Hace mucho que no duermo

Por Federico Karstulovich

Argentina-Colombia, 2022, 90′
Dirigida por Agustín Godoy
Con Agustín Gagliardi, Agustina Rudi, Ailín Salas, Marcelo Pozzi y Mateo Pérez

Correr, Correr

Hace mucho que no duermo, fue, sin dudas, lo mejor que ha entregó el festival de Mar del Plata 2022 y seguramente va a ser una de los mejores estrenos de 2023. La película de Agustín Godoy es un prodigio físico que reverbera en otras tradiciones previas (el slapstick como religión es el punto de partida, pero hay más: en particular el cine de Alejo Moguillansky, y más específicamente en esa maravilla cinética, ese milagro del movimiento que es Castro -que a su manera citaba al cine de Hugo Santiago, otra de las influencias presentes por aquí-, pero también muestra puntos de contacto con el cine de Matías Piñeiro, lo que también nos retrotrae a Rivette e, indirectamente, a Renoir), pero que a la vez se distancia, porque logra, a fuerza de una enormidad de ideas, despegarse de sus antecesoras y convertirse en una declaración de guerra (por mostrarse como contra ejemplo) contra el cine plúmbeo, solemne, circular y cargado de una densidad que se olvida que, ante todo, el cine es movimiento y vida.

Por eso, desde su plano inicial que hace ingresar en escena ese gran McGuffin que compone la mochila negra codiciada por medio mundo. La película de Godoy es prodigiosa porque hace fácil lo difícil (uno y mil personajes corriendo por la ciudad, redescubriéndola, convirtiéndola en un mapa de circulación y juego), pero también porque complejiza lo simple (hace de los diálogos banales una sucesión de intercambios con métrica y rima poética, en una invención que aporta extrañamiento a la diversión). Correr por las calles, por las plazas, treparse por las medianeras y saltar entre terrazas, desplazarse en auto y arrojarse cosas para luego seguir corriendo, convertir a una serie de peleas en una coreografía más cercana a la comedia. Y todo a lo largo de una Buenos Aires misteriosamente ajena, como alienada, como si se tratara de un reverso de la ciudad que conocemos (o creíamos conocer).

Todos y cada uno de estos elementos son mucho más importantes que la excusa argumental -un hombre, insomne él, recibe por error una mochila cargada con algo secreto a lo que no puede acceder, en el interín conoce a una gitana que le anticipa todos los pasos que sucederán asociados a esa mochila y a la bùsqueda desesperada de parte de un equipo de criminales/ladronzuelos/mafiosos-, justamente porque lo que importa aquí es el orden coordinado de desplazamientos, corridas, gags visuales (pero también grandes remates de diálogos), que van generando una especie de movimiento de ensoñación que es hipnótico (porque pone en trance varios tiempos y coordenadas del verosímil a la vez) e irrefrenable, incluso hasta su gran finale con persecución y salvataje de último minuto. No se la pierdan por lo que más quieran.

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