La edad media

Por Diego Maté

Argentina, 2022, 90′
Dirigida por Alejo Moguillansk y Luciana Acuña
Con Alejo Moguillansky, Luciana Acuña, Cleo Moguillansky, Lisandro Rodríguez, Walter Jakob, Lalo Rotaveria, Luis Biasotto, Oscar Strasnoy

Viaje a las estrellas

Casi no hay películas que hayan filmado la pandemia. Hay películas, sí, que filmaron con, desde o para la pandemia, películas que aceptaron las restricciones que impusieron las cuarentenas y especularon con el rédito módico que podía traerles grabar con el celular dentro de un departamento o contar una historia con ventanitas de zoom. Pero eso no era cine o lo que creemos que debe ser el cine, solo el pobre resultado de las restricciones muchas veces inhumanas que nos alejaron del cine y de tantas otras cosas.

La edad media, en cambio, es una película humana que filma la pandemia, es decir, una película que mira y planifica y se mueve más allá del encierro, los barbijos o los saludos con el puño. No sabemos (o yo no sé) si la película fue filmada durante la pandemia, aunque todo hace pensar que no, pero esto es lo de menos, lo que importa es lo que hay en la pantalla, y lo que vemos allí es una película libre que piensa por fuera de los discursos embrutecedores de la emergencia y la alarma, que trama el cine alrededor de la cuarentena con la inteligencia del prestidigitador. En La edad media el encierro nunca es el encierro: la historia de Cleo, Alejo y Luciana transcurre durante los días de ASPO (sigla espantosa que felizmente vamos olvidando) pero las escenas respiran aire fresco, los cuerpos se mueven (en especial el de Luciana Acuña, sometido a proezas y esfuerzos extraordinarios), los gags circulan, la comedia crece y con ella la película, que demuestra una inteligencia musical y que Moguillansky renueva escena tras escena, como si todo el asunto fuera una prueba de habilidad o una especie de baile frenético.

Hay un drama pequeño y contenido que dispara los conflictos y las líneas de cada personaje: en la cuarentena, Alejo trata de aislarse para trabajar (Walter Jakob le dice de hacer una película con textos de Becket por zoom, pero la cosa previsiblemente sale mal), Luciana pierde sus trabajos y empieza a hacer gimnasia y a entrenar como loca, y Cleo quiere comprarse un telescopio para mirar las estrellas. Es decir, que los personajes se adaptan poco y mal a la nueva situación, excepto Cleo, que no se adapta y encuentra en el proyecto de comprar un telescopio la excusa para planificar una fuga, aunque sea solo óptica y mental. Esto es lo que la vuelve la protagonista, la heroína silenciosa del film, la única que entiende que no hay negociación posible con el encierro obligatorio, las amenazas estatales y el miedo que gritan los noticieros, que no se puede hacer cine por webcam ni entrenar duro para soportar mejor una situación insoportable.

La trama toma un rumbo fantástico: el precio del telescopio sube astronómicamente (la metáfora se escribió sola, sepan disculpar) y la joven Cleo, en complot con un motoquero corto de ideas pero de buen corazón, empieza a vender cosas de los padres a sus espaldas. Digo fantástico porque todo indica que no habrá vuelta atrás, que la familia no podrá reponer los objetos y bienes vendidos, y que la situación los va a forzar a un desenlace impensado, a un golpe de timón. No contemos el final, cuidado, no vayamos a spoilear: aunque el cine sea algo más que contar los finales de la historia, mucho más que un mero recuento de circunstancias narrativas. Por ejemplo, La edad media es el fastidio impávido que se le graba a Alejo en la postura y en la cara, es Luciana manipulando su cuerpo y llevándolo a límites casi físicos (de la reglas de la física), es Cleo mirando los objetos que la rodean y calculando cuánto podrá obtener por ellos, es Luciana pegándole terribles patadas a la bolsa de boxeo en el frente del plano mientras Cleo practica dificultosamente inglés un poco más atrás, es Luciana corriendo por toda la casa como una enloquecida y haciendo de cada sitio un obstáculo de parkour. Entonces, la verdad es que podemos contar el final, y si algún lector sensible cree que eso puede impedirle disfrutar la película, bueno, la pérdida será solo suya.

El caso es que, cuando Alejo y Luciana se dan cuenta de que Cleo estuvo vendiendo una buena parte de sus pertenencias, los dos se dan cuenta de que no hay forma correcta de aguantar la pesadilla de la cuarentena y entienden que de la pandemia, como de cualquier laberinto, se sale por arriba, y entonces les agarra por vender lo que queda e irse de viaje los tres. “Irse de viaje” es una forma amable y juguetona de sugerir más cosas: cansancio, bronca, frustración, resentimiento; como un irse a la mierda, lejos de toda esta porquería, para buscar libertad en otra parte. La idea es de una belleza justa y conmovedora, y ninguna película hecha con celular en un departamento o filmada con los cuadraditos de Zoom podría jamás llegar a imaginar algo así.

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