El Rapto

Por Ludmila Ferreri

Argentina-Estados Unidos, 2023, 96′
Dirigida por Daniela Goggi
Con Rodrigo de la Serna, Julieta Zylberberg, Andrea Garrote, Jorge Marrale y Germán Palacios.

¿De qué lado vas a estar?

En la selección oficial de películas potenciales para participar por el premio Oscar a mejor película extranjera la academia local eligió a Los delincuentes, la extraordinaria película que dirigió Rodrigo Moreno. Pero la elección no pareció ser la más adecuada, no por la condiciones de la película en cuestión sino por la ubicuidad para reconocerla en el universo discursivo de aquello que suele premiar la academia de Hollywood, acaso mucho más acorde a los tonos y la música de una película como El Rapto, que en buena medida cumple con cierto manual del cine sobre la época de la nouvelle democracie al mismo tiempo que reproduce el imaginario audiovisual con un automatismo sin mayores matices.

Con El Rapto Goggi se aleja del coqueteo con el formato comercial de sus dos olvidables película anteriores (Abzurdah y El hilo Rojo, dos chinaxplotation) y su ópera prima independiente, la menor Vísperas, a la vez que se acerca mucho más al formato industrial “serio”, con “temas importantes” que ya estaba en la serie María Marta: El crimen del Country. En definitiva lo de Goggi es un proceso -absolutamente comprensible, sobre todo pensando en su obra post 2015 y no tanto en los dos proyectos televisivos y su ópera prima para cine- de legitimación. Y en ese punto no hay nada mejor que meterse en el barro de los hechos reales, que siempre pagan. Con creces.

En El Rapto hay una apropiación y tergiversación (acaso como todas las adaptaciones arriesgadas) de una novela previa, la interesante El salto de papá, escrita por Martín Sivak. En la misma, el hijo del protagonista (Jorge Sivak) narra desde su perspectiva la historia de su padre y el declive que lo llevara a tomar la decisión de suicidarse en 1990, arrojándose desde una ventana de un edificio de departamentos. El problema, entonces es que… ¿El Rapto se apropia o tergiversa a la novela? No, el problema es que decide limar todas y cada una de las contradicciones disponibles sobre un personaje oscuro y fascinante (que no tiene que condensar sobre sus hombros la metáfora de la transición de la dictadura a la democracia argentina, pero se vuelve inevitable esa lectura) para convertirlo en un cuarentón un poco idealista, un poco capitalista, querendón, culposo, familiero (faltaba que dijeran que era hincha del bicho y completaban el proceso normalizador de un albertismo solapado). Pero de oscuro, de contradictorio, nada de nada.

El problema de El Rapto es una de las persistencias del cine político argentino más infantil. Ese problema radica en la puerilización del espectador a manos de reducción de complejidades históricas y contradicciones a sencillas causas y decisiones, a caracterizaciones maniqueas de los males del mundo. En El Rapto Jorge Sivak no queda envuelto en las continuidades y discontinuidades que atraviesan el histórico, doloroso y rico panorama de personajes públicos y privados de la historia argentina, es decir, no es un puente entre épocas, sino, acaso, un idealista incomprendido que debe luchar contra la vulgaridad canalla de la burocracia gobernante (en ese entonces al radicalismo, partido de gobierno que lleva adelante la estrategia de creación de la CONADEP y habilita los juicios, pero que para películas como Argentina, 1985 y El Rapto se trata de un partido que habilitaba y avalaba los secuestros extorsivos de parte de ex-torturadores y asesinos -la llamada mano de obra desocupada-, es decir, un partido cómplice con la continuidad de acciones de la dictadura pero en plena democracia).

Si miramos El Rapto rápidamente, sin poner atención, quedándonos con su protagonista, la película funciona parcialmente como thriller de suspenso, pero eso sucede parcialmente, a cuentagotas, mientras otras cosan van sucediendo ante nuestros ojos. Si nos quedamos con Sivak-personaje, sufrimos y empatizamos con un pobre tipo. Si nos obstruyen al Sivak-persona se habilita el universo discursivo de esta película que coquetea con los maniqueísmos de Infancia Clandestina, El Clan y la mencionada Argentina, 1985. En ese cine político sin matices, contrario a lo que las películas parecen indicar, el mundo sigue siendo un lugar en el que las personas no tienen dobleces, donde los hechos no se vuelven incómodos porque no se adaptan a la representación tranquilizadora. En este cine político lo político, la falta de respuestas, la no reconciliación a partir de las contradicciones es lo que falta. Por eso cuando El Rapto termina nos liberamos. Ya sabemos de qué lado hay que estar cuando el peligro es uno solo. En este sentido, es una película pensada en el pasado, claro, pero más presente que nunca en su psicopatía pueril.

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