como desprolijo, formalmente pobre, de una limitación formal casi deliberadamente rudimentaria (de hecho siempre me pregunté por la obra de C-D respecto de la obra de José Celestino Campusano, con quien mantienen mas puntos de contacto de los que podríamos pensar, incluso en extremos completamente opuestos del espectro) pero que con el tiempo se propuso una estilización sostenida sobre criterios que estaban en las primeras películas pero sin mayor cirterio identitario: uso sistemático del plano fijo, planos generales combinados con primeros planos casi sin escalas intermedias, elipsis explícitas entre escenas que en general terminan “abiertas”. En definitivas cuentas: Cohn-Duprat ordenaron la forma para manterer, en mayor o menor medida, sus ideas sobre el mundo (hay que dejar afuera a 4×4 , que sostiene los temas de la dupla pero que altera la programática de estilo a la que me referí antes). En ese orden de cosas llega Competencia oficial que versa, nuevamente, sobre el mundillo de las artes con mayor o menor intensidad (arquitectura, literatura, mùsica, pintura, cine, teatro fueron disciplinas que han visitado de forma repetida). Solo que en este caso lo hace con mayor presupuesto. Las mañas continuan intactas, for export, pero intocables.

Competencia oficial es vieja porque sus recursos lo son. Porque su abordaje de la sátira lo es. Porque su perspectiva -a diferencia de artefactos incómodos y geniales en su melancolía como la menospreciada Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo– expresa una certeza absoluta respecto del mundo que retrata (a esta altura un lugar común que habla mucho más de quien señala que del señalado). Desde esa perspectiva limitada, no hay mayor oferta en esta última entrega que las anteriores. Porque en el fondo el credo de la dupla, que es el del desprecio disfrazado de misanotropía cool con las formas del ego artístico, radica en la distancia deshumanizada. De ahí que los planos generales, que los planos conjunto, que los planos desconectados terminen expresando eso que a primera vista puede resultarnos medianamente obvio: no hay interés alguno en las personas, sino que estas son objeto de miradas predeterminadas, predigeridas. Esto, curiosamente, es una moda que retorna cíclicamente, pero que asi como puede subir con la espuma de las pseudosátiras como No miren ariba, de un momento para otro pueden entregarse a la baja sin solución de continuidad. Asimismo no podemos dejar de aclarar que la dupla Cohn-Duprat viene haciendo esto hace rato, por lo que lo suyo no es, precisamente, una moda circunstancial, sino una identidad. Quizás sea el panorama mundial el que haya cambiado. Argentina potencia?

Competencia oficial es, en todo caso, menos una película vieja que una película avejentada, antigua. Quizás porque sus modos no detentan ninguna clase de peligro. Sus dardos no lastiman a nadie. Sus estratagemas no hablan sobre nada que exista realmente (aunque las poco sutiles referencias del personaje de Martinez y su esposa parecieran remitir, sin nombrarlo, a Rafael Spregelburd y su esposa, la narradora infantil Isol). La suya, entonces, es una guerra contra el aire. Es el producto de un señalamiento tranquilizador: el mundo del espectáculo reducido a la imbecilidad más extrema. Los Coen y sus comedias misantrópicas también merodean por acá. Pero la novedad la trae el cambio de mercado. Cohn-Duprat se internacionalizan. Siempre se llega, de alguna forma en particular cuando las agujas del reloj dan toda la vuelta y nos quedamos quietos en un mismo lugar.

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