Togo

Por Pedro Gomes Reis

Uruguay, 2022, 95′
Dirigida por Israel Adrián Caetano
Con Diego Alonso Gómez, Néstor Prieto, Catalina Arrillaga, Luis Alberto Acosta, Marcos Da Costa, José Pagano, Federico Morosini, Sabrina Valiente

La expresión del deseo

Para quienes seguimos a Caetano desde sus inicios con Cuesta abajo, el corto borgeano de Historias Breves, allá por 1995, 1998 nos sacudió como pocas veces con la renovación que traía para el Nuevo Cine Argentino la aparición de Pizza, Birra, Faso. Bastante menos conocido, casi mítico en sus proyecciones, el mediometraje de ese mismo año es, quizás, todavía más revulsivo que el film codirigido con Bruno Stagnaro. La expresión del deseo (el título es lacaniano pero no se dejen engañar) era una verdadera salvajada, acaso todavía más difícil de asimilar que casi cualquier otra película pasada y futura del director. En su vertiente neorrealista-carpenteriana (es decir: clásica en el lenguaje, aprovechando los espacios naturales y no actores, pero ante todo con una voluntad de crítica política incómoda) aquel mediometraje que narraba la confrontación entre un grupo de linyeras y de jóvenes por el territorio de una plaza, bien podría verse como una versión distinta, pero con premisas similares a las que promueve Togo

No hay que confundirse, no obstante: Caetano mantiene alguno de sus intereses a lo largo del tiempo (los géneros marginales, el lenguaje depurado del cine clase B, los personajes hoscos y sin demasiada profundidad psicológica más allá de sus actos y unas pocas líneas de información previa), el problema es que, a diferencia de los años en los que las limitaciones se convertían en un determinante/condicionante que potenciaba la narración, en Togo, cierto grado y disponibilidad de presupuesto (que no significa que se trate de una película cara) no le proporciona al director ninguna herramienta que mejore lo que ya conocíamos de su obra. En ese sentido películas como Un oso rojo, Crónica de una fuga y El otro hermano a la vez que la serie Tumberos mostraron que el director podía hacer confluir un gran presupuesto con narración clásica y gran espectáculo, a la vez que sin dejar de ser cáustico con su crítica política. Distinto es el caso de películas y series fallidas como Mala, Disputas, Puerta 7, Apache, El marginal, Sandro de América en donde más presupuesto no era necesariamente mejor. A ver: con esto no estamos proponiendo una lectura pobrista de la obra del director, en donde Bolivia, por estar filmada sin retomas, sea mejor que otra parte de la obra exclusivamente por motivos materiales. Pero evidentemente algo de la limitación, al menos de forma intermitente, parece potenciar creativamente a Caetano.

Entonces, Togo. En esta película pequeña parecen confluir ambas vertientes en el mejor y en el peor sentido. Es una película pequeña, sobre un conflicto minúsculo, en pequeña escala, que por el modo de progresar, se desborda. En este punto el vínculo con La expresión del deseo no podría ser más claro. A la vez se trata de la primer película uruguaya producida por Netflix, lo que nos hace pensar en un presupuesto mayor que el que las imágenes nos permiten entrever (de hecho, exceptuando a Diego Alonso, pero incluso con esa figura actoral, hoy por hoy no tan conocida ni central como hace dos décadas atrás, casi todos los actores son desconocidos). Así las cosas, Caetano no parece filmar con libertad ni con creatividad. Parece, por el contrario, incluso tomando muchas decisiones de desgano (la edición y la musicalización están sorprendentemente por debajo de un estándar profesional, lo que agrega a la experiencia una sensación de amateurismo inesperado). Pero también Caetano es Caetano, por lo que no deja afuera decisiones que demuestran un pulso narrativo que conecta con sus mejores épocas: el uso narrativo del plano general y del fuera de campo, los personajes cortados con la misma tijera que en un western clásico (de hecho toda Togo puede ser leída como un Western urbano de baja intensidad), algunas decisiones de montaje. Y no mucho más, como si el hombre estuviera con el caballo cansado. Como si siguiera filmando con la inercia de lo que fue.

Togo, sin embargo, construye, a su manera, un relato edificante. Al menos si se la compara con el grito desesperado de La expresión del deseo, que describía el estado de descomposición social sin la necesidad de una bajada de línea psicológica o sociológica. En Togo hay una decisión que se percibe apolillada, como si en Alonso reviviera al Wayne de Temple de acero (Henry Hathaway, 1969) con sus lecciones de vida (y propia redención) para una joven adolescente. En este punto nos preguntamos por la obra del director, por su pasado, por su futuro, por su relación con una tradición en la que su obra se movía con cierta comodidad. Pero termina Togo y nos quedamos perplejos, sin saber adónde ir.

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