Electric Boogaloo: The Wild, Untold Story of Cannon Films

Por Federico Karstulovich

Australia, 2014, 105′
Dirigida por Mark Hartley
Con Molly Ringwald,  Tobe Hooper,  Dolph Lundgren,  Richard Chamberlain, Elliot Gould,  Just Jaeckin,  Franco Nero,  Bo Derek,  Franco Zeffirelli

Hubo un tiempo que fue hermoso (*)

Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, desperdició la oportunidad para relanzar su ministerio de la suprema felicidad del pueblo. Hubiera sido una extraordinaria medida (quizás la única defendible de su gestión imposible) obligar a que se exhiba un material que aplica como pocos para acceder al cielo de la alegría suprema. Maduro, hasta donde sé, no es cinéfilo, pero quizás haya tenido la delicia de degustar en su tardía y tierna adolescencia de los 80′s alguno de los productos con los que Cannon films inundó el mundo entero (y más especialmente el mundo subdesarrollado, el mundo de postergaciones económicas, hiperinflaciones, deudas externas abultadas y planes salto hacia el mundo del desarrollo económico), donde la productora en cuestión terminaba juntando más morlacos que en el territorio estadounidense. Cannon, entonces, supo ser profeta lejos de su tierra. Aunque el origen estuvo siempre en Israel: como siempre las grandes ilusiones de producción audiovisual comenzaron fuera de Hollywood, hecho no menor para entender la configuración del imaginario ideológico de aquellos últimos años del mundo bipolar (Cannon Films supo ver su etapa de mayor éxito durante los 80s).

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¿Ma per che digo todo esto? Porque la historia de Cannon films es la historia de los pobres que, en un golpe de suerte, quisieron (y lo lograron) ser nuevos ricos y soñaron, exilio mediante, el sueño de los primeros exiliados hollywoodenses (los Samuel Goldwyn y compañía). Pero que en el fondo siempre fueron unos nuevos ricos cargados (y cagados y cagando) de amor por hacer de lo digno algo berreta y de lo berreta algo digno en vez de buscar los más altos estándares de calidad que sus hijos putativos e indirectos, los Weinstein, si lograran algunos años después.

Lo interesante de esta empresa es que, en el medio, lograron convencer al mundo del Cannon-films-way-of-life, es decir, apenas si estuvieron a medio cm de lograr el triunfo de lo berreta-amoroso-clase B sobre el mundo especulativo de las producciones clase A. Y entender (y convencer al público) que el cine clase B era el único camino hacia la felicidad posible en un contexto en donde las majos todavía estaban rearticulándose y reconfigurado el mapa de negocios futuros, con un nivel de concentración económica ridículamente diverso en relación a nuestro presente con un maistream cada vez más homogéneo y calculador. Esa utopía imposible (la del cine clase B imitando al clase A, comiéndoselo, regurgitándolo e intentando convencer al universo-cine de que el vómito era rico) es el centro de la felicidad extrema que provee Electric Boogaloo: The untold story of Cannon films, documental luminoso y feliz sobre un tiempo que fue hermoso (y fue libre de verdad).

Electric Boogaloo

A lo largo de su metraje se van acumulando barbaridades amorosas que todos aquellos que nacimos en los 80′s vimos alguna vez en algún video barrial (o como en mi caso, varias en el viejo cine Electric ubicado en la calle Lavalle, que era, fue y será el cine de los pobres por excelencia, el último cine de la resistencia de los programas dobles o triples a dos mangos, algo que terminó por extinguirse con el inicio del nuevo siglo): El último americano virgen, El vengador anónimo 2, 3 y 4, Invasión USA, Lifeforce, Las minas del rey Salomón, El guerrero americano, Superman IV, Halcón, He-man y los amos del universo y varias otras. Pero – ojito, ojota- el núcleo de Electric Boogaloo: The untold story of Cannon films no es la nostalgia coleccionista (válgame, que Baby Jesus no lo permita), sino el acto amoroso de hacer, que tiene ese no sé qué de las vanguardias agarrándose a los besos con la clase Z más berreta que podamos encontrar en el mercado. Es un cine obsesionado por el hacer. Hacer siempre para la platea. No importa muy bien cómo, pero hacer por amor (a la guita también, Cannon Films no era una comuna de hippies, precisamente). Porque si algo emociona al máximo tras el visionado de esta película (pocas veces un documental de pura entrevista y archivo fue tan gracioso y emotivo a la vez) no proviene de la extorsión de los años o del bizarrazo que deprecia al público. Lo mejor proviene de la ética de los pobres: hacer con lo que hay para que la economía de recursos le gane a la economía financiera. Pero siempre hacer.

Australian Movies 11

Bueno: Cannon films nunca tuvo directores prestigiosos (exceptuando los contados casos de Casavettes, Barbet Schroeder y algún tapado más), pero si una ética -muy scorseseana, muy de grupo cerrado, muy de ghetto, muy de amigos reunidos para la ocasión también, no somos ingenuos- de defender el estilo propio, el de producir mucho, rápido, absurdo y para el martes pasado. Como si se tratara de una perversión de las producciones de Roger Corman pero en una época en donde el cine de blockbusters reinventaba al Hollywood post crisis de los 60′s y 70′s.

El resultado de la película de Mark Hartley (que algunos años antes había dirigido la también hermosa Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation!) es conmovedor. Y se disfruta como la historia de una familia (en donde había mucho odio, resentimientos varios y puteadas a granel) que, el día en el que decidió traicionarse, es decir, comenzar a producir en función de un cálculo que excediera la velocidad de la grasa de las capitales que el cine de Cannon Films había configurado como nadie, comenzó a sellar su propio final. Tal como rezan alguno de los comentarios del documental, sin Cannon Films no hubiera existido Miramax, posiblemente. Tarantino debería estar agradecido. Nosotros más.

(*) Una versión reducida de esta crítica fue publicada como cobertura del festival de Mar del Plata de 2014 en la revista El Amante cine

https://www.youtube.com/watch?v=6TfJBNReCNo

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