Todos Somos Extraños
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Todos somos extraños

La historia de Todos somos extraños es, en más de un nivel, una historia de fantasmas. Adam (Andrew Scott) es un guionista que vive en una Londres nebulosa, desdibujada, que bien podría ser un futuro inmediato o un lugar sin tiempo. En su edificio parece haber muy pocos vecinos; uno de ellos, Harry (Paul Mescal), toca a su puerta una noche, y desde ahí se va hilvanando un vínculo entre los dos, signado por el peso constante del pasado en la vida de Adam. Porque, como se revela en una conversación, sus padres murieron en un accidente cuando tenía 12 años, y ahora él, mientras combate un bloqueo creativo, intenta un ajuste de cuentas escribiendo sobre ellos.

Damsel
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Damsel

Contrario a liberar a su protagonista y a nosotros como espectadores, la agenda convierte a todo el recorrido en un vergonzoso vía crucis de alegorías sobre las mujeres, sobre el matrimonio, sobre la violencia, sobre la soledad y la sororidad, sobre el empoderamiento, sobre las peleas entre mujeres, sobre el patriarcado. El problema es que todo eso, que bien pudo haber existido como correlato natural de un mundo de personajes en el que pudiéramos confiar y con quienes pudiéramos empatizar, se vuelve parte de la superficie de lo obvio. Y en su inversión, la película esconde lo narrativo y vuelve literal sus alegorías de forma risible.

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