Wham!

Por Federico Karstulovich

EE.UU., 2023, 92′
Dirigida por Chris Smith
Con intervenciones de George Michael y Andrew Ridgeley

You’re my heart, You’re my soul

Cesar Aira tiene una virtud cuando escribe ensayos, incluso superior a cuando escribe ficción. En ese formato encuentra un modo, una actitud que podríamos describir como una variante de la falsa modestia. Pero se trata de una falsa modestia que, como siempre, en realidad expresa una conciencia muy alta de si mismo y de sus cualidades. En el fondo, Aira, cuando escribe sobre otros, también escribe (fundamentalmente) sobre sí mismo, sobre su lugar en el mundo. Esa condición especular (como todo espejo es doblemente reflexivo: refleja y reflexiona) juega un juego infinito en el que el sentido siempre vuelve sobre su propia obra.

Cuando es consultado sobre el mejor escritor argentino de todos los tiempos no hace el clásico giro snob de la academia: no dice Zelarrayán, ni Lamborghini, ni Perlongher. No busca compañeros generacionales. Pero tampoco antecedentes desclasados por la academia como Filloy. No hace giros reivindicatorios populistas y afortunadamente no habla de Soriano. Tampoco gestos que ya eran viejos cuatro décadas atrás cuando Piglia impuso el linaje Arlt-Saer. Tampoco va a lo obvio del pop eligiendo a Puig. Ni elige a mujeres como Sara Gallardo o Silvina Ocampo. O Alejandra Pizarnik. Borges está completamente fuera del cuadro porque sería el más obvio y evidente. No, Aira, que es enorme y se lo pasa haciendo operaciones borgeanas y de posvanguardia (por eso no siempre se divierte con los espejos y no siempre le sale bien, porque se esfuerza demasiado), elige a Evaristo Carriego. No, no elige a Macedonio. Elige a Carriego porque entiende que sin Carriego no hay Borges y sin Borges no hay Aira. Elige un linaje para sobrevivir. A su vez escribe sobre otros, como Borges lo hace en su biografía sobre Evaristo Carriego, para entender su lugar en el mundo.

Qué tiene que ver Carriego, Borges y Aira con George Michael y Wham!? Casi nada y casi todo.

En Wham!, del mismo modo que ya lo había hecho Asif Kapadia con otros biopics previos como Amy y Diego Maradona, los protagonistas hablan por medio del archivo. Pero sus voces over están desdobladas de ese archivo, como si todo el tiempo el asunto se tratara de la construcción y la creación de una máscara para ocultar el propio yo (que desde las voces over suponemos presente, pero que difícilmente lo sea ya que George Michael lleva muerto casi una década). Postergación de la voz detrás de otra voz para que la identidad y el presente de la persona nunca llegue. Pero ese efecto también sucede al interior del archivo. Y eso sucede porque Wham! es también una película que hace del uso del material de circulación pública (pero también hay archivo casi completamente desconocido) otra nueva instancia de postergación, incluso conforme se nos narra el arco dramático melodramático sobre la construcción de George Michael como personaje público en contrapunto con su pasado en la infancia y adolescencia. Todo el tiempo Wham! despliega un juego de espejos. Pero la capacidad de reflejar es tan rápida y trepidante (ojo que el uso narrativo del archivo es algo muy complejo, pero que no se note es más complejo aún) que pensamos que lo que se desplaza en la superficie es la sucesión de datos banales. Y en realidad el juego siempre estuvo en la forma: una película sobre personas que ocultan su voz detrás de una serie de archivos del pasado que ocultan la identidad y al mismo tiempo un sujeto (George Michael) que se oculta detrás del personaje para nunca revelarse.

Entonces, sobre qué habla Wham!? Básicamente sobre el arte de la postergación para revelar la identidad (la sexual es apenas una parte de las revelaciones), pero quizás, lo más importante, sobre cómo la obra es una forma de evitar confrontar con el mundo. O en todo caso confrontar en clave, donde la propia obra sea una excusa para hablar de si pero hacerlo indirectamente. En ese centro, como toda biopic, tan wellesiano, tan fitzgeraldiano, hay un vacío llenado con una obra. Se escribe sobre otros para evitar escribir sobre uno. Y que no sobrevenga la muerte. En este aspecto, también, Wham! es una película desesperada sobre las maneras de habitar el mundo cuando la confrontación se posterga demasiado. Por eso, a lo largo de todo su metraje testimoniamos un gran acto de piedad, un acto casi angélico: la presencia de Andrew Ridgeley, un amigo desde la primera hora, capaz también de relegar su propia identidad para que se consolide la de otro, que es un par, pero también es la otra mitad de una vida y un proyecto que los formó mutuamente. Hasta que fue necesario hacerse a un costado.

En el centro duro de Wham!, haciendo honor a la banda, hay una superficie lustrosa y aceitada. Detrás de ella un juego de laberintos dolorosos en donde dos personas se corren y se postergan para hablar, por medio de canciones, de si mismos. O de la versión que intentaron hacer de si mismos. Un linaje y una identidad que no llega. Pero también la creación de una obra. En el medio la vida se va mientras intentamos convencer a los demás y a nosotros mismos de que nuestra existencia tiene sentido. En ese deambular melancólico del pop perfumado de los 80s vive esta película oscura como pocas.

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