El libro de los placeres

Por Gabriel Santiago Suede

O Livro dos Prazeres
Brasil, 2020, 99′
Dirigida por Marcela Lordy
Con Simone Spoladore, Javier Drolas, Felipe Rocha, Gabriel Stauffer, Martha Nowill, Teo Almeida, Leandra Leal, Julia Leal Youssef, Ana Carbatti, Fernanda Chicolet

Misterio y ministerio

Con una propuesta que, voluntariamente o no, conecta más con la época en la que fue editada el libro homónimo -en el que la película se basa con cierta libertad- de Clarice Lispector, que con el presente, El libro de los placeres gira en torno a cierta persistencia de temas universales con la excusa de una narrativa que oscila entre el melodrama intimista-familiar, el erotismo softcore y una cierta discursividad por momentos incómoda y lindante con cierto cine latinoamericano de hace cuatro o más décadas.

El duelo, la salida de los mandatos familiares, la posibilidad de encontrar en el sexo una vía de resiliencia para el dolor y la soledad, el vacío individual, el descubrimiento del cuerpo y de la experiencia sensorial de los acontecimientos menores son algunas de las ganzúas que su directora, -Marcela Lordy- utiliza para contrabandear alguna discursividad tranquilizadora girando en torno al uso de una incontable presencia de metáforas que se vuelven poco felices con la insistencia.

Sostenida sobre un relato elementalmente físico en su superficie, El libro de los placeres es lisa y llanamente una película paradojal, puesto que su fisicidad siempre aparece atada a las necesidades de la palabra, como si en el fondo su directora precisara explicar las decisiones de los personajes, los modos de habitar el mundo y las maneras de comportarse. En este sentido, aquello que podría haberse incorporado de la programática lispectoriana, el misterio de lo cotidiano, es domesticado por la palabra, que burocratiza las imágenes y las clasifica.

Frente a una literatura y un cine de los misterios del cuerpo y del mundo sensible, El mundo de los placeres demuestra que el cine también puede ser, como dijera Raúl Ruiz, ministerio. Contra la ambivalencia del sexo y sus múltiples formas de ejercitarlo, la necesidad de comprensión y clasificación. Como si el tiempo no hubiera pasado y el cine no se hubiera preguntado por todas y cada una de las cosas que la película se pregunta, El libro de los placeres pertenece a un mundo y una época que no parece entenderse con el presente. En ese anacronismo viven sus imágenes en tiempo de descuento.

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