Tarde para morir joven
Creo que el problema mayor de Tarde para morir joven es menos su necesidad de contar lo que puede evaluar como una historia digna de contarse (al fin y al cabo discutir subjetividades sería estéril) que los medios con los que lo hace y a su vez la capacidad de conectarnos con ese mundo deshilachado, disperso, en el que nunca terminamos de empatizar con ninguno de los personajes, y en el que, a la vez que se nos expone a una serie de coordenadas propias de los relatos corales, de fondo no hay nada que los vincule verdaderamente más que una época (Chile, finales de los 80s, inicios de 1990), un contexto (una suerte de comuna pseudo-hippie de adultos con sus hijos) y una necesidad (contar un cambio de época)