Los asesinos de la luna

Por Federico Karstulovich

Killers of the Flower Moon
EE.UU., 2023, 206′
Dirigida por Martin Scorsese
Con Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Lily Gladstone, Jesse Plemons, John Lithgow, Brendan Fraser.

La pasión falta

Marty siempre supo qué hacer. Los maestros no olvidan. Marty siempre podrá filmar con virtuosismo (Buenos Muchachos, Casino), con corazón (La invención de Hugo Cabret), con nostalgia (El Irlandés), incluso con todas esas cosas juntas y varias más. Lo que a Mary sale bien es despersonalizarse, jugar a ser otro o a no ser nadie: ni estilística, ni temática ni ritualmente. La castración identitaria como desafío de un cine anti autoral no le sale de todo bien al director de La isla siniestra y El aviador. De hecho Marty casi nunca puede ni logra salir de su mundo personal, algo que a priori no es necesariamente bueno ni malo. Simplemente responde a una mirada de la cual nunca ha podido salir, que es la de la inscripción en la tradición autoral con la que se formó como cinéfilo y se perfeccionó como director. La cuestión es que, a lo largo de toda su carrera, incluso más que en su presunta película más radicalmente impersonal (La invención de Hugo Cabret), MS nunca había llegado al grado de despersonalización formal y narrativa que entrega en Los asesinos de la luna, película algo más que fallida. No, aquí Scorsese intentó otra cosa que no le salió, como si hubiera jugado a ser Michael Cimino pero sin el aliento épico y comunitario del director de La puertas del cielo (película con la que Los asesinos de la luna tiene más de un punto de contacto).

Scorsese cuenta una historia de frontera literal, genérica y simbólica, ahí donde el western y el policial negro se intersectan. No es, en este sentido, ni el primer ni el último director que se propone algo semejante (que seis décadas atrás podía resultar novedoso, como el revisionismo buenista sobre el cual gira la historia), el problema, en todo caso, es qué clase de operación se vislumbra en el horizonte al hacer el movimiento que hace. Y yo creo que Scorsese tampoco lo sabe, porque en el fondo se deja llevar por la extraña historia de origen, un etnocidio en cámara lenta, una serie de crímenes contra una comunidad de aborígenes multimillonarios eliminados de manera progresiva por parte de los blancos, con el fin de apropiarse de sus tierras. Narrar de manera literal lo que tipos como Carpenter lograron por medio de simbolismos (en La Niebla, por ejemplo) convierte a Scorsese en una suerte de revisionista tardío asimilable a los westerns culposos de Penn-Hill-Pollack? No necesariamente, pero tampoco tan lejos. Es curiosa, entonces, esta decisión de acercarse a un problema como el de la institucionalización, tan propio del western (algo que había hecho mucho mejor -aunque tampoco tanto, porque también estaba jalonada de un persistente moralismo- en Pandillas de Nueva York), pero también propio del policial negro.

El problema, en todo caso, es que Scorsese no hace una cosa ni la otra, sino que finge demencia respecto de su propia carrera, de su propio conocimiento de los géneros (no hace falta que dirija un western para que reconzcamos el conocimiento que Scorsese puede evidenciar sobre el tema), pero también se aleja de cualquier tentativa matizada para narrar los crímenes. Con una aproximación un poco pueril, nos postula intereses económicos de los hombres blancos sobre territorio indio. En el medio se le escapan todos los personajes de frontera, esos que no son ni buenos ni malos ni pobres ni ricos, sino enlaces entre factores de poder, que borronean un poco el maniqueísmo buenista que Scorsese abraza en el final sin ponerse colorado. Por eso cuando finaliza Los asesinos de la luna sentimos que el viejo Marty llega con el caballo cansado, a una historia que claramente lo apasiona. Pero la pasión falta.

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