Dossier Estudio Ghibli (XIII): El cuento de la princesa Kaguya

Por Carla Leonardi

El cuento de la princesa Kaguya (Kaguya-hime no Monogatari) 
Japón, 2013, 137′
Dirigida por Isao Takahata

Aquellas pequeñas cosas

Por Carla Leonardi

El último largometraje de Isao Takahata abre con la voz en off de la narradora comienza con el elemento fantástico de un descubrimiento, por parte de un humilde y anciano cortador de bambú, que encuentra, dentro de un tallo de ese vegetal a una diminuta niña. El hombre asume este encuentro como un milagro proveniente del cielo y decide decide llevarla a su casa. Rápidamente, la ninfa se transforma en un bebé humano. El anciano decide criarla como si fuera su hija, junto a su esposa.

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La bebé crece con velocidad y deviene una niña de espíritu libre y feliz que se cría en contacto con la naturaleza y con los hijos de los torneros vecinos. La niña retoza entre la maleza y los arboles, juega con animales y desarrolla una profunda amistad (que con el tiempo devendrá amor) con Sutemaru. Este joven la protege de la intrepidez con que se vincula con la naturaleza, al desconocer la pequeña sus aspectos peligrosos. De entrada, surge el tema interesante de la nominación. Mientras los niños la bautizan como “Pequeña Bambú”, nombre más ligado su esencia, su padre la llama “Princesa”, de acuerdo al ideal de lo que él espera para ella: que se convierta en una noble princesa cuando crezca.

Al tiempo, de acuerdo con el designio del patriarca, la familia abandona el campo y se muda a una mansión en la capital. La silvestre y rústica niña se transforma, entonces, en una joven rodeada de doncellas, que viste con telas lujosas y que es moldeada en sus modales por la institutriz Sagami para devenir en una refinada princesa. Cuando se la considera lista, es nombrada por un sabio y prestigioso anciano como Kaguya (que significa brillante luz) y se la presenta en sociedad en un fastuoso banquete.

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Al mismo tiempo, distintos elementos con los que se relaciona Kaguya: el gato con el que juega, el jardín que cultiva en el fondo o el pájaro que libera de la jauja cobran un significativo matiz simbólico y permiten situar aquello que Takahata busca transmitir en su película, que no es otra cosa sino la esencia de lo femenino, que es aquello que escapa a la representación por la vía de un significante. La cultura intenta domesticarlo, hacerlo entrar en sus corsés. Pero como muestra la indomesticabilidad de Kaguya, hay un punto de lo femenino que se resiste a esta mortificación, que hace la suya y que siempre se fuga. De esta línea es de donde procede la identificación de lo femenino con la naturaleza en tanto fuerza siempre indomeñable, que no responde totalmente a los ordenes, los mandatos y los imperativos culturales.

Decirla “Princesa” es un nombre que la hace en relación a un príncipe. Se trata de un estereotipo de mujer ligado a la belleza ideal, a la aristocracia, a la sumisión respecto del hombre y a la moral de las buenas costumbres, como bien lo transmite la película durante todo el proceso de educación de Kaguya. En esos términos la cultura impone como mandato para la mujer su transformación en esposa, suponiendo que es en el matrimonio donde alcanzará su plenitud. De ahí los esfuerzos del padre por casarla con alguno de los pretendientes de alta alcurnia que se acercan a la mansión conforme crece el rumor acerca de su inusitada belleza.

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Es un dato interesante que cada uno de los hombres que se acerca a Kaguya, la asemeja a un precioso tesoro inalcanzable: una rama enjoyada del monte Horai, el cáliz sagrado de piedra de Buda, un abrigo de piel de rata, una piedra que brilla en el cuello del dragón o la concha cauri que atesora la gaviota. Que estos hombres planteen a la Dama como inaccesible e idealizada en su devoción es una manera de dar cuenta de la mujer como imposible, como alteridad radical. Pero al mismo tiempo, al objetivizarla, dan cuenta de que la única manera por la cual una mujer puede ser abordada por un hombre es velando su vacía desnudez con diversos fetiches (joyas, pieles, tacos, lencería, etc.) y reduciéndola a un objeto con valor fálico de su pertenencia que sostenga su virilidad. Esta ultima línea se hace evidente en la posición del Rey, que quiere hacerla una de sus damas de la corte, dispuesta a servirlo y que incluso ante el rechazo de Kaguya, desde su onmipotencia de soberano, la toma sin su consentimiento.

Si el melodrama como género plantea como convención la imposibilidad de que los amantes consumen su unión, en este caso, es la diferencia de clase social lo que impide que Kaguya y Sutemaru se unan. Pero la diferencia de clase social, como podría ser la racial o la ideológica -que frecuentemente plantea el melodrama como imposibilidad de reunión- puede entenderse como una lectura neurótica que intenta dar una explicación, una metáfora a la diferencia de conjunción estructural entre el goce fálico y el goce femenino. Esto lo sabe muy bien Takahata al hacernos saber que la verdadera imposibilidad de unión entre Kaguya y Sutemaru se debe a que pertenecen a dos especies diferentes de goce. Mientras Kaguya es una extrañeza proveniente de la Luna, Sutemaru es humano.

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La lúcida resistencia de la heroína Kaguya reside en conservar astutamente su esencia de mujer en tanto sola y autónoma; en definitiva en tanto otra naturaleza imposible de conjugar con el macho dominante. En este punto, es donde la propuesta de Takahata adquiere todo su valor original, que entra en consonancia con nueva ola del feminismo. En las antípodas del Disney clásico, que tradicionalmente hace de la mujer un destino de princesa o de madre (Blancanieves, La cenicienta, La bella durmiente), Ghibli aboga por las mujeres liberadas, esas que como Kaguya encuentran su goce más allá del espejismo de los semblantes, de los bienes y de los ideales que reciben de la cultura. Y que, finalmente, se orientan por su propio deseo.

Por otra parte, el orientalismo se expresa en varios ejes: en la exaltación de la belleza y del cuidado de la naturaleza; en los aspectos formales del minimalismo del dibujo y de la animación artesanal y en el mensaje existencialista que se hace presente en el tramo final de la película. Hacia el final, Kaguya se da cuenta que fue enviada a la Tierra por la Diosa de la Luna. Aquí se trata de la Diosa que se hace Carne para hacer la experiencia de gozar de la vida, ya que es condición para gozar tener un cuerpo. Pero el goce de la vida terrena, a diferencia del de los Dioses, es por su estructura limitado. Así, en los últimos momentos antes de volver a la Luna (que mediante recurso al fantástico puede leerse como símbolo de la muerte), Kaguya se da cuenta de que perdió el tiempo porque vivió una vida vacía y banal. Ella nunca fue feliz más que en su infancia, cuando gozaba de vivir en armonía con su propio deseo.

Entretanto, ensordecidos como estamos hoy por el ruidoso culto al consumismo y la información en la era digital, descubrir (o revisitar) El cuento de la princesa Kaguya, es encontrar un hermoso canto que nos recuerda el placer de aquellas pequeñas cosas, esas que hacen a la singularidad de vivir nuestro deseo.

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