Napoleón

Por Federico Karstulovich

Napoleon
Reino Unido-Estados Unidos, 2023, 158′
Dirigida por Ridley Scott.
Con Joaquin Phoenix, Vanessa Kirby, Tahar Rahim, Rupert Everett, Edouard Philipponnat, Catherine Walker y Ludivine Sagnier.

El loco de la espada

Por motivos desconocidos (mezclados con alguna clase de morbo, vaya uno a saber muy bien por qué), me vuelvo a entregar a un opus scottiano, como Sisifo, cargando una piedra. El Scott bueno, que había dirigido esa maravilla infravalorada llamada House of Gucci, que se tomaba a la chacota toda la cuestión operística para convertirlo en un culebrón hecho y derecho, exagerado y divertidísimo, alejado de cualquier clase de solemnidad.

Napoleón es exactamente lo opuesto, es el retorno del Scott monumental, grandote, presuntuoso. El Scott de 1492: La conquista del paraíso, el de Gladiador, el de El Reino del cielo, el de Éxodo, el de El último duelo (y seguramente el de Gladiador 2). Es decir, en definitivas cuentas, la versión Scott-Zefirelli-De Mille pero que se autopercibe como Kubrick de Barry Lyndon y el Gance de Napoleón (1927). Un cine tan gigantón y torpe que se lleva puestos los muebles, que se golpea la cabeza al pasar por una puerta, que llega a destino lleno de magullones y cortadas. Este cine, destinado a serie en reedición póstuma (ya verán), precisa de un sistema de elisiones tan violentas que creemos estar viendo una interminable secuencia de montaje. Cine con la historia y la H mayúscula, que no comprende que la historia que hubiera salvado la carne no era otra que la del culebrón. En definitiva, pasar de la mayúscula a la minúscula. Pasar de las elipsis al peso del tiempo real en cada escena. Pasar de los escenarios gigantes y épicos a la cotidianeidad de una relación tóxica como pocas en la historia de las vidas públicas/privadas. Esa fue siempre la película qque había que mirar y hacer. Y de hecho, parcialmente la hace, como si en su propio cine los anticuerpos de lo mersa, lo grasa, lo popular, del melodrama, de los excesos, pugnaran por salir. Pero eso es dosificado a cuentagotas y se nos pierde en la maraña de lo grandilocuente.

El otro gran problema es que Scott también se entrega a la funesta práctica del Phoenixplotation (o un cine al que podríamos denominar “Joaquín actuando cosas”), en una constante adulatoria de comportamientos post-Joker. El resultado es Joaco sub o sobreactuado, como si no fuera capaz de distinguir que no está en un sketch de SNL (también, pobre muchacho, no tiene la culpa: nadie se lo dice). Y así se nos arma el tejido: planos fastuosos de diseño de producción caro “en escenarios reales”, planos medios de peleas conyugales, primeros planos de llantos/meditaciones/enojos/fracasos/contemplaciones/mirar a los pajaritos/mirarse el propio/cosas iluminadas con velas/comida/heridas varias (y la lista podría continuar como si se tratara del idioma analítico de John Wilkins). Quizás, entonces, nunca haya sido realmente un tejido, sino una pobre superposición de materiales. En eso convirtieron al Scott de Napoleón.

Termina el moplo, el opio plúmbeo, el cuento adormecedor, y nos vemos obligados a recordar las propias palabras. Con alegría, porque siempre hay una oportunidad de volver a ser, pero con menos peso y responsabilidades. Decíamos sobre La casa Gucci: “Esa otra mirada de la obra de Scott, aquella que hay que leer desde los laterales, desde los errores, desde las anomalías, desde la salida de las zonas de confort y de la solemnidad como registro de identidad. En esa zona la obra de Scott funciona ostensiblemente mejor: Los impostoresRobin HoodEl abogado del crimenMisión Rescate (la mejor obra de Scott borrando cualquier marca autoral), precisamente porque son películas que no le deben nada a nadie: ni al espíritu de “obra”, ni a las marcas de un género ni a un tono tan acorde de la casa matriz-Scott: la solemnidad. Es consciente el director que cuanto más atenta contra su propia obra mejor le va? Poco importa la conciencia. En esa in-conciencia deliciosa y fracasada hay que leer a la vapuleada La casa Gucci, en donde Scott revisita al cine publicitario más vulgar y ramplón y lo lleva al paroxismo.”

Volvé, Ridley. Vos podés.

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