Magic Mike: el último baile

Por Santiago Gonzalez

Magic Mike’s Last Dance
EE.UU., 2023, 112′
Dirigida por Steven Soderbergh
Con Channing Tatum, Caitlin Gerard, Salma Hayek, Ethan Lawrence, Gavin Spokes, Joshua Griffin y Evan Milton.

Fosse en Salem

Adiós auteur. Me gustan las confesiones: no esperaba nada, pero la vi. Y aun así logró decepcionarme la última parte de esta trilogía realizada por Steven Soderbergh, director al que no entiendo. O mejor dicho: un director cuyo plan de obra cada vez entiendo menos. Hablamos de un sujeto que va saltando de género en género, de tono en tono, de historia en historia haciendo que (al menos a mi, pero asumo que no debo ser el único) me resulte imposible encontrarle un sello autoral. Pero tal vez, a diferencia de lo que supo ser su cine en los primeros años del prestigio indie, quizás desde hace un par de décadas sea justamente eso, la renuncia al sello autoral lo que le da identidad a su cine, que desde hace rato ingresó en una constante de regularidad, medianía, aceptabilidad. Conformismo? No lo sé, puede ser. 

Poner el cuerpo. En Magic Mike: Last dance aparece un segundo problema: Channing Tatum. Supuestamente tendría que ponerle el cuerpo al asunto. En todo sentido. Pero Tatum carece de expresividad y movimiento. Como si estuviera automatizado. De hecho, las veces que funciona como actor es cuando tiene a su lado alguien que hace explotar esas cualidades parcas y se produce el contrapunto, como con Jonah Hill en 21 jump street. Al igual que Soderbergh (claramente se ha formado una pareja), todos sus trabajos siempre me resultaron incluso menos que regulares, más bien tendientes a lo irregular, pobre, escaso. Así las cosas no podemos negar que se compromete plenamente con todos sus proyectos. Pero aunque el cuerpo esté, no está, es un cuerpo cinematográfico ausente.

Gris de ausencia. Existía otro problema que nos lleva a la segunda confesión: yo no había visto ninguna de las dos anteriores películas y, con el solo hecho de ver los trailers no alcanzaba para cumplir con la noble tarea asumida con la revista: nada del universo de Magic Mike me atraía en lo mas mínimo. Pero me había comprometido a escribir. Me generaba rechazo esta suerte de intento de musical moderno que se proponía unir mundos completamente distintos, por un lado el urbano de clase baja, por otro el residencial de clase alta. Había visto mil y un casos similares preferibles al que nos ofrece Magic Mike. Otra vez: una película que está pero que podría no estar. Y nada cambiaría. Un cine que atenta contra sigo mismo.

Contrapuntos. Hay contracciones y expansiones en MMLD. La cosa empieza bien y mal a la vez. Soderbergh comprende que, al moverse en el código del musical, tiene que mostrar el cuerpo y la cámara debe girar en torno a ellos y al movimiento. El problema es que ya en el primer intento de llevar esto a buen puerto, se presenta el desafío de plantear una tensión sexual entre Tatum y Salma Hayek. Ahí mismo emergen las limitaciones morales de su director: no hay materia(l), no hay pasión, apenas una triste simulación. No hay tensión sexual, apenas una coreografía helada. Hayek se encuentra en el extremo opuesto que alguna vez logró en Del Crepúsculo al amanecer (Robert Rodriguez, 1995). Y no se trata de una cuestión de años ni de ser una mujer mayor. Aquí también hay una cuestión central, que tiene que ver con deserotizarla al máximo (signo de los tiempos, tampoco debemos extrañarnos), Como contrapeso a la ausencia del cuerpo se exageran las emociones. El resultado es un contrapunto rarísimo y berreta, que a la vez no nos propone un consumo irónico.

La grasa de los capitales. MMLD es, explícitamente, una película grasa en el mejor y el peor de los sentidos (el mejor por autoconciencia del mundo que representa, el peor porque esa autoconciencia no aparece nunca), justamente porque Soderbergh se propone filmar al mundo de la grasa más convencional de la manera más bella posible. Ahí es donde radica el mayor de los problemas: no abraza a ese mundo, sino que da todos los circunloquios posibles como para representarlo desde la mayor distancia. Soderbergh, en este punto, se comporta como un puritano que no sabe resolver la tensión entre deseo y estilo, por eso no entiende cómo unir los extremos. Una especie de Bob Fosse en Salem. Quizás por eso vuelve a los cuerpos, a los que filma bellamente (recordemos que también es el director de fotografía de su película), como el último acto de represión del exceso que, al fin y al cabo, siempre suponen los cuerpos sexuados. En definitiva, MMLD es una película sobre una paradoja: necesita del cuerpo y del sexo, pero es lo que más reprime, acaso porque tiene que simular que es lo que menos le importa.

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