#Polémica: Dumbo (en contra)

Por Federico Karstulovich

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Dumbo 
EE.UU, 2019, 112′
Dirigida por Tim Burton.
Con Colin Farrell, Michael Keaton, Danny DeVito, Eva Green, Alan Arkin, Nico Parker, Finley Hobbins, Roshan Seth y Lars Eldinger.

No va más

Por Federico Karstulovich


Burton no es Tod Browning. El mundo de freaks del primero es un mundo de integrados. El mundo de freaks del segundo es uno de alteridades. Hay un Burton que no da más. En ese director caben el automatismo de un autorismo autista que huele a naftalina mezclado con una melancolía propia de aquel que se ve caer a sí mismo en ralenti y se aferra desesperado a los costados antes de dar contra el suelo. Burton no es Fellini (pero ha sido capaz de saquear el cine de aquel director de una y todas las manera posibles hasta que esa influencia mediada con la de Waters y alguna que otra más, escondida, se borroneen lo suficiente), pero Dumbo bien podría haber sido la Entrevista (Federico Fellini, 1987) de su propia filmografía. Quizás, en plan de paralelismos, Big Eyes termine cumpliendo ese rol en su carrera, aunque si me preguntan creo que aquella película fallida pero descarnada en relación a la percepción mortuoria de la propia obra creo que se asemeja más al rol que alguna vez tuvo Ginger y Fred (Federico Fellini, 1986).

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Dumbo es una parábola invertida. Comienza, de manera promisoria, con la pesadilla que implica todo circo: pobreza, miseria de distinta clase, dolor, explotación, ausencia de solidaridad, supervivencia. Si bien hablamos más de una reinterpretación de la original antes que de una estricta remake, lo que hace Burton con el inicio permite organizar las piezas de un retrato melancólico. Pero no, Burton no es el Eastwood de Bronco Billy, con su circo de cagados de hambre y de caídos del catre. En Dumbo, como en el peor neorrealismo, la pobreza, la miseria y la desesperación tienen un objeto miserabilista de fondo. Y esto, en alguna medida, no deja de ser la consumación del proyecto burtoniano: lograr que el sufrimiento sea redituable, que el padecimiento tenga alguna clase de componente atractivo y hasta convocante. Ese imaginario de pobres lustrosos, de miseria articulada, de tristeza sin padecimiento no era originario en Disney. Incluso podríamos decir que el primer Disney supo hacer del sufrimiento, del padecimiento, de la oscuridad, un elemento fundante. El Disney al que retorna Burton construye un mundo invertido: el de la entrega del mainstream a una visión autoral que tiene como horizonte su propia mutilación.

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Disney, en definitiva, está logrando lo imposible: potencial el costado más autoindulgente de Burton, lo peor de su propia obra. Pero al mismo tiempo releyendo de manera esterilizada a su propia tradición de expulsados del sistema, de freaks, de raros sin redención. Porque si algo ha construído la obra de Burton en el lapso de tres décadas y un poco más, es esa notable alteración: pasar de un mundo de tristes sin horizonte (El joven manos de tijeras, Ed Wood) a un mundo de integrados sin tristeza perdurable. En los primeros siempre el mundo podía ser luminoso pero terminaba confirmando que la melancolía era una forma posible y humana de habitar el mundo. En el segundo caso, tras el retorno de Burton a Disney, fundamentalmente, lo que se produce es la confirmación de que la tristeza, el dolor, el padecimiento o cualquier cosa que se asemeje al crecimiento, debe ser cercenado, castrado.

Dumbo es un paso más en la dirección que consolida una idea sobre la cual hemos hablado en esta revista en varias ocasiones: a veces hacer un cine personal también es morir un poco. De repente, como quien no quiere la cosa, uno comienza a recordar El planeta de los simios con algo de simpatía. Al menos la pretensión detrás de aquella carecía de una visión autoral.

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