El mundo entero

Por Marcos Rodríguez

Argentina, 2020, 78′
Dirigida por Sebastián Martínez

Aguas mágicas

El mundo está en los detalles. Las flores de un vitral. Las volutas de un decorado. Las formas del trazado de una plaza. Un rosetón. Una escalera. Cristalería de Bohemia. Souvenirs de una ciudad balnearia. Es ahí donde El mundo entero encuentra su sentido: en las claves, rincones y gestos materiales, concretos, que quedan de lo que fue el plan de construir esa ciudad mastodonte conocida como Piriápolis. La ciudad que lleva el nombre de su fundador. Al rastrear esos pequeños indicios, esas pistas (o más bien ruinas) la película construye, con evidencia material, delicada, puesta minuciosamente frente a la cámara, un relato de los objetos. El relato de un pasado opulento. Un pasado que se disolvió. Esa narración de las cosas que fueron construidas y lo que de ellas sobrevive hasta nuestros días es el gran hallazgo de la película.

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La situación es diferente cuando la película busca construir la biografía de Francisco Piria, personaje fascinante, un tanto descomunal, pero que se desdibuja en el relato. Piria es un personaje infinito, dice la película. Es posible. Sin embargo, lo que muestra El mundo entero es más bien un personaje doble: el chanta genial con ojo para los negocios y el (supuesto) místico consumado que habría alcanzado el grado máximo de sabiduría, la piedra filosofal y la vida eterna. No hay, sin embargo, una explicación de cómo se articulan esas dos caras. Tampoco hay una explicación del todo clara de cómo ese ojo desfachatado que le permitió, por ejemplo, inventar la publicidad masiva cuando aún no existía o teñir perritos para venderlos como extravagancias, le permitió construir una fortuna tan gigantesca como la que intuimos que necesitó para construir él solo una ciudad entera. Y una ciudad opulenta. Hay destellos, hitos biográficos, puntos que se van tirando como para tratar de cubrir el vasto campo de una vida amplia, sin llegar a explicar o describir del todo nada en particular. Nació así, creció así, este fue su primer negocio, tuvo otros negocios y después tuvo la idea/locura de construir Piriápolis. No sería fácil explicar una vida así, pero El mundo entero tampoco lo intenta: cubre las bases de la biografía sin ahondar demasiado, avanza con pulcritud porque tiene demasiado para contar y poco tiempo para contarlo. No queda claro si la película sabe exactamente qué es lo que busca contar: si a Piria o a su ciudad/monumento. Uno tendería a pensar que el verdadero protagonista de El mundo entero es Piriápolis, pero la realidad es que el hilo narrativo se construye en torno a la vida de Francisco Piria y lo acompaña hasta su muerte, pero luego no continúa con la historia de Piriápolis.

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Uno de los elementos que se nota más fuerte por su ausencia es una exploración o indagación sobre lo que fue de la ciudad de Piriápolis una vez que murió Piria: esa decadencia que vemos constantemente, a cada rincón, que no podemos soslayar pero que la película no aborda directamente. Sobre los minutos finales, el narrador explica brevemente: una vez que murió Piria, la ciudad quedó en manos de funcionarios que no estuvieron a la altura de su misión. Suena bien para glorificar de forma rápida a Piria, pero no explica nada y pasa por alto una cuestión fundamental: los planes de Francisco Piria para su ciudad son realmente fascinantes, pero la realidad de una obra concreta, materializada y que debe atravesar el paso del tiempo es mucho más compleja que sus planes iniciales. El mundo entero no aborda eso, como no aborda prácticamente el contexto en el que existió Piria, más allá de algunas pinceladas anecdóticas. El mundo entero no está interesada en este mundo nuestro, sino en ese mundo (entero) que al parecer quiso construir Piria, y que estaría atravesado por las ideas y las claves de la alquimia y la masonería.

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Es claro que la película se divierte más cuando entra a explorar los costados místicos de la ciudad balnearia, las conjeturas de herederos, sectas y personajes que aseguran (probablemente con razón) que Francisco Piria hacía todo lo que hacía siguiendo preceptos místicos que quedaron marcados en su obra. Qué significan exactamente esos preceptos no queda claro. Hay conjeturas, hay insinuaciones, hasta hay un ritual con gente vestida con ropajes extraños y con la cara pintada que camina alrededor de un fuego mientras recita cosas. La película los muestra. Su insistencia en volver una y otra vez sobre estas explicaciones demuestra que, si no las cree, por lo menos las encuentra más interesantes que las explicaciones pedestres y puramente comerciales. Pero, al final, tampoco se juega por el delirio, no se entrega al misticismo. Jugar al juego de la objetividad (un tanto relativa, porque se habla y mucho sobre las explicaciones esotéricas) cuando está involucrado un elemento así de abstracto y absorbente resulta complejo.

¿Piria era genial porque te vendía chucherías mejor que nadie y porque tuvo la visión de importar la idea del turismo de lujo cuando por acá no existía? ¿O era genial porque era un sabio trascendental que se animó a construir una ciudad entera que está cargada de símbolos que hacen que ese rincón del mundo tenga una energía especial? ¿Piriápolis es así de místico/fascinante y todos deberíamos correr en manada para ir a vivir ahí porque tenés la sabiduría garantizada? ¿O el viejo Piria les metió el curro del misticismo masónico a sus futuros clientes del balneario para convencerlos? ¿Las aguas minerales de Piriápolis de verdad curan todos los males o era una chantada publicitaria? No queda claro qué mirada plantea la película, y eso es un problema.

En cine, la objetividad suele ser una desventaja.

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