Pobres Criaturas

Por Mariano Bizzio

Poor Things
Reino Unido, 2023, 142′
Dirigida por Yorgos Lanthimos.
Con Emma Stone, Mark Ruffalo, Willem Dafoe, Ramy Youssef, Christopher Abbott, Suzy Bemba, Jerrod Carmichael, Kathryn Hunter, Vicki Pepperdine, Margaret Qualley y Hanna Schygulla.

Una burbuja

En el apremio, en la urgencia de caer a alguna reunión con las manos llenas (aunque con los bolsillos vacíos), cometemos un error garrafal, de esos que suceden cuando el apuro de ser parte de un acontecimiento nos obliga a llevar algo: compramos algún comestible/bebible para salir del paso. Pero con consecuencias funestas cuando el comestible/bebible está vencido o está próximo a vencer: por querer pertenecer compramos cualquier cosa. Bueno, algo parecido sucede con Lanthimos y su último escandalete, que tuvo su paso por varios festivales (entre ellos el de Mar del Plata), y que se encamina a ser canonizada.

Lanthimos la viene chocando desde hace buen rato, solo que desde hace poco mas de un lustro y monedas lo hace con penetración industrial, rompiendo la falsa y penosa disyuntiva de cine arte-cine industria. Como ya lo hiciera alguna vez Lars Von Trier (de quien Lanthimos parece ser una suerte de reversión mala y publicitaria), Lanthimos vuelve a rosellinear y combinar a ignotos con estrellas 8aunque cada vez más de lo segundo). Y los somete a la humillación del cuerpo, desexualizando toda representación que veamos en pantalla, un poco como si todo el asunto fuera una gran puesta en abismo y él también en definitiva fuera un demiurgo cruel con sus criaturas. El tema es que Lanthimos no es Haneke. La juega de entomólogo, la juega de osado, se acerca y se aleja pero ese bisturí no entra nunca, porque todas las costuras de su operación quedan a la vista.

Pobres criaturas tiene algo de demagógico y tribunero desde la misma premisa: plantear una representación y relectura feminista del Frankenstein literario y de los varios Frankenstein cinematográficos (en particular a Frankenhooker, de Frank Hennenlotter, pero sin hacerse cargo, desde ya), solo que sin la menor pizca de liviandad (aunque comparativamente debe ser la película más “liviana” de toda su obra junto a La Favorita) y, mas bien por el contrario, una inagotable tendencia por cierta solemnidad entreverada ente los pliegues de un forzado humor negro (el corrector me había corregido dos veces «humo» y la verdad es que tenía toda la razón), siempre sazonado con la infaltable corrección política.

En Pobres Criaturas Bella Baxter descubre todo por sus propios medios: el placer, el dolor, la pérdida, las ambiciones, el amor. Pero Lanthimos no abre un mundo para la experiencia, sino que lo cierra para el experimento, algo bien distinto. No abre un mundo y nos lo abre como espectadores (para ver el problema del mundo y la experiencia de la libertad vean Sin Techo ni ley, de Agnes Varda), sino que comprime varios mundos en una esfera en la que todas las sensaciones posibles quedan en espera: no hay placer, no hay miedo, no hay dolor. En Pobres criaturas no pasa nada porque no nos pasa nada. El paradigma formal de esto queda plasmado en el uso del gran angular extremo, el ojo de pez. Ese lente no solo realiza un registro deforme (si, la metáfora freak (y el gesto de legitimación a Browining) se entendía con usarlo una sola vez), sino que unifica el foco. No hay matices de foco por lo que todo saber de la experiencia para nuestro ojo se administra igual. Podremos tener uno y mil desnudos de Emma Stone metiéndose un pepino en la concha, pero ahí no habrá placer ni dolor. Solo un experimento en el que somos parte necesaria.

Lanthimos confunde riesgo y ambición por pretensiones y egocentrismo autocondescendiente (perdón por el desfile de modelos de adjetivos nominalizados como si este párrafo estuviera auspiciado por Gucci-Prada-Balenciaga, pero el sujeto se lo merece). Es que durante todo el metraje de Pobres criaturas el director griego nos hace creer que acaba de descubrir el cine y el placer para nuestros ojos y nos arroja toda clase de objetos audiovisuales a lo pavote, como si acabara de descubrir un estudio de corrección de color y VFX. Pero encima lo hace con la trascendencia de la REFLECSION SOBRE EL ROL DE LA MUJER EN LA SOCIEDAD MODERNA, PORQUE VISTE QUE ES UNA BARBARIDAD COMO LAS TRATAN, ENTONCES ES UNA GRAN ALEGORÍA DEL MACHISMO. Si, así de ordinario y en mayúscula piensa el ¿cine? el señor Lanthimos, cuyo humo puede confundirse con el de un incendio forestal.

Sin vida, sin experiencia, sin la posibilidad de generar alguna clase de sensación compleja o simple, Lanthimos nos prostiyuye la mirada durante un para de horas hasta cansarse de la vejación. Cuando todo esto termine, tendrá su Oscar y un paso más para hacer lo que se le cante, haciéndonos creer que Hollywood ha expuesto sus vísceras. No, mejor vean Robocop (Paul Verhoeven, 1987), estallando en las entrañas de un Hollywood libre y no este espanto woke.

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