Errante: La conquista del hogar

Por Ludmila Ferreri

Argentina, 2022, 77′
Dirigida por Adriana Lestido

Once there was a way to get back homeward

Con Errante su directora se inmersa en un proceso de producción aislado, casi unicelular, proponiéndose visitar el círculo polar ártico, munida con cámara y micrófono y una paciencia casi herzoguiana, la directora todo orquestal de Errante se lanza a buscar imágenes vírgenes del mundo, como si el descubrimiento del espacio fuera la perfecta excusa para el redescubrimiento de la persona. En ese sentido y en esa dirección, valiéndose de intertítulos con letras de canciones, de poemas, de frases, va construyendo una suerte de sismógrafo de la melancolía personal, en una suerte de registro de duelo y reinvención potenciado por el mismo espacio. Errante es un ovni que se parece a muchas cosas que hemos visto a la vez que no se parece a nada. Y pide que la observemos con cuidado. Y veamos con atención más allá de lo visible, lo que invita a reverla para descubrir lo oculto que no voy a revelar.

A mitad de camino entre el wanderlust y el homesick, es decir entre la necesidad de salir y recorrer el mundo y la melancolía perenne del retorno al hogar. Pero ese retorno es inherente al cine como disciplina, que se revela como una puerta para el encuentro de si y para el alejamiento, en un movimiento estrábico para la mirada, en un intermedio entre dos existencias: dentro y fuera del lenguaje del cine, dentro de la experiencia subjetiva y fuera en la experiencia objetiva

La película de Lestido tiene tanto de árida como de amable. Hay algo agresivo a la vez introspectivo y casi íntimo en el modo de componer los planos. Como si todo el tiempo estuviera jugando una programática tan germánica como el mismo principio del diario del viajero, un género que es central en esta película de soledades: el paisajismo como experiencia romántica de fascinación y horror a la vez. De desprotección frente a la naturaleza a la vez que fascinación con el registro de la experiencia de la intemperie. Curiosamente, de ese espanto surge, emerge, en reecuentro con un lugar propio, donde el cine y la literatura intentan conjurar, aunque sea por breves momentos, un retorno posible a un momento en el que creíamos conocer y entender el mundo que hace rato dejó de ser un hogar para nosotros.

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