EE.UU., 2019-2022, 16 episodios de 50′
Creada por Sam Levinson
Con Zendaya, Hunter Schafer, Sydney Sweeney, Maude Apatow, Barbie Ferreira, Jacob Elordi, Eric Dane, Alexa Demie, Angus Cloud, Storm Reid, Nika Williams, Olivia Grace Applegate, Javon Walton, Alanna Ubach, Austin Abrams, Ruben Dario, Greg Bryan, Cranston Johnson, Algee Smith, Astro, Jeff Pope, Nolan Bateman, John Ales, Mel Fair, Troy Caylak, Ray Benson, Hunter Jones, Janice LeAnn Brown, Jeremiah Birkett, Nancy De Mayo, Theo Breaux, Lukas Gage, Mike Ostroski, McKenna Roberts, Motown Maurice, Courtney Taylor Burness, Johanna Colón, Hannah Nordberg, Aileen Burdock, Tyler Chase, Jim Garrity, Alex J. Joseph, Janet Song, Justice Alan, Michael Franklin, Aliyah Conley, Dan Garland, Ernie González Jr., Brandon Knabe, Keean Johnson, Chris McLaughlin, David Baracskai, Carson Nicely, Michael Petrone, Terry Walters, Elizabeth Posey, Virginia Schneider, Paula Marshall, Colman Domingo, Dominic Fike, Zak Steiner, Marsha Gambles, Mercedes Colon, Bruce Wexler, Minka Kelly, Tyler Timmons, Meeko, Nick Blood, Brynda Mattox
Mi generación
Hace poco aventuré una reflexión que a pesar de sufrir del apresuramiento propio de una idea improvisada, sigue teniendo algo de valioso sobre lo que construir. La reflexión, o la frase, es la siguiente: nuestra generación, la generación Z, tiene tres grandes vicios, estos son: el techno, las drogas sintéticas y la pornografía. No es casual que de todos los otros elementos que pueden ser considerados también grandes vicios de esta generación (el gran ejemplo: las redes sociales) haya elegido estos tres. Los tres contienen y evidencian un mismo problema, que es el mismo problema de cualquier fetiche: logran que el público se fascine por un fragmento que separado de una cadena significante evade cualquier posibilidad de historicidad. Es decir, de conexión del sujeto con su propia historia, con una historia o con la Historia (si es que esta sigue existiendo).
A la fascinación por la fragmentación en favor de que los elementos se presenten en su forma pura (el sonido sintetizado de un kick, una vagina siendo penetrada, la hipersensibilización del tacto por el éxtasis) no es muy desacertado llamarla superficialidad. Es decir, no es una palabra insultante si de lo que se trata es de una fascinación por la superficies. El problema no es más que el problema de todo vicio: la imposibilidad de construir narrativa alrededor suyo.
Cuando hablo de narrativa no hablo solo de cine, sino de discurso, de Historia con H mayúscula, de la construcción de una personalidad. Recordemos que otras generaciones sí construyeron una narrativa alrededor de su consumo de drogas: la experimentación con el LSD en los ‘60s es el gran ejemplo. Pero, justamente, estamos hablando de otro tipo de droga, una droga que altera otra parte del cerebro y que no está pensada para un consumo que explote la sensorialidad más superficial (en su acepción más literal) posible (el tacto).
Euphoria se plantea como una serie representativa de esta generación, una serie que viene a narrar cómo es la vida de los jóvenes nacidos a finales de los ’90 y principios de los ’00, y cómo es su relación con las drogas y la cultura. Y su estrategia comercial no estuvo nada mal en ese sentido: hizo 2.4 millones de espectadores en las primeras 24 hs del primer capítulo de su segunda temporada y entrar a Twitter durante cada domingo de febrero implicó encontrarse con cientos de usuarios comentando el nuevo capítulo de la serie.
Para encarar su acercamiento a esta generación, Euphoria pone como protagonista a una adicta a los opioides que no puede dejar de autodestruirse a partir del fallecimiento temprano de su padre. Pero lejos de ser una serie que plantea alguna idea de autosuperación, la serie es más bien sobre la imposibilidad (o al menos la enorme dificultad) de salir de las drogas. Rue no es el único de los personajes de la serie que es afectada profundamente por las ganas de destruirse a ella misma, la relación Maddy-Nate (y posteriormente Cassie-Maddy-Nate) está sustentada por ese fundamento, al igual que el polémico giro del personaje de Kat en la segunda temporada cuando se da cuenta que no puede amar a alguien que la ame porque ella se odia a sí misma.
Esta tendencia de los personajes de la serie a auto lastimarse provoca, en general, relaciones imposibilitadas entre ellos. Es decir, las relaciones humanas pasan a estar cada vez más dañadas por los vicios de los protagonistas. El caso de Rue con Jules, con Elliot, con su familia y con su dealer-amigo, Fezco, es el ejemplo más claro de esto, pero también sucede en la relación entre Cassie y Maddy, afectada por su pelea por un hombre completamente destructivo como Nate, la ya mencionada relación de Kat con su novio, así como la relación de McKay con Cassie, afectada por la insistencia de él de querer entrar a una fraternidad donde los humillaron y maltrataron, o la relación de Cal Jacobs con su hijo. Me atrevería a decir, incluso, que una de las pocas, sino la única de las relaciones de la serie que no se ve diezmada por el vicio es la de Fez y Lexi, que podríamos pensar justamente que es la relación generada por ser las dos personas que fueron particularmente destratadas por otros personajes a causa de esto.
Sin lugar a dudas, podemos pensar, entonces, que Euphoria es una serie sobre la disociación en los vínculos personales que los vicios de esta generación provocan (volviendo al tema que abrió esta nota). La serie insiste en esto cuando muestra los backgrounds de algunos personajes (el de Cal Jacobs particularmente) trazando una línea biográfica que justifica el comportamiento de esos personajes en la diégesis de la serie.
Sin embargo, no sería preciso pensar que Euphoria es un desfile de personajes atrapados por sus vicios que sufren justificándose por el historial traumático que la serie plantea para cada uno. Por el contrario, la serie plantea constantemente posibles salidas para estos vicios personales.
Quizás en este punto es donde la serie toma las decisiones que la alejan de ser una serie que evidencia los problemas de esta generación y la acerca a ser una serie que reproduce estos mismos problemas. Pensemos en el empoderamiento de Kat, que es lo que la pone en un lugar de determinada confianza que le permite hasta terminar poniéndose de novia al final de la primera temporada: se convierte en una dominatrix virtual, pasando horas chateando con sus esclavos virtuales. Y en la segunda temporada, cuando se pone de novia con la persona a la que antes se había encargado de humillar por sentirse mejor que él (siendo este la única persona de toda la serie que la había tratado bien), está profundamente deprimida, estimamos que por haber abandonado la vida que anteriormente llevaba (hay un plano donde ella agarra su antifaz que usaba para disfrazarse que denota esto).
El problema que despierta está decisión de la serie es el de la despersonalización absoluta: los personajes son, siempre, esclavos de su contexto, esclavos de sus intensidades en las que flotan (es notable la cantidad de peleas a los gritos que hay en ambas temporadas) para no caerse en la depresión. El problema es que la serie solo parece plantear un ataque a la autodestrucción que generan las drogas o las relaciones tóxicas (familiares y románticas) mientras glorifica un empoderamiento que es parte del mismo vicio, de la misma fascinación por la tranquilidad artificial. Es notable el caso de Maddy, que (si bien no es de mi agrado pensar una serie en torno a la recepción que se tuvo de esta, pero considero que en este caso, siendo un impacto ta generacional, merece la pena hacerlo) se convirtió rápidamente en un ícono popular al llenarse las redes de fotos de ella, de tutoriales de maquillaje para imitarla, de la popularización de sus outfits, sus gifs y sus memes, siendo un personaje cuyo empoderamiento se basa en ignorar todo lo que sucede a su alrededor.
Si bien yo empecé está nota hablando de los vicios de mi generación, eso no implica que mi generación sea solo eso, y precisamente eso es lo que Euphoria pareciera plantear. Diría que a excepción del personaje de Lexi que, haciendo su obra es la única que busca hacer algo sin destruirse o destruir a los demás (aunque lateralmente eso termina sucediendo), la serie plantea un mundo de personajes despersonalizados por sus adicciones, atrapados en una estructura sin salida, que cuando la serie plantea que generaron una posible salida de esta en realidad están discurriendo en otro vicio sin que la serie lo note. Euphoria es otro de los problemas de la generación Z, planteando mucho menos una demostración de los vicios de ésta que una agachada de cabeza y una aceptación total de ellos, desconectándonos aún más de la Historia, del amor y de la creación de una personalidad propia.
La operación final termina siendo la de la fetichización de sus personajes (la familia de Sydney Sweeney diciéndole que tiene las mejores tetas de Hollywood -cuando su personaje lo único que hace es sufrir, lo que explica aún más lo que estoy planteando: la serie desconecta a estas imágenes de su cadena significante, logra la ignorancia absoluta de lo que les está pasando a los personajes internamente, como el caso que dije de Maddy, donde queda su frase sobre la confianza para un gif en Twitter en lugar del peligro que esa frase conlleva en ese contexto-) utilizando un determinado tipo de maquillaje, de fotografía, de vestuario y de léxico que comprende una aestethic que se volvió muy popular en las redes sociales y que se utiliza casi como la justificación para que la gente vea Euphoria recordando poco o nada que sensación todo eso genera en la experiencia de ver la serie más sí el goce visual que genera verlo pasar en el TL de Twitter o el feed de Instagram.