Los cinco diablos

Por Marcos Ojea

Les cinq diables
Francia, 2022, 103′
Dirigida por Léa Mysius
Con Adèle Exarchopoulos, Swala Emati, Sally Dramé

Fuego, magia y cuentas pendientes

Al principio de Los cinco diablos hay una tragedia, a la que asistimos brevemente y a la distancia, pero después viene un tono de fábula, que conecta con una de sus protagonistas: Vicky (Sally Dramé), una niña con el don de capturar olores. Es decir, la pequeña tiene un olfato extraordinario, pero además puede reproducir determinados aromas, que guarda en frascos rigurosamente etiquetados, como si fueran pociones. Es que esa práctica, que Vicky lleva a cabo de manera natural, autodidacta, tiene su rasgo de brujería. Y el maltrato que recibe por parte de otros niños, que la ven como un bicho raro, la dejan en un lugar marginal. Como a las brujas. La niña guarda distintas versiones del olor de su madre, Joanne (Adêle Exarchopolous), la otra protagonista: una mujer joven aplastada por el peso de la rutina, que se mueve automatizada de un lugar a otro, transitando la tristeza con inercia. Lo único que parece disfrutar son los veinte minutos que nada en un lago de agua helada. Un esfuerzo y un riesgo que, suponemos, la hacen sentir viva.
Cuando entra en escena Julia (Swala Emati), la cuñada de Joanne, que estuvo bajo tratamiento psiquiátrico, la película dirigida por Lêa Mysius comienza a desplegar una trama que entrevera el drama familiar con lo fantástico. Un acierto es el de no apresurarse a dar respuestas, a dejar que sea el espectador el que vaya uniendo las piezas. La presencia de Julia desestabiliza a todos y, en principio, no sabemos porqué: Joanne no la soporta, casi que directamente la evita; Jimmy (Moustapha Mbengue), marido de Joanne, hermano de Julia, queda entre las dos y trata de ser conciliador, sin lograrlo; Vicky no la conoce, la siente como una amenaza, y un poco para combatirla, llena un frasco con su olor. Ahí irrumpe lo fantástico, porque cuando la niña se asoma a esa poción, se desmaya y aparece como testigo en otro tiempo. Específicamente, en el momento en que sus padres eran más jóvenes, y su madre y Julia parecían ser amigas. O quizás más que amigas. 

Si el procedimiento de escatimar la información y tentar al desconcierto funciona, es porque el guión de Mysius (en colaboración con Paul Guillaume) trabaja a la par lo vincular y lo extraño, sin excesos. Dicho de otro modo: la película no se pasa de rosca ni intenta ser excesivamente artística, algo que ocurre mucho en los circuitos festivaleros. Es extraña, pero con el suficiente equilibrio para no expulsar al espectador. La sensación de cuento de hadas oscuro que envuelve las incursiones de Vicky al pasado va matizando la historia de fondo, una de amor con consecuencias trágicas. Pero capaz, en el presente, de dar lugar una escena tan bella e incómoda como la del karaoke, en la que Joanne y Julia cantan Total eclipse of the heart. La gran actuación de Exarchopolous es el vehículo para que Los cinco diablos pueda hablar sobre maternidad, sexualidad y mandatos sociales sin caer en la declamación o, peor aún, en la bajada de línea. Las pistas nos van llevando hacia un final anunciado, pero aún así sorprendente, bellamente fotografiado, como el resto del film; un desastre íntimo que se vive entre lagos y montañas. El último plano, hay que decirlo, quizás sí se pasa de listo, sobre todo teniendo en cuenta el dolor y la calidez que se imponían con lo visto justo antes. Mysius riza el rizo de lo raro, pero tampoco invalida la experiencia. 

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