Atlanta
EE.UU., 2022, 10 episodios de 35′
Creada por Donald Glover
Con Christopher Farrar, Laura Dreyfuss y Jamie Neumann, Donald Glover, Brian Tyree Henry, LaKeith Stanfield y Zazie Beetz
Un lugar en el mundo
En su crítica sobre Nope la dupla crítica de Elisa McCausland y Diego Salgado plantean lo siguiente:“[La existencia de] Jordan Peele, cuyo cine —inclusive Candyman (2021), producida y escrita junto a la directora Nia DaCosta— es una admisión de complejo de culpa por ostentar en la sociedad estadounidense y en Hollywood un estatus como artista afroamericano al cual dudamos quiera renunciar”. A lo largo de ese texto los críticos españoles se dedican a pensar cómo Peele adquiere estrategias para que su enfrentamiento contra el gran monstruo de la maquinaria cultural estadounidense sea más bien metafórico, abstracto como lo es su bestia voladora en la película aludida. Para el crítico estadounidense Nicholas Russell, en cambio, Nope trata sobre lo difícil que es tener éxito siendo afroamericano, es decir, cómo hay una cultura que deliberadamente les prohíbe el ingreso a ese panteón de forma deliberada. De ahí que para Russell esa sea la característica final que vuelve a Nope una película madura y deconstructivista (el agregado y el énfasis me pertenecen, el no utiliza ese término). Acaso por estar dentro del sistema discursivo estadounidense no logre ver lo que Salgado-McCausland identifican como muestra de hipocresía: quejarse de no poder entrar a la cultura desde el complejo de culpa del que sí entró. La crítica amorfa a la industria cinematográfica es una demostración misteriosa que para Russell tiene potencia en su enigma, en la necesidad de una llave para entrar, mientras que para Salgado-McCausland es una demostración de que Peele está hablando con el lenguaje de la industria, no está arriesgando su propio éxito, sino que contrariamente está persiguiendo su prestigio.
Tenga razón el uno o el otro, algo que queda claro es que Peele, al citar al jinete de Muybridge, no intenta crear una cultura alternativa, apenas sino denunciar cómo la cultura afroamericana estuvo siempre presente en la cultura dominante. Su idea se centra en la exclusión como forma de desagradecimiento. Pero también ese reclamo parece exigir una legitimación de autoridad cultural?
El octavo capítulo de la cuarta temporada de Atlanta es un mockumentary sobre A Goofy Movie. El falso documental dirigido por Donald Glover plantea un mundo donde el director de la película de Disney era un afroamericano que azarosamente se convirtió en el CEO de la empresa por unos años. Si lo pensamos, hay un sentido de la sátira puntual que atraviesa el capítulo, donde por supuesto hay una intención cercana a la de Peele: poder ver detrás de la industria operando, observar el racismo latente que funciona orgánicamente y cómo hay genialidades desechadas por el simple hecho de haber nacido en una familia con raíces africanas. Sin embargo, la forma y, por lo tanto, la moral son muy distintas. Para Glover las formas de la industria son formas imitables, son fórmulas que se pueden repetir maquinalmente. Haciendo esto, esas formas se observan desde la distancia y se sienten ajenas, como experiencia de una otredad. A través de esta distancia cómica, basada en la copia, lo que se refleja no es la intención de pertenencia, sino la creación de un mundo distinto que no se siente representado por la industria. Este es el mundo de Atlanta.
En el quinto capítulo de la temporada, Van acepta un trabajo como bolo en una sitcom y lleva consigo a Lottie. El universo escenográfico creado por Glover durante el capítulo es el de un mundo donde Hollywood pareciera no haber existido nunca. No es el lado B de Hollywood o el hollywood negro, es un mundo sin referencia a esa industria. De ese modo, la serie expone las mismas ambiciones de éxito que los seres humanos tienen en un mundo capitalista, pero en lugar de hacer referencia a la pertenencia al mundo blanco, la referencia es el éxito dentro de la propia cultura afroamericana de Atlanta. Algo común en toda la serie: esta industria cinematográfica representada en el capítulo es asimilable a lo que sucede centralmente a lo largo de todas las temporadas con la industria musical. El Hip Hop en Atlanta pareciera ser toda la industria musical, y todas las tensiones y ambiciones se concentran en ese circuito. El resto de la cultura se compone como un fuera de campo que solo está presente en nuestro imaginario como espectador (Hollywood y la música pop no necesitan ser ni mencionados por la serie: está incorporado a nosotros y Glover entiende que nuestra mente puede ir hacia esos lugares) y solo se deja ver, narrativamente, en pequeños gestos que tiene la serie como la aparición del “Justin Bieber negro” (gesto que, a sabiendas de que el mundo creado es propio y no necesita del otro, se compone como una intención: la de un pequeño contacto con esa realidad a modo de burla, de irreverencia).
Se puede pensar, en este sentido, si Atlanta es o no una serie con ánimos aislacionistas. Si bien la intención central de la serie no es -como la de la película de Peele- denunciar una falta de inclusión histórica, tampoco su intención es ignorarla, sino más bien exponerla y devolverle una risotada que permita la necesaria liberación en una situación dolorosa, como la de los tíos de Earn cuando su tía les reclama que no la quieren por light-skinned.
En Atlanta el aislacionismo como gesto político implica la creación de un mundo underground, por fuera del sistema como antes mencioné, sí, pero se compone de una formulación sentimental que no es precisamente la de Atlanta. El aislacionismo tiene como condición el odio a un adentro impenetrable, que te expulsa y te lleva al aislamiento mencionado.
Frente a todo lo anterior, Atlanta no se manifiesta como una serie hecha con odio. De hecho plantea un desprecio a ese odio cuando Earn se venga de una mujer blanca que trabaja en un aeropuerto, planteando el capítulo a través de un montaje paralelo que nos hace empatizar con la mujer. Al final de cuentas el sentimiento que domina la serie es una mueca dolorosa orientada hacia la exclusión, hacia la falsa inclusión y hacia los propios afroamericanos que se desviven por ser incluidos. Pero la mueca no está diseñada desde una superioridad moral, sino desde una postura basada en la contingencia trágica de que el mundo donde debe vivir un afroamericano es el de una lucha constante, evidentemente con oportunidades más limitadas. Yo no sé (y tampoco es de mi incumbencia) si Atlanta es una serie que se pueda definir como radical, palabra a la que mucha gente piensa que una obra con potencial político debe aspirar. Lo que sí sé, en todo caso, es que esta serie nunca aspira a ser parte de una tradición que le es ajena, por lo que crea nuevas formas o satiriza formas de la industria para crear su propio mundo con conflictos que solo pueden suceder allí. Y esa actitud, de narrar con propiedad, y reírse de un fuera de campo que puede alterar pero no dominar la diégesis, es mucho más radical que la queja simbólica y codificada de sujetos exasperantes como Jordan Peele.