Tigertail

Por Marcos Rodríguez

Tigertail 
EE.UU., 2020, 91′
Dirigida por Alan Yang
Con Christine Ko,  Fiona Fu,  Margot Bingham,  Tzi Ma,  Joan Chen,  James Saito, Hayden Szeto,  Dennis Jay Funny,  Bill Sage,  Tom Kemp,  Cindera Che, Mike Massimino,  Aamira Martinez,  Raymond Ma,  Kunjue Li,  McCaleb Burnett, Yang Kuei-mei,  Lee Hong-Chi,  Jake Hanson,  Michael Donovan,  Jill Dalton, Ryan Funigiello,  Terron Jones,  Chuck Taber,  Cindy Im,  Karen Cole

Historia ilustrada

Por Marcos Rodriguez

Un hombre mayor mira en primer plano frontal hacia la lejanía. Cambio de grano, de colores, de tono: entramos en un flashback. La voz en off del hombre nos narra lo que estamos viendo: crecí en Taiwán, la vida era jodida. Pequeño fragmento colorido y melancólico. Volvemos al hombre en la misma exacta posición de mirada al vacío. Baja la vista, continúa con su vida vacía. Lava platos en su casa vacía, se prepara una taza de té ceremoniosa. Alguien dice: “Escuché que se murió tu madre en Taiwán y fuiste a su funeral”. El hombre de vuelta queda solo en el espacio vacío, primer plano frontal, mirada hacia la lejanía. Cambio de grano, de colores, de tono. Entramos nuevamente en un flashback. La voz en off del hombre nos cuenta que pasaron los años (lo estamos viendo ya de jovencito) y nos cuenta lo que estamos viendo: vivir en Taiwán era jodido. Fragmento con un poco más de onda, linda música. Volvemos al hombre mayor en la misma exacta posición de mirada al vacío. Baja la vista, continúa con su vida vacía. Ahora vemos a su hija en su casa prolija y moderna y vacía, ella también se prepara un té y mira al vacío. Otro flashback (menos lejano y granuloso) nos explica su historia. Volvemos a la hija en el mismo plano. Baja la mirada.

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Tigertail parece compuesta casi exclusivamente por una hilera de los flashbacks más explícitos, claros, simples y sobreexplicados que haya visto en mi desordenada vida cinéfila. Alan Yang casi parece más preocupado por que el espectador entienda (SIN LA MENOR DUDA) que está viendo los fragmentos de pasado que explican este presente que por generar en ese espectador algún sentimiento, inquietud o compromiso. La historia, por otro lado, es bastante simple y tiene unos cuantos huecos argumentales que convendría no explorar porque, después de todo, la vida está llena de huecos. La simplicidad de la historia tampoco sería en principio un problema: lo que cuenta Yang es la vida de este padre emocionalmente trabado, que creció en Taiwán y tuvo que dejar todo atrás para probar suerte en Estados Unidos. Los nudos del argumento escaso son altamente cotidianos: algunos incidentes en la fábrica donde el protagonista trabaja con su madre (más bien, casi-incidentes), algunos momentos hot con la noviecita de la infancia, el viaje a Estados Unidos, el primer embarazo de la esposa que habilitó el ascenso social, el divorcio, una muerte que no vemos. Las cosas de la vida misma. El problema es que Yang (que, al parecer, sabe mucho de sitcoms, y ahora se lanzó a filmar su primer largo) nunca termina de armar escenas que generen la emoción contenida que deberían transmitir: hay infancia, hay un amor que no fue, pero apenas lo vemos al paso, explicado sin incidentes sino con escenas ilustrativas y voz off pedagógica. “Yo vivía en los campos de arroz”, plano con drone sobre un colorido campo de arroz y un nene que corre con un entusiasmo que nunca va a recuperar. “Pasaron los años y me fui de ahí”, ahora vemos una ciudad en Taiwán (que nunca se nombra) y algunas escenas que son de lo más logrado de la película, fundamentalmente por el peso que busca darle a los actores y el gran trabajo que logra, sobre todo, Yang Kuei-Mei en las pocas escenas en las que la vemos como la madre del protagonista: un peso propio frente a la cámara y una personalidad ahí donde casi no la hay.

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Es con Kuei-Mei, que trabajó en varias películas de Tsai Ming-liang, por donde se nota más la insipidez general de todo esto. No solo porque sus escenas cobran un peso que el resto de la película no tiene, sino porque nos conecta directamente con el verdadero cine de Taiwán, y con la Nueva Ola Taiwanesa y sus efectos secundarios (como Ming-liang). No es justo comparar pero a la vez es imposible no hacerlo: lo que busca contar Yang es similar a lo que buscaron contar los cineastas de la Nueva Ola, sobre todo al inicio del movimiento en la década del ’80. Por supuesto, ellos lo hicieron en el momento mismo y con la genialidad de la obra de Hou Hsiao-hsien y Edward Yang (por nombrar solo a los más destacados). No podemos exigir el genio de cada nueva película, pero tampoco podemos ignorar que el terreno que intenta cubrir es el que ya cubrieron ellos: la historia de Taiwán, la historia de los cambios de Taiwán y, sobre todo, la vida de aquellas personas. En el caso de Yang, el taiwanés sufrido decide mudarse a Estados Unidos, que incluso es un terreno que ya había cubierto Ang Lee en sus primeras películas: la de los taiwaneses en Estados Unidos. Pero incluso Lee, que es adorado por los Oscar pero también tiende hacia lo insípido, supo darle más fuerza a la historia del viejo taiwanés perdido en el Nuevo Continente. Ni siquiera se trata de fuerza, porque las historias en todos estos casos rozan lo banal: vidas de vecinos, hechos cotidianos, no-acontecimientos que dejan percibir a lo lejos el correr de la Historia. Lo que la Nueva Ola supo transmitir (y, en menor grado, también lo hizo Lee) fue una cierta materialidad, un peso del tiempo, que tenía que ver sobre todo con una forma de filmar, con el peso del plano.La época es otra, Yang cuenta ahora una historia de oídas pero, sobre todo, cuenta de otra forma. Preocupado por ser claro, por ser explícito, Yang pierde lo esencial de una historia como la que busca retratar: una historia sin historia nos interesa en la medida en la que podemos sentirla. Distante, explicada e ilustrada, la historia que cuenta Tigertail pierde su sentido, incluso a pesar de los esfuerzos constantes y agotadores por generar melancolía.

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