Día: septiembre 29, 2017

El corolario (también) de todo esto es que La novia del desierto es, sin dudas, un film amable, con personajes agradables y un final abierto para con aquello que los aguarda de aquí en más; a pesar que la canción elegida para cerrarlo, sobre todo su letra, subraye innecesariamente la conversión que hemos visto de uno de ellos. De Teresa más explícitamente, porque es justamente su cambio de estado a partir de un cambio de situación y una casualidad -el extravió de su bolso- lo que hace que el film intente desviar nuestra atención hacia un incierto presente que no guarda ninguna relación con el resguardo de su pasado.

Ya vi dos veces Zama. Y en ambas le encuentro un punto de partida interesante: si, hay una película sobre la espera, si, hay una película sobre la identidad, si, hay una película sobre el encierro y el aislamiento, si, hay una película sobre la idea etnocéntrica de cultura civilizada por sobre una barbárica. Si: todo eso está en el texto de Di Benedetto. El problema es que lo que en aquel se vuelve absorbente y se ramifica, aquí se vuelve autosuficiente. Zama pudo haber durado 10′ y las ideas estaban igual. Por eso siento que es una película en donde la redundancia no es una operación estilística sino un acto de pereza narrativa o, para decirlo mejor, pereza audiovisual.

La ópera prima de la guionista/directora Clarisa Navas, correntina y futbolera desde pequeña, es el retrato de un micromundo habitado plenamente por un grupo -un escuadrón- de mujeres. Que, además, viven el fútbol y hacen del fútbol un escenario para relacionarse, para coquetear entre si, para discutir, para enojarse y sobre todo para darlo todo en la cancha. A lo largo de la película, que justifica una puesta en escena austera y casi lánguida con la lentitud de la provincianía y el entorno idiosincrático, lo que más quieren hacer estas chicas es entrar a la cancha y jugar (palabra que la película explota en todas las formas posibles de su polisemia práctica).