El problema de los tres cuerpos

Por Ariel Esteban Ramos

3 Body Problem
Estados Unidos, 2024, episodios de 55′ aprox.
Creadapor David Benioff, D.B. Weiss y Alexander Woo.
Con Jovan Adepo, Liam Cunningham, Eiza González, Alex Sharp, Jess Hong, Benedict Wong, John Bradley, Ben Schnetzer, Jonathan Pryce, Zine Tseng y Rosalind Chao.

Traducciones, tradiciones, traiciones

Cuando aparece alguna película o serie adaptada de un libro, tengo la pésima costumbre de leer ese libro. La maniobra crítica habitual es despedazar a uno de los dos… o a ambos, explicando las diferencias del caso, las buenas y las malas decisiones. Trataré de no ser tan duro, porque con la serie en cuestión la estoy pasando bien, y algo debe tener que ver ese fárrago de libro. El problema de los tres cuerpos, del autor de ciencia ficción chino Liu Cixin, inicia una trilogía ambiciosa, pero pedía a gritos una cirugía mayor para llegar a la pantalla global. Por lo que leo y veo, el trabajo se ha hecho más que bien, y no me extraña: uno de los cirujanos es el mismo que en su momento operó a esos ladrillos intragables de la saga Canción de Fuego y Hielo, conocido en HBO como Game of Thrones. Tuve la desgracia de leer uno de ellos porque no aguanté el cliffhanger de meses hasta la temporada siguiente. Olvidable.

Vamos a la serie. La primera decisión de los guionistas de El problema de los tres cuerpos, etnocéntrica, comercial y coso, parece muy acertada: llevar el foco principal de la acción a Londres, sacándolo de una China moderna que nadie entiende bien cómo corno funciona, con profesionales y gente adinerada que nos parecen fuera de lugar en ese infierno comunista listo para comerse el resto del mundo como si fuera una armada alienígena. Otro acierto fue haberle quitado al fárrago que es la primera novela todas las explicaciones que la convierten en una especie de Código Da Vinci, una colección de notas para analfabetos técnicos, es decir, para todos los que no somos ingenieros como el autor. A Arthur Clarke, por ejemplo, no le interesaba si no sabíamos que una manzana tenía que caer para abajo. Y si no lo sabíamos o la manzana era muy complicada, sus explicaciones tenían igualmente una economía, una elegancia que nos hacían querer olvidar los rumores de su pedofilia feliz en Sri Lanka. Para Cixin, sobre cuyos gustos sexuales nada sabemos, parte de la intriga requiere entender la diferencia entre dos tecnologías que no nos importan ni van a importarnos, una serie de guiños para provocar sonrisitas nerd.

En un papel que corre el riesgo de volverlo un especialista, Jonathan Pryce compone nuevamente un magnífico líder de una secta, más canchero, romántico y ecologista, pero que no tiene nada que envidiar al Gran Septon. No es el único importado de Game of Thrones, y tal vez sea por esa procedencia fatal que tanto él como John Bradley-West se ligan un rápido guadañazo y no pasan a la siguiente temporada. Los temas que parece abrir la serie de Netflix son varios y complejos, en la tradición de la buena ciencia ficción que refluye sobre la imagen de la humanidad: totalitarismo, fanatismo, ecología, intolerancia, esfuerzo bélico, y por supuesto, extraterrestres. Misteriosos, invisibles, lejanos y a la vez tan omnipresentes e inminentes como los Ellos del Eternauta. La capacidad de los San-Ti (tal el nombre de los marcianitos) para comunicarse con científicos terrestres a través de un juego de realidad virtual mientras se acercan peligrosa y lentamente a la Tierra es algo que forzosamente tiene que atraer a la audiencia joven y gamer. En ese juego, los científicos deben resolver el llamado Problema de los 3 mundos, un enigma que explica por qué los extraterrestres se dirigen a la tierra, esperando llegar en 400 años y augurando escenarios futuristas para la narración. Pero esos mismos científicos invitados a jugar podrían poner en juego los pacientes planes alienígenas, y al mejor estilo de ¿Quién está matando a los mejores chefs de Europa?, empiezan a caer como moscas. Otros terrícolas los esperan con ansias, hasta que (y esto es quizá la mejor escena de la temporada) todo se va al demonio de la manera más tonta e inocente, y en un silencio que pone los pelos de punta, los E.T. revelan su otredad radical.

Volvamos al libro, porque cuando se estrenó Dune, varios me preguntaron si valía la pena leerlo. Si me guío por la mitad de la primera novela, que creo que continuaré sólo para evitar la abstinencia hasta la próxima temporada de la serie, la respuesta es definitivamente no. Cixin podrá haber ganado el premio Hugo, uno de los Oscars de la Ciencia Ficción, pero evidentemente han privilegiado las ideas originales por sobre el valor literario, algo que nunca ha faltado tanto como ahora en la historia del premio.

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