Reino Unido, 2022, 77′
Dirigida por Rob Savage
Con Annie Hardy, Amar Chadha-Patel, Angela Enahoro, Faith Kiggundu, Mogali Masuku, James Swanton, Jemma Moore, Caroline Ward, Edward Linard, Emma Louise Webb, Seylan Baxter.
Loose-Loose
Podríamos ser justos e injustos a la vez con Dashcam. Y vamos a serlo. Injustos si la comparamos con la notable Host con la que a duras penas si comparte el parecido de terror tecnológico (o lo que Federico Karstulovich llamó brillantemente en esta nota, el techrror contemporáneo, que de seguro debe ser la pionera en hablar del tema comparativamente con cualquier publicación internacional). Justos, al mismo tiempo, si la ponemos en la correcta dimensión de lo que parece proponer realmente: un jueguito que presuntamente quiere dialogar con su tiempo pero que se queda fechada automáticamente terminamos de verla, se cierra sobre sí misma, es contractiva, centrípeta (el horror de Host, en todo caso, se apropia de los terrores de una época, pero es universal, se expande, es centrífuga).
El problema central que Dashcam exhibe con un orgullo francamente incomprensible es el abandono de los climas del género en el que se inscribe. Si, es cierto, algunos podrán aducir que no se trata de una película de terror sino una suerte de comedia de terror. El problema es que, si en efecto fuera esto último, el gesto se revelaría mucho más desesperado: la película sobreactúa su gestualidad de comedia asentándose en el carisma de su protagonista (que se vuelve odiosa -como pocas cosas vayan a ver en el cine- a los diez minutos de metraje y a la que le deseamos lo peor, por lo que adiós empatía), pero también subrrayando la pertenencia al código de época, que en este caso es una presunta transmisión en vivo por redes sociales de la experiencia de la protagonista, caracterizada como una rapera conspiranoica antivacunas en pleno inicio del Covid 19.
El problema es que el código cinematográfico que proporciona la transmisión por redes sociales no podría estar más lejos del cine. A tal punto que el cine nunca supo muy bien cómo resolver esta clase de textualidad (la simulación de a interacción con viewers de un streaming con los comentarios en vivo), por lo que en muchos casos se asume que su mera presencia tendrá efectividad porque el espectador debería ser capaz de comprender el mencionado clima de época, por ende, la tecnología en cuestión, ergo, naturalizar el recurso narrativamente. Pero como esto nunca sucede lo que vemos son gestos cómicos en el vacío de un terror que se promete pero que se dosifica con espasmos. Pare decirlo de otra manera: la presunción de comedia y contemporaneidad atenta contra cualquier clima terrorífico. De la misma manera, el terror se siente forzado y ridículo si se lo inserta en el código de comedia. Loose-Loose situation, porque no nos queda nada.
Pero a todo esto Dashcam adita un ingrediente que complica más las cosas. Volveremos a ser injustos. Contrario al uso del fuera de campo, contrario a la sustracción informativa, contrario a culaquier posibilidad de elisión ambigua, perturbadora, la película elige la exhibición, el golpe de efecto, la revelación, el gore innecesario y fuera de código. Y si bien en tres contados momentos (el mejor chiste que se haya hecho sobre Benjamin Buttom está en esta película), el humor y el exceso del gore funcionan, cualquier tentativa de perturbación se deshace en el aire mismo de los FX, que expresan una suerte de conciencia de nuevo rico (en este caso la apoyatura de producción la da la casa Blumhouse y eso se nota y se padece a la vez). Como casi siempre sucede con el terror que presume una adscripción a la clase B, menos es más. En el caso de Dashcam el principio se invierte.