Los buscadores
Paraguay, 2017, 102′
Dirigida por Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori.
Con Tomás Arredondo, Cecilia Torres, Christian Ferreira, Mario Toñanez, Sandra Sanabria, Leticia Panambi Sosa y Nelly Davalos.
La aventura como tesoro
Por Rodrigo Martín Seijas
El relato de aventuras implica la mayoría de las veces algún tipo de búsqueda, investigación o exploración. Pero esa pesquisa no solo la emprenden los personajes, sino también los autores: el tesoro que buscan es una estructura narrativa que sepa capturar la atención del espectador, que tenga un diseño preciso pero a la vez la suficiente fluidez para permitirse la espontaneidad de lo inesperado. Esa odisea física (la de los personajes) pero también estética (la de los realizadores) también está presente en Los buscadores, película que es un ovni dentro del cine latinoamericano.
El planteo de base es extremadamente simple: hay un tesoro casi legendario y que supone una fortuna, un grupo protagónico que va en busca de ese premio, un mapa (o más bien una serie de mapas), indicios, pistas. Y claro, la vocación y hasta pulsión por el descubrimiento de un conjunto de personas que ingresan a un mundo de misterios tan desconocidos como fascinantes. Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori parecen entender las virtudes de este proceso inicial casi a la perfección, y por eso la primera hora de la película posee un dinamismo atrapante, donde hasta las secuencias que podrían calificarse de arbitrarias ostentan una energía arrolladora.
Hay además un contexto socio-económico, pero que en esos primeros sesenta minutos es funcional a la construcción de los personajes: el film explota las potencialidades de los espacios urbanos, otorgándoles características enigmáticas, porque son lugares de exploración e investigación; resaltando a la vez lo justo y necesario la pertenencia de clase de los protagonistas. Estamos ante una historia de laburantes, que aún en el medio de los padecimientos económicos y la urgencia por ganarse el mango, son capaces de pensar y ansiar (casi hasta la obsesión) una investigación plagada de incertidumbre. Lo incierto, lo desconocido (siguiendo con la gran tradición del cine de aventuras) -aún dentro del cálculo y el retrato social- es lo que moviliza a la película, es el motor de la ambición, el peligro, la diversión y hasta del romance.
Esa primera hora de Los buscadores está repleta de expectativas y promesas, porque el tesoro narrativo parece estar al alcance de la mano. Sin embargo, en la media hora final, cuando el film se obliga a sí mismo a presentar antagonistas y una lectura social más tangible, es cuando da la impresión de que el tesoro se escapa un poco. La intriga sigue presente y firme, pero surge una dosis importante de confusión a partir de la constante necesidad de acumular giros pretendidamente astutos, que le terminan quitando verosimilitud a la trama construida hasta ese momento. A la par, va quedando establecida una especie de lucha entre pobres en pequeña escala, una competencia sin cuartel por alcanzar no tanto un objeto legendario, sino una vía de progreso económico. En el medio, los componentes aventureros quedan disueltos o postergados, como si lo más relevante no terminara siendo el género de base sino el “comentario social” que se pretende transmitir.
Aún así, con sus contradicciones a cuestas, con su final abierto que niega respuestas que podrían haber sido satisfactorias para la narración, Los buscadores no deja de marcar un posible camino para la aventura en el cine latinoamericano, como si fuera un mapa (aún incompleto) para llegar a la fórmula adecuada. La respuesta no pasa por el presupuesto o los medios técnicos, sino por una verdadera vocación/amor por los géneros, por tener confianza en lo que se narra, por el cariño hacia los personajes y claro, nada menor, el hecho de hallar una historia que sume todos los elementos de una manera apropiada como respuesta definitiva. Ese tesoro narrativo puede ser difícil de hallar para el cine latinoamericano, pero está ahí, esperando ser encontrado.
