El último duelo

Por Rodrigo Martín Seijas

The Last Duel
EE.UU., 2021, 152′
Dirigida por Ridley Scott
Con Matt Damon, Adam Driver, Ben Affleck, Jodie Comer, Harriet Walter, Nathaniel Parker, Marton Csokas, Sam Hazeldine, Michael McElhatton, Zeljko Ivanek, Alex Lawther, Clive Russell, William Houston, Ian Pirie, Julian Firth, Caoimhe O’Malley, Serena Kennedy, Bosco Hogan, Kevin McGahern, Florian Hutter, Zoe Bruneau, Brian F. Mulvey, Simone Collins, Paul Bandey, Thomas Silberstein, Kyle Hixon, Daniel Horn, Jérome Verney

La verdad manipulada

Hubo un tiempo donde Ridley Scott fue un cineasta capaz de innovar y marcar tendencia a futuro: Los duelistas, Alien, Blade runner, incluso Thelma y Louise -a pesar de lo sobrevalorada que fue- eran películas que, desde diversos ángulos genéricos, se anticipaban a su tiempo o delineaban un posible camino a seguir. Con el tiempo, fue perdiendo esa magia y conservó, a lo sumo, la pericia de un artesano cuyo nombre conserva más prestigio de lo que realmente merece. Su talento ya no aparece siquiera en películas puntuales -como en el caso de Ron Howard, que de repente entrega films más que atractivos, como Frost/Nixon o Rush-, sino en pasajes o fragmentos de ellas. Por eso Gladiador, Gángster americano o Misión rescate son películas de destellos, de momentos contados donde todo se acomoda para bien, en vez de obras totalmente redondas. Quizás sea porque Scott ya no es capaz de sorprender con algo nuevo, sino a lo sumo de imitar con bastante habilidad, con lo que ha pasado a seguir las modas antes que inventarlas. 

Y esto nos lleva a El último duelo, que es una película hecha no para dialogar -el diálogo implica un intercambio entre iguales, donde las partes se retroalimentan-, sino para decirle lo que quiere escuchar al progresismo occidental respecto a la masculinidad y la feminidad. La excusa es la historia real sobre el último duelo sancionado en Francia, entre el caballero Jean de Carrouges (Matt Damon) y el escudero Jacques Le Bris (Adam Driver), luego de que la esposa del primero, Marguerite (Jodie Comer), acusa al segundo de haberla violado. Lo que hace el relato es narrar la sucesión de hechos -que van desde las conflictividades previas entre los nobles, el evento que hace estallar las tensiones, las instancias judiciales y finalmente el juicio por combate- a través de las miradas de los tres protagonistas. De ahí que el film se divida en sendos capítulos: “la verdad según Jean de Carrouges”; “la verdad según Jacques Le Bris”; y “la verdad según Marguerite de Carrouges”. Son episodios que en cierto modo se complementan, pero mayormente se contraponen, en un esquema similar al de Rashomon, aquel gran film de Akira Kurosawa.

Convengamos que, principalmente en sus dos primeros capítulos, El último duelo -a pesar de unas cuantas remarcaciones- se muestra bastante consistente como una sucesión de intrigas donde Jean de Carrouges y Jacques Le Bris son dos hombres que actúan en base no solo a sus respectivos intereses, sino también a sus virtudes, defectos, formaciones y recorridos históricos. En el medio, un despliegue de contextos palaciegos donde son claves las alianzas no solo para escalar posiciones, sino incluso para mantenerlas. Ahí ya se intuye que hay mucho de lucha de egos entre ambas partes en pugna, con terceras partes con mayor poder que, con sus decisiones, evidencian que algunos caprichos superficiales tienen consecuencias profundas. En eso, el personaje de Ben Affleck, un noble que toma como favorito a Le Bris y siempre tercia a su favor, perjudicando sistemáticamente a de Carrouges, es tan divertido como interesante, porque sus divismos muestran cómo muchos discursos altisonantes sobre el honor o el deber son puro artificio.

Pero si la película ya mostraba indicios de querer congraciarse con la corrección política, cuando llega la tercera parte, correspondiente a la versión de Marguerite, se derrumba por completo y termina de perder toda complejidad y ambigüedad. A partir de ahí, el guión co-escrito por Affleck y Damon (que pareciera que estuvieran expiando sus propias culpas masculinas) emprende una construcción feminista extremadamente esquemática, que roza lo inverosímil. No se trata tanto de la postura ideológica que se exhibe sino de las formas y, especialmente, del diseño de los personajes: la Marguerite que muestra El último duelo parece una militante del movimiento #MeToo trasladada a la Edad Media, con muestras de súbito “empoderamiento” casi risibles y monólogos que muestran un lenguaje cuasi contemporáneo. Si Scott consigue delinear un medievalismo creíble en los primeros dos tercios del film, en los momentos decisivos, cuando debe mostrar la resolución de los conflictos, se muestra incapaz de otorgarle ambigüedad a las conductas de los protagonistas, que quedan convertidos en meros estereotipos.Con la consolidación de una visión extremadamente simplista, donde los hombres son sexistas, machistas, inseguros y mentirosos, mientras que Marguerite es un ser puro y adelantado a su tiempo, la puesta en escena de Scott cede por completo a una agenda ideológica que busca reescribir la historia de acuerdo a sus propios preceptos, descalificando cualquier otra mirada. El último duelo es una película invadida por la culpa del presente y, al mismo tiempo, incapaz de entablar un diálogo verdaderamente plural y democrático con un pasado al cual nunca intenta comprender en toda su dimensión.

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