Las aventuras del Capitán Calzoncillos

Por Federico Karstulovich

Captain Underpants: The First Epic Movie
Estados Unidos, 2017, 89′
Dirigida por David Soren.
Con las voces originales de Kevin Hart, Ed Helms, Nick Kroll, Thomas Middleditch y Jordan Peele.

El juego del mundo

A los amigos que se fueron, a los que están y a los que vendrán

La amistad puede ser una forma maravillosa de contrarrestar los males del mundo. Algo de esa felicidad está en el centro mismo de Las aventuras del Capitán Calzoncillos, que es una película de una alegría y libertad infrecuentes, posiblemente porque tenga detrás a dos niños que pueden pensarse como adultos y recordar (Nietzsche fact) “la seriedad con la que jugábamos cuando éramos niños”. Por esa clase de mezcla de registros (una película que parece dirigida a los niños pero no necesariamente, ya que hace coexistir ese registro con un tono melancòlico de fondo) es que esta película no entró en la lista de “las películas de vacaciones de invierno para toda la familia”. Bueno, básicamente porque aquí hay un mundo, hay personajes y hay una idea noble como pocas: que no hay nada mejor que crear un mundo junto a otros y que hay que defender esa felicidad a rajatabla. Lo hermoso de todo esto es que las estrategias que usa la película para construir ese mundo de niños (no me gusta decir “infantil”, porque el infantilismo es otra cosa, y en general es más fácil verlo en los adultos) no son las de las películas tradicionales de esa clase de cine. No hay una idea idílica de mundo, sino más bien un mundo de niños pero atravesado por los componentes de, por ejemplo, la Nueva Comedia Americana. Esa mezcla entre niñez (del cine presunto para esa edad) y niñez-adulta de la NCA es la que genera el tono particular de la película, que es un tono gozoso y de doble entrada: puede ser disfrutada por un público amplio porque no lo menosprecia, sino que lo incluye en la experiencia. No, no es una película para toda la familia, sino para gente que no se olvida lo que fue alguna vez y niños que temen ser mayores.

La película de David Soren no solo es una sorpresa que entró por la ventana en el primer jueves de estrenos post-vacaciones de invierno en Argentina (donde durante dos semanas los cines son inundados por películas para niños), sino que es una suerte de máquina del tiempo que conecta con las locuras de Tex Avery (si nos vamos muy para atrás) pero también con las libertades de anomalías como Las locuras del emperador o incluso ese ovni en la factoría Disney que supo ser Hércules. Bueno, en este caso,   lo inesperado vuelve a sacarnos de lugar. Y el regalo es una película libre, muscular, pero con músculos fibrosos y de reflejos rápidos, que corren hacia distintos lados y luego tienen esa cualidad maravillosa de volver sobre si, pivoteando con libertad, si, pero sin olvidar el eje. Mientras la libertad tiene cara de delirio del mundo adulto intervenido por los niños, el eje pasa por otro lado: Las aventuras del Capitán Calzoncillos (LADCC de aquí en más) es en efecto una película para adultos que entienden y no menosprecian el acto de ser niños. Por eso su humor zumbón también tiene, en el fondo, un dejo de amargura y hasta de melancolía. Y es que si bien lo que sucede en la película es en tiempo presente, en donde todo es acción, movimiento y juego, queda planteado, de manera solapada, un futuro en el que los amigos no estarán juntos por siempre.
Cuando en su momento se estrenó Superbad (increíblemente rebautizada como  Supercool en su estreno local) me pasó algo similar a lo experimentado con esta película, sentimiento que, de hecho, es un factor elemental para la comedia (y LADCC es una gran comedia, aclaremos, no vaya a ser que el antifaz de “película para niños” termine por confundir del todo): detrás de toda carcajada, detrás de toda risa histérica, detrás de toda payasada, grito; en definitiva, detrás de todo gran acting hay una carga de tristeza infinita. La alegría desatada es la contratara perfecta de una tristeza perenne y metida en los huesos. En ese sentido, LADCC Superbad tienen muchos puntos en común: no solo la necesidad de generar amigos para enfrentar a los males del mundo, no solo la necesidad de crear un mundo con ellos para que la psicopatía del mundo real no nos duela o en el peor de los casos nos duela un poco menos, sino la sensación de saber que toda amistad tiene siempre un límite, porque la gente cambia, crece y en algún momento puede irse. Porque en definitiva esos amigos son los que acompañaron y estuvieron para nosotros en algún momento pero eso nunca significó que era para siempre. Bueno, de esas ideas está hecha la noble LADCC.

La historia que cuenta es sencilla y por eso precisa de trazos definidos y de un código simple, que si bien formalmente no reniega de ciertos detalles que la animación computada tiene sobre la manual, no reniega de esta última. Incluso es interesante como la película no solo deriva y ramifica en historias paralelas sino que su propio estilo visual también es adecuado a ese cambio. Bueno, como decía, la historia es simple: dos niños, dueños de un mundo pequeño y hermoso, lleno de pedos, eructos, historietas hechas por ellos mismos y, fundamentalmente, lleno de bromas pesadas, se encuentran frente al desafío de ser separados en la escuela (precisamente para evitar los desmanes que no dejan de crear minuto tras minuto). Frente a esa posibilidad uno de los niños opta por una salida delirante, que incluye un acto de hipnotismo improvisado al director de la escuela, justamente con el fin de evitar el castigo de la separación. Y lo que parecía un manotazo de ahogado, de repente, como si un milagro se hubiera manifestado, se hace posible: ambos logran tener hipnotizado a su director de escuela, logrando que el hombre haga lo que los niños quieran. En esa elección, luego de hacerlo pasar por diversas formas posibles (pero solo para el disfrute de ellos, ya que la idea nunca es humillar al director sino jugar, palabra clave en la película) terminan convirtiendo a la víctima en una versión de carne y hueso del supuesto Capitán Calzoncillos, que no es otra cosa que un cómic hecho por ellos mismos. En esa hipnosis (que comparte con el juego la necesidad de suspender las reglas del mundo para ingresar a otro) los chicos deberán cuidar y hacerse responsables de su propia creación, oscilando entre un mundo real y gris (el de su director) y un mundo colorido y lleno de aventuras, pero a la vez peligroso incluso físicamente (la tendencia a arrojarse de lugares en altura es un juego con el que la película deja entrever un halo de depresión en el personaje, como una tentativa de suicidio en juego, tentativa que nunca se lleva a cabo).
La necesidad de apelar a la fantasía para combatir a una realidad que se presenta de manera fantástica (un científico resentido por un bullying histórico busca venganza usando a la escuela de los niños y a una clase de ciencias como coartada) es otro de los juegos de reversibilidad a los que juega LADCC, que como ya mencioné, simula ser simple pero en realidad está plagada de reversibilidades de inicio a fin. Y todas y cada una de sus capas oculta un contracampo de tristeza y abandono (o mejor dicho: un miedo potencial a la tristeza y abandono, suplantado por color, sonido y fantasía, como en los musicales, algo que LADCC también sea, quizás).

Que el final de la película sea luminoso y colorido, que todo parezca restituir un orden no hace al asunto menos angustiante. Y no por leer a la película como una gigantesca metáfora sobre los horrores que genera el crecimiento, sino porque en la necesidad de mantener el criterio de representación es en donde se observa la persistencia de la melancolía. El mundo puede seguir siendo de colores durante un rato más. Podemos inventar todos los juegos y sabores posibles para que la experiencia parezca infinita, pero todo en algún momento concluye. Asentada sobre esta certidumbre que indica que crecer es a veces volver a estar solo y a veces volver a conocer a nueva gente es que LADCC termina siendo algo un poco bastante más sofisticado que el prejuicio que la antecede. Así estamos: las películas buenas y que hacen bien (y nos hacen mejores y más sensibles) son las que menos se conocen.

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