38MarDelPlataFF – Diario de festival: Quedate quieto o te amo, Sexto continente, LyB, Alemania

Por Ludmila Ferreri

Pequeña aclaración previa. Como casi todos los años, la asistencia a Mar del Plata es una corrida constante. Quienes nos acercamos un fin de semana o una minivacación de fin de semana largo tenemos que hacer algunos malabares para poder asistir a las funciones, que, dicho sea de paso, este año profundizaron un aspecto muy criticado en festivales (de hecho es un aspecto tradicionalmente criticado a Bafici pero que al ser llevado adelante por Mar del Plata cuenta con el beneplácito y el silencio de muchos medios amigos porque “es el festival de la provincia (de Buenos Aires), hay que hacerle el aguante y no criticarlo en voz alta”), que es el hecho de programar mucho material accesible por plataformas (y no, no digo “material de estreno inminente”, sino ya estrenado y circulando en plataformas en nuestro territorio). Otro hecho que me llamó la atención fue el empobrecimiento en los recursos (otrora Mar del Plata se caracterizó por ostentar un presupuesto holgadamente mas amplio que el otro festival importante de Argentina, que es el que, entre otras cosas, le permite sostener una enormidad de invitados), que también fue suplido por el discurso de “el esfuerzo incansable y a pulmón del equipo del festival para sacarlo adelante”. Lo curioso es que ese eufemismo de la palabra AJUSTE es el que habilta a que Mar del Plata sea una suerte de festival debajo de una campana de cristal: ajustes en los equipos, empobrecimiento de la oferta, menos invitados internacionales, películas programadas que ya están en circulación legal. Y en el medio nosotros que, como espectadores, nos preguntamos por aquello que el festival alguna vez fue mientras recorremos las salas.

Ya que la urgencia apremia, en esta primera salida, voy a hablar de algunos cortometrajes que me llamaron la atención a tal punto que consideré que era justo hablar de ellos no como los famosos “panoramas de cortometraje”, sino tratándolos con la entidad y autonomía que se merecen. El primero de ellos, Quedate quieto o te amo plantea una suerte de saludable anacronismo que nos lleva directo a cierto cine “social” de finales de los 90s, pero a su vez sin la dependencia que el código verista nos legó del neorrealismo tardío de películas como Pizza Birra Faso. En ella también convive un cierto lirismo del cine de Leonardo Favio con un componente acaso menos tradicional en esa vertiente social que es el componente LGTTBQ+. No obstante, contrario a lo que podríamos pensar, la película no hace ostentación de esa carta de corrección política, sino que todo el tiempo la encuadra en el plano de la narración que, hasta su anteúltima escena le impone el comentario social (a esta altura previsible) de la policía en su rol de…policía. Y lo bueno que había logrado previamente queda eclipsado por el comentario, como buena parte del mal cine social de los 90s que no comprendía que el mundo vive en sus personajes y su espacio y no a la inversa, ya que sino se cae en la discursividad previsible.

En el caso de Sexto Continente los géneros también hacen su aparición, pero lo hacen, más que nada, como lectura a contrapelo de imágenes que todo el tiempo nos retrotraen a ejercicios experimentales (en particular con la textura del negativo, aprovechado narrativamente en este caso). Pero el juego aquí consiste en que aceptemos las convenciones de un mundo post apocalíptico de ciegos y nos dejemos guiar por los intertítulos que funcionan como orientadores respecto del extrañamiento de las imágenes y sonidos. Y en un punto se agradece que el formato sea el cortometraje ya que el procedimiento funciona, parcialmente, pero cuando comienza a agotarse la película termina. Así les cosas no deja de ser un ejercicio de estilo interesante para tomar como punto de partida. El desafío es si eso mismo puede tener un salto o no a un largometraje futuro, como sucede en muchos casos de los cortometrajes.

LyB es otro cortometraje, en éste caso brasileño, que resulta perturbador pos su cadencia hanekiana, que lo conecta lateralmente con el segundo Haneke, el de finales de los 90s y principio de los 2000s (el post Benny’s Video de 71 fragmentos de una cronología del azar y el de Código desconocido). El vínculo está dado por un sofisticado sistema de omisiones que plantea, en particular gracias al montaje seco, a un gran uso de las elipsis y a la multiplicación del punto de vista, que hace que todo adquiera un costado enrrarecido, que mezcla episodios de violencia con una mujer mayor en cama, con inscripciones en el cuerpo, con sectas, con un clima de intolerancia política y una investigación policial que no resuelve el problema principal. La perturbación, casi austríaca por la frialdad de su encunciación, aunque “humanizada” por cierto uso de la camara en mano, nos deja al final con un gusto amargo y extraño, pregntándonos si realmente entendimos lo que acabamos de ver.

El cierre fue con el primer largo que pude ver del festival. Una ópera prima. Alemania tiene algo de esas películas autobiográficas de personas que fueron o bien niños o bien adolescentes en los 90s y que se proponen volver a esos años tumultuosos (al parecer todos sufrieron los 90s de una u otra forma pero en los 2000s a la actualidad la venimos pasado espectacularmente bien). No obstante, en ese giro subjetivo, la película se concentra en una joven que debe lidiar con un problema familiar a la vez que encontrar un lugar en el mundo para sí misma. Y es ahí donde, contrario a la narrativa melancólica que prevalece en muchos de estos relatos autobiográficos, la película encuentra un punto de salida vital. Más bien vitalista. Y lo que prevalece es el componente narrativo del crecimiento personal sobre la densidad de los acontecimientos, lo que la hace renuciar a cualquier atisbo de solemidad, algo que se agradece.

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