Moonage Daydream

Por Maximiliano Corti

EE.UU., 2022, 135′
Dirigida por Brett Morgen
Con intervenciones de David Bowie

El hombre inquieto

Hay una frase famosa de Mick Jagger acerca de David Bowie (repetida en miles de artículos bajo la misma fórmula “Hay una frase famosa de Mick Jagger acerca de David Bowie…”) que dice “Nunca uses un par de zapatos nuevos delante de él”, haciendo alusión a la cualidad de Bowie de tomar ideas ajenas y usarlas en su provecho. Hay otra frase de Mick Jagger que yo recuerdo, que no pude volver a encontrar, y que posiblemente sea una paráfrasis o una continuación de la anterior, que dice que si Bowie ve tus zapatos y se los pone, todo el mundo va a pensar que él fue el primero en usarlos. Sea auténtica o apócrifa, lo cierto es que esta frase describe muy bien lo que es el logro de un verdadero artista: no precisamente mostrarnos algo por primera vez, sino hacernos creer que nos lo está mostrando por primera vez. Eso es precisamente lo que también logra Brett Morgen con su película: la construye con miles de ideas sacadas de otros lados, animaciones como Yellow Submarine, películas clásicas, videoclips de otros artistas o los de Bowie que vimos mil veces, pero de alguna manera, en base a otros muchos méritos, consigue darnos la sensación de que se trata de ideas suyas, lo cual es, en consecuencia, una representación de lo que es la obra de Bowie. Es cierto que Bowie no se diferencia de otros artistas en que se vale de imágenes ajenas para construir su obra, si es que hay algún artista que no lo haga. Es sólo que Bowie nos expone sus ejemplos (mientras nos esconde otros), en una continua declaración explícita que en la música pop se remonta a la tapa del Sgt. Pepper (recordar la lista de influencias en el booklet de Buddha of Suburbia). Lejos de ser un ladrón que nos oculta que se apropia de algo ajeno, nos confiesa que se está valiendo de algo que no es propio. Todo artista tiene un poco del pintor que pinta la propia villa a través del maestro al que imita.

El logro de Morgen es que con su película refleja no sólo este aspecto de la obra de Bowie, sino también otros como su proverbial carácter camaleónico, derivado del concepto de impermanencia de la filosofía budista (Bowie es nietzscheano, como ese otro genio antiplatónico del glam, su amigo-rival Marc Bolan, es beatnik, es dandy, es un fascista sci-fi, es crooner…), o la diversidad de disciplinas a las que se aboca. Y lo hace no con un documental que explica a Bowie o nos lo cuenta, sino que nos lo hace sentir, a la manera de un sueño o de una meditación en la que se experimentan los conceptos del Buda cuya interpretación intelectual no nos resultaría útil. El mismo documental se convierte en una suerte de canción de Bowie, o disco de Bowie, u obra y vida de Bowie condensadas en 140 minutos, editadas como a través de técnica de recortes que Bowie tomó de Burroughs, en las que podemos vivirlos, a diferencia de cualquier otro documental que nos enumera datos y opiniones que podríamos buscar en internet. En eso se parece a otro gran documental del rock, The Kids are Alright, de Jeff Stein, que se valía de un montaje un tanto caprichoso de interpretaciones, apariciones televisivas y fragmentos de entrevistas de los Who para representar el espíritu anárquico de la banda (cualidad intercambiable con la del documental de Bowie, ya que, dejando a un lado los lugares comunes, éste tiene tanto de anárquico como los Who de camaleónicos). Como ejemplo en que nada de esto ocurre se puede mencionar la reciente Velvet Underground, de Todd Haynes, en la que el director se propone recrear la escena, el espíritu y las influencias de la banda mezclando las entrevistas con imágenes de arte moderno (usando más que nada la pantalla dividida), pero donde, en una escisión entre propósito y resultado, todo el esfuerzo no queda más que en un trabajo frío que nada tiene que ver con la fascinante frialdad de la banda. Un poco lo mismo puede decirse de Gimme Danger, la película de Jarmusch sobre los Stooges, otro documental del tipo “ahora tenemos que hablar de…” (sea muerte de miembro de la banda, nuevo disco, etc), donde el dictamen del director “la más grande banda de rock and roll del mundo” está lejos de ser suficiente para darle un poco de calor a su trabajo, y que anticipa la pereza que puede verse en su nueva comedia de zombies. A diferencia de estos ejemplos, que tal vez nacieron de una buena idea cuya ejecución luego es claramente fallida, muy posiblemente porque el director se aburrió en el camino, si hay algo que nos hace sentir el documental sobre Bowie es que Morgen está sintiendo cada una de las decisiones que toma a lo largo del largo proceso que le llevó hacerlo. Hace unos días, una escritora muy mediocre que está de moda, criticaba en Moonage Daydream que el director no se tomaba más tiempo para mostrar el trabajo de Bowie en los años 90. ¿Y por qué debería? ¿No está claro que ése no es el tipo de documental que quiso hacer?     

Bowie era muy generoso en cuanto a darnos una explicación o una opinión sobre su propia obra y sobre aquello que le interesaba, un artista articulado, culto y profundo, uno de esos raros ejemplos de artistas que son, o aparentan ser, explícitos y cabales. Desde un lugar más cercano a la filosofía, se parece un poco a un Cronenberg en su jueguito de artista-científico que es la única voz completa y autorizada para hablar sobre lo que se propuso, sobre lo que consiguió o sobre lo que lo motivó. Otros artistas, me vienen los ejemplos de Hitchcock y de Borges, son más elusivos, más ocultadores, más ambiguos, más lacónicos, un poco como si quisieran dejarnos a nosotros el trabajo de interpretarlos. Otros, aunque grandes artistas, pueden tener (misterios de la creación artística) grandes dificultades para explicar lo quisieron hacer. Esta palabra hablada de Bowie, presente en el documental a través de entrevistas o grabaciones, y que junto a las imágenes y la música conforman un tono hipnótico u onírico, cumple un poco la función de la misma banda sonora, como si no importara tanto lo que Bowie dice (un poco oscuro por momentos), sino como si fuera parte de su torrente de la consciencia dentro de ese sueño que estamos viendo en la pantalla.

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