El primer hombre en la luna

Por Sergio Monsalve

First Man
Estados Unidos, 2019, 141′
Dirigida por Damien Chazelle.
Con Ryan Gosling, Claire Foy, Jason Clarke, Kyle Chandler, Corey Stoll, Patrick Fugit, Christopher Abbott, Ciarán Hinds, Olivia Hamilton, Pablo Schreiber, Shea Whigham, Lukas Haas y Brian d’Arcy James.

El primero y el último

¿Por qué se interrumpió la carrera espacial, hacia el principal satélite de la tierra, después de los hitos de 1969 y 1972? A unas preguntas tan complejas quiere brindar respuesta el cerebral filme de Damien Chazelle, un realizador polémico y descollante de su generación. Divide las aguas como pocos. Lo volvió a hacer con su nuevo filme sobre la inquietante figura de Neil Amstrong, mitad antihéroe roto, mitad alter ego del joven autor.

Se quejan los colegas del patio por la falta de profundidad en el retrato del protagonista. Algunas veces no entiendo a mis compañeros de trabajo. En una época era moneda corriente molestarse por el excesivo psicologismo de manual de la escuela hollywoodense. Más recientemente leemos análisis sesudos que cuestionan la escasa empatía del astronauta interpretado por un contenido y casi asperger, Ryan Gosling, en un papel que remite a su perfil torturado y kamikaze de Only god forgives y Drive. El actor ha impuesto un registro de perfomance minimalista que lo aproxima a los predios del Alain Delon de El Samurai.

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Por eso he sentido que El primer hombre en la luna es una experiencia inmersiva que puede resultar del cruce de la obra de Jean Pierre Melville, el Kubrick de 2001 y el Nolan de Dunkerque, logrando actualizar la potencia expresiva del drama épico de Phillip Kaufmann, The Right Stuff, solo que la perspectiva de Demien condice su fama de niño maldito, al encapsular una visión pesadillesca del sueño americano dentro de una aparente construcción idealizada y bucólica del poder de la NASA.

Spielberg se mantiene en un discreto segundo plano, encargándose de la producción. En manos de Steven, quizás tendríamos un largometraje con un final feliz e impostado como el que dañó a Inteligencia Artificial. Chazelle, en cambio, ha corregido la inseguridad de concluir la historia de forma condescendiente al estilo de La La land, entre dos notas de falsedad alternativa.

En efecto, su tercera cinta empieza y termina en un cementerio de recuerdos, nostalgias y relatos personales que son los de un género, un país, un mundo, una memoria, una era y una propuesta del cine espectáculo en la globalización.

Vemos que el personaje sangra, tras el impacto de un accidente. El cuerpo de Neil Amstrong sufrirá el mismo martirio de un pugilista que se prepara para su batalla a muerte en once rounds, de un piloto suicida, de un soldado que asume su rol de carne de cañón de la guerra fría, de una víctima de una corporación fría del procesamiento tecnológico, de un arquetipo de la pasión de Cristo. Por ende, regresa el dolor de Whiplash o la crónica negrísima del sacrificio millenial en pos de un éxito sordo, aturdido y selfie, cuyas consecuencias desbordan a la civilización del stress.

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El argumento explora los límites del relato mesiánico, abrigando las fases del calvario y la resurrección, desde una narrativa apocalíptica y coppolliana que no da tregua al espectador. Objeto, como único desliz creativo, la inclusión de una tonada melosa en la secuencia del aterrizaje en la luna. En el resto de su entramado conceptual, el filme respeta la idea de mostrar su Dark side of The Moon, ofreciéndole resistencia al posible anacronismo de 2001.

Es de notar que la construcción dramática comparte un origen y un desenlace con la historia de Arthur Clarke, adaptada por el creador de La Naranja Mecánica. La diferencia estriba en el enfoque naturalista e hiperrealista que emplea Chazelle, para marcar distancia de sus fuentes de inspiración. Así, la representación prolija de los cohetes y sus maquinarías no desembocarán en un cúmulo de imágenes preciosistas, perfectamente filmadas bajo la perspectiva central.

Neil Amstrong abordará unas verdaderas máquinas de tortura y autodestrucción, llenas de desperfectos, de botones y de artilugios que provocan nauseas, heridas, aflicciones mentales, dolores, desmayos, quemaduras, explosiones y accidentes letales. Si la tecnología de Kubrick asesinaba con la palabra y la voz de un programa antiséptico, la súper estructura de Chazelle aniquila por su juego macabro de ensayo y error.

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El estado devora a sus hijos, a sus ciudadanos, a sus líderes y emblemas en pos de un interés bélico de conquista y colonización. Frente al poder, Damien Chazelle agita la conciencia con un docudrama de una inclemencia que revalida el legado de Peter Watkins, a través de una estética de cámaras en mano y agitaciones frenéticas en close up.

Según el filtro de una óptica subjetiva, pisamos la luna con los ojos y el casco de Neil Amstrong. Somos con él los que contemplamos el vacío de una empresa estéril, la anomalía de una operación, el populismo de los políticos de la escuela JFK, la deshumanización de la cuarentena y la incertidumbre que embarga el futuro de cualquier misión redentora.

Cuando las audiencias exigen consuelo y esperanza a cambio de su entrada, El primer hombre en la luna ha decidido plantar su pie en un espacio arenoso y funerario, en las antípodas de tanta secuela demagógica y de la propia Gravedad.

Un luto que marca por siempre el proyecto de volver a la luna.

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