Thriller 40

Por Ludmila Ferreri

EE.UU., 2023, 90′
Dirigida por Nelson George
Con testimonios de Michael Jackson, John Landis, Paul McCartney, Vincent Price, Brooke Shields, Usher, Quincy Jones

A little respect

En su imprescindible El canon occidental Harold Bloom postuló que Emily Dickinson se había propuesto repensar todo ella sola, por completo. Repensar el mundo como si no hubiera sido inventado y designar a las cosas como si las estuviera descubriendo por primera vez. En esa especie de fantástico contrato amnésico-selectivo ingresa también esa serie documental luminosa que fue McCartney 3 2 1 con la que Thriller 40 parece tener más de un punto de contacto.

Por motivos que a esta altura se vuelven casi obvios (una menor tendencia actual a las producciones musicales complejas y, por el contrario, una tendencia a la automatización y la síntesis, por no decir la simplificación burda), estamos empezando a ver retornos a los grandes clásicos culturales (música, cine, pintura, otros) pero comentados, como si se tratara de inexpugnables cimas de un pasado que jamás volverá. En esa dirección, en ese espíritu melancólico a la vez que nostálgico es que podemos encontrar a Thriller 40, que se propone un objetivo tan simple como complejo a la vez: dar cuenta de un milagro musical y de su simplicidad al mismo tiempo que exponer la imposibilidad de retorno a ese nivel de calidad, como si con el siglo XX también se hubiera ido un modo sofisticado de pensar al arte en sus formas populares.

Thriller 40, como toda celebración, adolece de una inevitable cuota de indulgencia (y eso es lo que la vuelve mas predecible y chata). Pero como cuando se lee a Dickinson por primera vez, y como Dickinson se había propuesto hacer -según Harold Bloom- sentimos que frente a Thriller (el disco) y a través de Thriller 40 (como película-medium) todo puede ser descubierto, ser escuchado por primera vez (digo escuchado porque la película no descubre América con sus limitaciones visuales de documental de cabezas parlantes). Y creo que eso sucede porque la película, en sus mejores momentos, se aleja del dato frío sobre el lanzamiento del disco y se limita a descomponer musicalmente a aquel disco notable como si fuera la autopsia de un cuerpo, la descomposición anatómica de una obra cumbre, la invención del canon.

El problema que tenemos, en todo caso, cuando Thriller 40 termina, ya no es la simple depresión de que ya nada nuevo puede inventarse (esa angustia de las influencias estuvo presente siempre en la cultura, incluso en la más clásica). El problema que tenemos frente a Thriller 40 es el modo de abordar el canon, como si no hubiera mayores posibilidades que la docencia y el plan didáctico o la entrega celebratoria. A ver: nada de lo que vemos está mal estrictamente. Pero el respeto absoluto, a veces, también puede ser una enorme falta de respeto, que repliegue las obras al freezer del olvido. A veces la mejor forma de respetar es repensar a aquellas obras que se propusieron repensar el mundo. Y quizás, de esa manera, les mostremos, aunque nos cueste, porque las amamos, un poquito de respeto.

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