Todos somos extraños

Por Marcos Ojea

All of Us Strangers
Reino Unido-Estados Unidos, 2023, 105′
Dirigida por Andrew Haigh
Con Andrew Scott, Paul Mescal, Jamie Bell y Claire Foy.

You were always on my mind

La historia de Todos somos extraños es, en más de un nivel, una historia de fantasmas. Adam (Andrew Scott) es un guionista que vive en una Londres nebulosa, desdibujada, que bien podría ser un futuro inmediato o un lugar sin tiempo. En su edificio parece haber muy pocos vecinos; uno de ellos, Harry (Paul Mescal), toca a su puerta una noche, y desde ahí se va hilvanando un vínculo entre los dos, signado por el peso constante del pasado en la vida de Adam. Porque, como se revela en una conversación, sus padres murieron en un accidente cuando tenía 12 años, y ahora él, mientras combate un bloqueo creativo, intenta un ajuste de cuentas escribiendo sobre ellos.
Sin detenerse en explicaciones, la película de Andrew Haigh reparte la narración entre los encuentros amorosos de Adam y Harry, y los “viajes” de Adam al pasado previo a la tragedia. Un recorrido físico, que implica un viaje en tren y luego, en la casa de la infancia, largas conversaciones con sus padres (interpretados por Jamie Bell y Claire Foy), aún jóvenes y… no podríamos decir que vivos, porque sabemos que están muertos, pero conscientes de que Adam ya no es un niño. Acá tampoco abundan las explicaciones: el protagonista es adulto, incluso mayor que sus padres, y habla con ellos sobre las cuestiones que no pudieron solucionar. El bullying en el colegio, la falta de comprensión en casa, todo en torno a la identidad sexual de Adam. Un hecho que en el presente se vive con naturalidad, pero que escandaliza a su madre (detenida en otro tiempo), y que da lugar a una gran escena llena de diálogos incisivos e inteligentes.
¿Qué es lo que quiere contar Todos somos extraños? En verdad, muchas cosas; la muerte, el duelo, la soledad, la falta de aceptación y, como contrapunto a todo eso, la posibilidad del amor. La forma que Haigh elige para contarlo es una en la que se van sumando capas de significado, tal vez urdiendo un juego metaficcional en donde lo que vemos puede (o no) ser producto de la imaginación de Adam. ¿Viaja realmente al pasado? ¿Existe Harry? ¿Acaso nunca abandonó ese departamento en el que lo conocimos, y somos testigos de su propia producción literaria?
La película desliza interrogantes y no los responde, pero logra que la imágenes impongan un sentido. En el fondo, se gesta una emotividad que irá creciendo hasta estallar. A este respecto, son fundamentales las actuaciones, tan ajustadas como demoledoras. No solo de Scott, que interpreta a ese cuarentón gris con una mirada dolorosa, ni de Mescal, ya un especialista en ser la cara bonita que recubre un interior destrozado, sino también de Bell y Foy: un matrimonio de clase media que hace lo que puede con un hijo al que no comprenden. Y que se saben (o no) criaturas de una invención, proyecciones, memoria viva puesta al servicio de una ficción sanadora. Citando al Chino Darín con respecto a Úrsula Corberó, definir a Todos somos extraños sería limitarla, reducir la experiencia que implica atravesarla. Pero, de cualquier modo, podríamos intentarlo y justificar el inicio de esta crítica, con una frase que el escritor David Foster Wallace solía repetir: al final, todas las historias de amor son historias de fantasmas.

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