El Sacrificio De Un Ciervo Sagrado
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El sacrificio de un ciervo sagrado

Más allá de las metáforas y las alegorías y los símbolos, más allá del cine como sucedáneo de la literatura, se encuentra lo que verdaderamente importa, o debería importar, en cualquier film de cualquier especie sobre cualquier tema: su puesta en escena, la relación de los planos entre sí, lo que se encuentra en ellos y entre ellos. En este sentido, para decirlo sin equívocos, el film de Lanthimos es, desde principio a fin, un bluf conformado por escenas cuyo raccord está dado arbitrariamente por el corte liso y llano de un plano sin que el siguiente guarde, necesariamente, algún tipo de continuidad; a veces la hay, las más de las veces no lo hay.

Francotirador
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Francotirador

Es precisamente en el vicio de la ecuanimidad en el que la película no puede caer, sencillamente porque no es la propuesta narrativa. Por el contrario, aquí la propuesta vuelve a algo que el director había hecho previamente: narrar clásicamente pero focalizarse en la cabeza de su protagonista, como si el mundo fuera un hecho secundario. Sin ir demasiado lejos, esto ya había sido probado por el viejo en diversos biopics: parcialmente con Bird, con Cazador blanco, Corazón negro, algo más focalizado con Invictus y definitivamente centrado en el sujeto con J. Edgar. Mientras en la primera y en la última primaba la necesidad del biopic tradicional, en la segunda y la tercera el trabajo se focalizó en un tiempo más concentrado y definido. Bueno: con Francotirador se produce una síntesis entre el biopic de un tirador profesional y la concentración en un puñado de misiones que cuentan el desarrollo de un trauma: el de la guerra metiéndose debajo de la piel y bien adentro en la columna vertebral. La guerra haciéndose carne silenciosamente mientras la máquina de matar se construye.

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