#Polémica: Asteroid City

Por Ludmila Ferreri

EE.UU., 2023, 104′
Dirigida por Wes Anderson
Con Jason Schwartzman, Scarlett Johansson, Tom Hanks, Jeffrey Wright, Tilda Swinton, Bryan Cranston, Edward Norton, Adrien Brody, Liev Schreiber, Hope Davis, Stephen Park, Rupert Friend, Maya Hawke, Steve Carell, Matt Dillon, Hong Chau, Willem Dafoe, Margot Robbie, Tony Revolori, Jake Ryan y Jeff Goldblum.

En contra

Domo arigato, Mr. Roboto

Desde hace un buen rato que la autoconciencia nos tiene las bolas por el suelo, a tal punto que, para muchos de los exponentes del tardío autorismo, la masturbación autoconciente funciona como una perfecta excusa(do) para no hacer otra cosa mas que limarse las uñas o experimentar alguna clase de autosuficiencia terrenal. El tema y el caso del cine de autor, no obstante, también nos ha traído alegrías constatables, acaso tanto como las alegrías (que no alergias) que nos provoca el escape al autorismo. En definitiva, tonche, no es una cuestión personal con ciertos autores en particular ni con algunos en general. Pero tampoco se trata de un problema estricto con la autoconciencia. El asunto aquí viene por el automatismo, que, además, apoya sus pompas en el asiento de la autoconciencia que, a su vez, viaja muy cómoda en el vagón de un tren que, muy tranquilo él, se desplaza sobre las vías del cine de autor. Seguridad garantizada.

El problema que se nos plantea en Asteroid City es que la mecánica cinematográfica multiplica todos los problemas que ya le conocíamos al caballero Wes Anderson. Y no sólo los multiplica sino que parece sentirse muy cómodo en ese lugar en el que los personajes dejaron de ser tales para convertirse en marionetas incapaces de generación de alguna clase de empatía. Pero la mecánica cinematográfica está tan acerada que la misma película se configura como si se tratara de una inteligencia artificial (si, un robot de Skynet sin aspecto de robot). En este sentido la mecánica funciona tan bien que la película, como bien lo indica su leit motiv audiovisual-simbólico del inicio, se representa como un tren que se desplaza con la impunidad fordiana de la impersonalidad mas personal: Wes Anderson concibe una película radicalmente personal a tal punto que la hipérbole logra su inversión, es decir, la impersonalidad más violenta.

Wes Anderson filma lindo. Pero lo que hace es feo, horrible, porque en el fondo no reconocemos un solo rasgo vital. Aquí, para colmo, sus propios rasgos formales se esterotipan a un limite lindante con lo risible. “Es una película autoconsciente” es una ganzúa para explicarnos. “Es una película sobre la construcción de una obra de teatro dentro de una presentación televisiva”, nos dicen, como si con eso pudiéramos comer. Los trucos se caen a los pocos minutos conforme comprobamos el talento audiovisual (y de producción: Wes se ha transformado en el nuevo Woody Allen al que cualquier paisano estelar le acepta hasta el papelucho más lateral y nimio because prestigio garpa) y nos sometemos a la plomífera e inexplicable sucesión de pequeñas viñetas. Pero nada nos importa. Ninguno de esos personajes nos genera el menor interés porque la misma película tampoco demuestra amor por ellos sino una suerte de curiosidad entomológica. Para WA sus personajes son bichitos en una pecera. Y nosotros somos visitantes de ese museo-laboratorio. Pero a la larga queremos largar todo. Quizás porque comprobamos que hace rato ese director que alguna vez quisimos hoy se nos revela cada vez más como un robotito insoportablemente preciso, generador automático de imágenes bellas y olvidables.

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