El Asesino

Por Sergio Monsalve

The Killer
EE.UU., 2023, 118′
Dirigida por David Fincher
Con Michael Fassbender, Tilda Swinton, Charles Parnell, Arliss Howard, Kerry O’Malley, Sophie Charlotte, Sala Baker, Emiliano Pernía, Monique Ganderton, Gabriel Polanco

Targets

Fincher plasma a la perfección la novela gráfica de The Killer, en su nueva película para Netflix, donde su grandeza plástica empequeñece a la pintura intrascendente de la plataforma.

Estéticamente, la cinta es como un cuadro de Edward Hopper, aparentemente simple pero profundo.

Por encima, la película supone un refinado ejercicio de estilo abstracto y posmoderno, al combinar las esencias de los polares de Melville(El Samurai a la cabeza), los manierismos de Hitchcock y sus réplicas en De Palma, las señas noir del autor en Se7en, Zodíaco y El club de la pelea.

Siendo un realizador con cuerpo de obra, el cineasta juega con hacerle guiños a sus piezas totémicas, pero sin pecar de autoindulgente y superficial.

El suyo es un trabajo de depuración minimalista, de madurez crepuscular, en contra de la corrección política de Hollywood.

La historia sigue los pasos de un arquetípico “hitman”, en busca de venganza, como tantos hay en el mercado saturado por las secuelas de Liam Neeson.

Así y todo, El asesino se sitúa en un plano de complejidad, solo comparable en el año con John Wick 4“.

Las dos hablan de la crisis del sicario, y sus múltiples enemigos a sueldo, como metáfora de un mundo violento de normalización del ajuste de cuentas, de los asesinatos serializados en clave de empresa tecnológica del no futuro.

Bastante sabe de ello David Fincher, después de exponer el lado oscuro de Red Social y la implosión del capitalismo de consumo en El Club de la Pelea.

El protagonista de El asesino despacha “Targets” y blancos, con la tranquilidad de un fan de combos de McDonalds.

Irónicamente, el personaje de Michael Fassbender se come su dieta “Súper Size Me”, mientras compara su rutina con la de cualquier turista insoportable en París.

La belleza del filme radica en observar la lenta caída del sistema del protagonista, al ritmo de una acción narrada con una contundencia de cámaras de última generación, cuyas imágenes revelan la monstruosidad naturalizada de las transacciones fantasmales de hoy.

El asesino, como El Club de la Pelea, actualiza la crítica de la banalidad del mal y las nuevas formas de terror social, escondidas en la web profunda y ostentadas en la nueva cultura del derroche, a través de una arquitectura gentrificada de edificios y restaurantes VIP. El largometraje humaniza al psicópata y le permite una cierta manera de redención, en contraste con los pecadores y criminales de cuello blanco, de doble moral, del entorno global.

El guion retrata a las víctimas y victimarios de una cadena de acciones frías, como de burocracia. Pero lo que se señala es al poder invisible de los diseñadores de algoritmos y burbujas de Bitcoins.

Una especie de mafia que Fincher gusta en exponer con las artes de un Kubrick inspirado en Collateral de Michael Mann.

Una de las 20 películas del año, para quien les escribe.

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