Toy Story 4

Por Rodolfo Weisskirch

Toy Story 4 
EE.UU., 2019, 100′
Dirigida por Josh Cooley
Con voces de Tom Hanks, Tim Allen, Annie Potts, Tony Hale, Keegan-Michael Key, Madeleine McGraw, Christina Hendricks, Jordan Peele, Keanu Reeves, Ally Maki, Jay Hernandez, Joan Cusack, Emily Davis, Wallace Shawn, John Ratzenberger, Don Rickles, Jeff Garlin, Laurie Metcalf, Steve Purcell, Mel Brooks, Alan Oppenheimer, Carol Burnett, Betty White, Carl Reiner, Bill Hader, Patricia Arquette, Timothy Dalton y Flea.

Al infinito…

Por Rodolfo Weisskirch

¿Para qué fuimos creados? ¿Cuál es nuestra función en este mundo? Si bien el cine no cesó de preguntarse esto directa o indirectamente, en los últimos años en particular, sobre todo a partir de derivaciones propias de las adaptaciones de los universos literarios de Phillip K. Dick e Isaac Asimov, esto se multiplicó y focalizó con el robot como figura central. El cuestionamiento en torno a la propia existencia, su utilidad y la conciencia inmortal de saber que se seguirá existiendo después que la especie humana se extinga sumaba un nivel de angustia que películas como Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001) o Blade Runner (Ridley Scott, 1982) supieron llevar al paroxismo. Ahora bien… ¿Se podría aplicar esta idea a los juguetes de Toy Story?  

Claro que, lo que en aquellas películas de ciencia ficción se abordaba con no poca solemnidad y pomposidad, en la saga de Pixar es planteado con humor y aparente inocencia, poniendo el eje, nuevamente, en el sistema del cine de aventuras. No obstante esa ligereza, esa musculatura narrativa, esa velocidad jamas permite perder la esencia conceptual sobre el fin existencial de los personajes. La saga, en esta cuarta salida, sigue siendo fiel a sí misma, porque suya es la conciencia de lo narrado y del mundo que construye con melancolía.

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En la saga Toy Story los juguetes tienen vida porque sí. Nadie les dio la vida. Es parte de la fábula animada. Así como un ratón puede convertirse en aprendiz de brujo o cazador, o un pato puede llegar a ser un marinero, los juguetes viven en un universo paralelo a los humanos, completamente conscientes de que cuando un niño o adulto están cerca de ellos, deben quedar estáticos. Es parte de su educación y naturaleza. Y nadie pide que esto sea verosímil con el mundo real. Pixar mostró los códigos desde el principio y todo el mundo los aceptó. Pero no es un dato menor: esa gratuidad de la creación en alguna medida también quita del medio el problema de la génesis vital, algo que si estaba en las mencionadas películas de ciencia ficción. Eso le quita complejidad a lo narrado? No, bien por el contrario se la agrega.

En la primera entrega, Buzz Lightyear toma conciencia que no es quién cree que es. No es un verdadero y único comandante del espacio. Descubre su fragilidad, limitaciones y sobre todo, que es propiedad de alguien. Su arco dramático reside en aceptar esa limitación. Porque los juguetes, al fin de cuentas, son todos esclavos felices. Su función es divertir a los niños, estar a su servicio y nada los hace más útiles que eso. Sirven a un propósito. O al menos eso les hicieron creer. Woody, entonces, es quien crea esa ilusión y se la transmite a todos no sin un máximo de demagogia. “Los juguetes deben estar unidos, pero sobretodo deben servir a su niño”.

Este concepto de posesividad es reforzado en la segunda entrega, en la que se profundizan lazos de amistad y la unión del grupo heterogéneo frente a la homogeneidad de los lazos de familia. En esta secuela está presente, no solo el valor que cada integrante tiene dentro del grupo, sino también el valor trascendental. La conciencia, dato no menor, también trae aparejada una conciencia de pertenencia a un sistema de intercambios. Toy Story 2, en retrospectiva, es la peor entrega de la saga. Aún cuando tiene un espíritu de aventura superior a la primera, pierde un poco esa inocencia que caracteriza a la saga ya que, aunque sea indirectamente, el cuestionamiento del valor afectivo frente al valor económico, no deja de implicar una conciencia distinta de parte de los personajes. No deja de ser una conciencia de trascendencia, pero asociada a una pérdida de la inocencia.

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Toy Story 3 fue la mejor de todas. No solo porque brindó una escena inicial arrolladora, deudora de John Ford con Monument Valley de fondo y todo, sino porque también es la primera en la que hizo patente el paso del tiempo, haciéndose presentes más que nunca los cuestionamientos sobre el crecimiento, la mortalidad y la trascendencia, aún más allá de la posesividad. Pocos films de animación han sabido dar cuenta de esto. Si los juguetes son figuras inmortales, que pasan de mano en mano, Disney y Pixar encontraron una perfecta forma de reencarnación. Los propietarios pueden irse, abandonarlos, morir, pero ellos van a seguir existiendo… siempre y cuando alguien juegue con ellos. Vivir mil vidas en una.

Toy Story 4, entonces, hace un nuevo planteo. ¿Qué pasa si los juguetes pudieran tener libre albedrío? ¿Qué pasaría si un juguete que no tiene dueño no es un juguete perdido, sino un juguete capaz de decidir su destino? Si en efecto pudieran decidir ser objeto de una sola persona o de varias. Si querer quedarse en un solo lugar o ver el mundo. Elegir, al final de cuentas, con toda la angustia que ello conlleva: cuando se elige algo un camino queda afuera. En esta lógica, es Woody quién cambia su visión del mundo esta vez. El recorrido estructural es sumamente ingenioso, precisamente porque da cuenta de esa evolución a lo largo de la saga. En este sentido, en su más plena conciencia, el guion de Toy Story 4 es, a mi modesto entender, uno de los mejores que ha dado el cine estadounidense en décadas.

Hay, en TS4 dos líneas narrativas que se cruzan. Por un lado, la desaparición de Bo Peep, la pastorcita inocente de las dos primeras películas, cuya única función era ser una especie de vínculo romántico de Woody. Pero esta vez, Bo Peep -acorde con los tiempos que corren- es una figura de acción, independiente, que toma sus propias decisiones e influencia a Woody en las decisiones que tome a futuro. La otra línea narrativa, en cambio, viene de la mano de Forky, un juguete que nunca estuvo destinado a ser tal: una mezcla de cuchara y tenedor descartable, que mediante la imaginación de Bonnie –la heredera de los juguetes de Andy- se convierte en el nuevo integrante de la pandilla de Woody y Buzz. De hecho Forky no desea ser juguete, no entiende su función como tal porque lo que más conoce es la basura. Ser basura. ¿Qué hay de malo en ser desecho? Esta segunda línea, por lo tanto, tiene como punto de partida a Woody convenciendo a Forky de que acepte su nueva condición, en alguna medida de una forma muy similar al proceso de toma de conciencia de Buzz en la primera película de la saga.

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Ambas líneas narrativas se unen cuando Woody, Forky y Bo Peep terminan en una tienda de antigüedades, bastante similar al espacio que el coleccionista de la segunda parte tenía para Jessie y sus compañeros. Ahí conocen a Gabby Gabby, una muñeca de los años 50 que desea que una niña la lleve con ella. En ese contexto la película hace muy consciente los cambios en la mentalidad que la sociedad ha experimentado desde 1995 (año de inicio de la saga) hasta ahora. Esa transformación está representada en Woody, que sin dejar el carácter de héroe sacrifica sus ideales iniciales –y parte de su cuerpo- para conseguir el consenso del grupo, y el bienestar común. El espacio y los patrones narrativos permiten por un lado narrar pero al mismo tiempo revisar la propia historia de todas las películas anteriores a esta cuarta entrega.

Hay también un cambio en el tono, que diferencia a esta parte de la saga con respecto a las anteriores. Hay ironía, si. Pero también una dosis de cinismo que incluso relativiza el costado más sensiblero de las primeras entregas. A diferencia de la segunda y la tercera parte, TS4 exhibe el rechazo y crueldad de los niños hacia los juguetes con acidez. Un ejemplo de esto lo muestra la historia de Duke Kaboom –personaje que resalta por ser una sátira canadiense a Evel Knievel, a quién Keanu Reeves le aporta su voz-, quien con su resentimiento contra el niño que lo abandonó, demuestra una madurez y una reflexividad notable en la forma que Pixar decide mostrar el backstory de un personaje. Tragedia más tiempo es comedia. Y esto es evidente para TS4.

Progresivamente TS4 va recorriendo lugares comunes de toda la saga y también autocorrigiendo “errores” del pasado. Como si se permitera releer las tres películas previas desde otra óptica. No recuerdo otra saga que haya hecho lo mismo. En vez de apelar a la nostalgia, a la comodidad, a lo seguro, en esta cuarta parte apuestan por un concepto distinto: dejar el pasado atrás y abrazar el presente. Podríamos apelar a cierta corrección política evidente, es cierto, pero también ese cambio es parte de la conciencia del paso del tiempo.

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Esto no quita que haya momentos genuinamente emocionantes, pero nunca fuera de lugar. Esto habla de una evolución en la forma en la que Pixar ve el mundo. Los personajes eligen con quién ir, eligen quién va a ser su dueño, pero no para ser una posesión, sino para brindar ayuda. De hecho, en uno de los mejores gags del film, se traduce el deseo de distribución equitativa de los juguetes como forma de libertad, en oposición a una engañosa meritocracia.

Es cierto, también, que a diferencia de la tercera parte, TS4 es menos épica y romántica en su mirada, pero inevitablemente es más consistente con lo que propone. No hay un solo personaje secundario que no tenga su brillo o su revancha –por favor, nadie se pierda el último segundo, cuando después de todos los créditos, reaparecen dos personajes en el logo de la compañía- y no hay una sola trama con agujeros narrativos. 

Se va a convertir en el mejor film del 2019? Es posible. Su capacidad de reflexión sobre los procesos de pérdida de la inocencia y el aprendizaje propio de la madurez es infrecuente, por eso puede narrar sin verbalizar ni enfatizar. Acaso suceda eso porque estamos ante una revisión no solo de toda una saga sino también del origen de los propios estudios, a través del cameo de un personaje emblemático de la compañía creado por Lasseter y Jobs. 

Toy Story 4 es la confirmación que Pixar es una fuerza cinematográfica aislada del resto de la industria hollywoodense, que sigue aprendiendo todos los días de la maestría de Miyazaki para crear mundos múltiples, voluminosos, ricos en matices. El resultado es tan redondo, como impecable. El desenlace cierra una de las relaciones más maravillosas que dio el cine en las últimas tres décadas, con una coherencia que parece haber sido planeada desde la primera película. Hay sabor a despedida, pero también a un hasta luego.

Y sí, la verdad es que dan ganas de seguir jugando con estos personajes, como si fueran verdaderos amigos, hasta el infinito… y más allá.  

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