Bebé Reno

Por Ludmila Ferreri

Baby Reindeer
Reino Unido, 2024, 7 episodios de 30′
Creada por Richard Gadd
Con Richard Gadd, Jessica Gunning, Nava Mau, Tom Goodman-Hill, Danny Kirrane, Hugh Coles, Chloe Driver, Jamie Michie, Joe Bone, Charlie Bentley, Guy Robbins

El mal sin origen

Reconocemos historias reales en las true crime que habitan las plataformas y, en alguna medida, nos relajamos como quien sabe con qué clase de reglas va a jugar el próximo partido de póker. El problema es que ese juego con reglas también opera en la ficción casi con el mismo grado de previsibilidad y automatismo. O al menos con el suficiente grado de previsibilidad como para que también podamos acomodar nuestra percepción y expectativa, algo cada vez menos difícil en tanto se multiplican los exponentes de los distintos géneros y los tropos de los mismos, con los cuales las plataformas se hacen un festín de decepciones múltiples. Por eso cuando nos encontramos con Reno Bebé o Bebé Reno (que en castellano pierde toda la gracia y la malicia del original en inglés, al que traduce literalmente pero que podría haber mejorado con el pronombre “mi”, indicador de posesión, Mi reno bebé) lo que vemos es algo propio de ciertas series inglesas: el juego con las expectativas y la imprevisibilidad del volantazo aleatorio (ni muy repetido e insoportable, con el fin de alterarnos los nervios y cansarnos pero tampoco una ausencia completa de sorpresas: economía de recursos para sorprender y atacar sorpresivamente a la vez, un ataque velocirraptor que nos desvía la atención por el frente pero nos ataca por los laterales).

La estructura de la serie es clave en este sentido: la misma promete, en su primer episodio, ser una más de las miles de exponentes de obsesiones malsanas y asimétricas que terminan mal y, por qué no, mediando un estallido feroz. Pero esa promesa, acaso lo menos tentador de la serie, se disipa cuando conocemos a los personajes y nos damos cuenta, por sus características inherentes, que nada de lo que vamos a ver va a ser lineal: porque si bien tenemos un clásico caso de stalkeo, en este caso de mujer a hombre (anomalía que no es tendencia pero que el cine y la televisión están empezando a registrar y mostrar: la toxicidad y la psicopatía no viene sólo con envase masculino, matiz que aterra al espectador woke), la reacción al mismo todo el tiempo a nos deja a contrapie de lo que los personajes deciden. “¿Por qué carajos se queda ahí?”, “¿Por qué no la echa?”, “¿Por qué no la denuncia a la policía?”, “¿Por qué vuelve a buscarla?”, “¿Por qué mierda le responde?”, “¿Por qué carajos le da entidad en su vida como si fuera su amigo o pareja?” son apenas algunas de las preguntas que nos hacemos hasta llegar al capítulo 4, que cae sobre nosotros como un yunque, con el cual no sabemos qué hacer. 

Bebé Reno construye y destruye con una capacidad envidiable, precisamente porque parece comprender mejor que nosotros mismos nuestra capacidad de tolerar ciertas cosas y representaciones. Por eso su estructura es tan rígida y geométrica como rapsódica a la vez, obligándonos a preguntar por aquello que estamos viendo. Su capacidad de adaptación y de incomodar a la vez es tan notable como la capacidad de adaptarse y de incomodarse del protagonista, un verdadero sobreviviente de un infierno personal (la historia es un hecho real expermientado por el protagonista -que además es guionista y director- que pudo haber sido un True crime exitoso, pero que optó por la rispidez de una ficción que todo el tiempo coquetea con la duda de si estamos o no frente a hechos reales, precisamente por la hipérbole argumental que se va enroscando cada vez más episodio tras episodio).

Cuando terminamos la serie y reconocemos la pesadilla del abismo y la posibilidad de la emergencia (como acto de emerger de la oscuridad, pero también en su acepción de salvataje de un herido), creemos estar a salvo porque se nos ha contado la historia, porque se ha visibilizado el trauma y la vida seguirá. Pero nos tiene guardado algunos ases en la manga como para desbaratarnos toda posibilidad de tranquilidad: ¿Fue real? ¿Fue inventado? ¿Hay algo de posible en todo esto?¿O se trata de un showoff de parte de un arista que necesitaba hacerse visible? Cuando terminamos sentimos que hemos ingresado en un mundo de psicopatía en donde las nociones de culpabilidad e inocencia, en donde los conceptos de realidad y fabulación se han indeterminado. En ese orden de cosas, en donde no hay origen del mal, es en donde la serie nos deja, hechos pelota.

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